tag:blogger.com,1999:blog-4680089407264744162024-03-20T08:26:54.889-03:00Fashion CitySuperella es una super heroína super fashion con super poderes que se gasta en ropa y accesorios todo lo que gana defendiendo el Bien contra las acechanzas del Mal… Pero como no todo es blanco y negro, sino que hay grises, Superella cobra por defender Fashion City (a la gorra, claro está, pero a la gorra de los poderosos; "a la galera")
Fashion City está en vilo...Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.comBlogger25125tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-28119246894436808292011-07-24T09:17:00.001-03:002011-07-24T09:17:00.268-03:00SIN JUAN<!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> <w:dontgrowautofit/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:latentstyles deflockedstate="false" latentstylecount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style> /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:#0400; mso-fareast-language:#0400; mso-bidi-language:#0400;} </style> <![endif]--> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Juan García, como su nombre lo indica, es fakir. Fakir occidentalizado, claro. Así, usa zapatos con clavo<span class="textexposedshow">s internos, ropa de clavos, corbata de clavos, calzoncillos con clavos y anda tan seguro de sí por la vida. La vida de fakir, entonces, lo ha condicionado a realizar su propia indumentaria, desde la deportiva hasta la de gala cuando va al teatro a escuchar sus conciertos preferidos de elefante y trompeta de cobras. Eso sí, ninguna mujer quiere tener relaciones con él, sus profilácticos son arduos. Ninguna mujer, excepto, tal vez, Superella.</span><br /><span class="textexposedshow">—No creas que he olvidado el desaire, Willis querido. Un día sabrás lo que se siente —decía al teléfono nuestra héroa en conversación con mister Bruce, cuyo teléfono había conseguido con un hacker de Fashion City.</span><br /><span class="textexposedshow">—Pero Ella, no fue mi culpa, ¡fue Mortadelo!</span><br /><span class="textexposedshow">—¡No me interesa —soltó ella—. En ese altar no había por qué aparecer un helicóptero y sacarte volando… —sollozaba y revisaba su maquillaje.</span><br /><span class="textexposedshow">En un rincón, a Juan García —pariente lejano de Jerry— que escuchaba y observaba a la héroa, se le dibujó una sonrisa.</span><br /><span class="textexposedshow">—Un clavo saca a otro clavo— dijo en voz alta al aproximársele.</span><br /><span class="textexposedshow">—Ay, querido; tenía que terminar con ese viejo asunto antes de entregarme a ti. —Superella tendió los brazos y rodeó el cuello de Juan. Acercó su cuerpito fashion al del fakir y sintió de inmediato la respuesta física, puntiaguda y apremiante, porque Juan jamás salía al ruedo sin protección.</span><br /><span class="textexposedshow">—A mi manera —dijo el fakir—, yo también soy un héroe.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿En serio? —Superella se apartó unos centímetros para mirar el rostro de Juan. Y lo hizo aunque para ello tuviera que pagar el precio de suspender la punzante delicia.</span><br /><span class="textexposedshow">—No tengo sentido del humor. Siempre hablo en serio. He salvado al mundo en tres oportunidades, cada una de ella al producirse una invasión de los malvados agarrofiks de Fiks.</span><br /><span class="textexposedshow">—Perdón pero ustedes no tienen perdón de Dios —dijo una voz de la nada, del aire, del mundo de más allá de las viñetas—, primero terminen una de las vidas de Superella, uno de los episodios, y después empiecen otro, sino los hilos que mantienen la cohesión interna del cuerpo de Superella se van a ir al carajo, es decir, van a subir la madera pirata y se van a quedar en el carajo de un corsario viendo el horizonte de las ideas…</span><br /><span class="textexposedshow">—¡Es que es el maldito chip del carpe diem! —vociferó Superella—. Cuando yo tenía doce años, oí un sermón en el country del joven amante de mi tía. Alpalo, el predicador, sin soltar su instrumento de golf, describió la carga imposible que todos arrastramos a lo largo de nuestras vidas con la nostalgia y el remordimiento de los hilos truncos que pasaron y los miedos y ansiedades de los que vendrán, y luego nos exhortó a que descubriéramos "el sacramento del hilo presente", a que confiáramos aquellos hilos a la misericordia de los Dioses y nuestro futuro a su providencia, y viviéramos plenamente este presente sin preocupación de ninguna clase.</span><br /><span class="textexposedshow">—Muchos sermones oí yo en mi juventud —interrumpió embelesado el fakir—, y todos ellos han quedado completamente olvidados. Sólo este logra tocar una fibra sensible de mi ser, porque siento que nunca olvidaré su lección práctica que promete paz a mi alma y relax a mis tensos clavos. Y prosiguió.</span><br /><span class="textexposedshow">—Hazme tuyo, nena.</span><br /><span class="textexposedshow">—Esperen, esperen —dijo la voz que salía de la nada—. Esto va de un lado para el otro y se hace intimidad donde no va. O sea, ¿quién va a entender todo este asunto si mezclan cosas personales con narración? Ustedes se comportan como si estuviesen solos, actuando para ustedes mismos, así nunca van a llegar al mainstream.</span><br /><span class="textexposedshow">—Es cierto —dijo Superella—. Me estoy haciendo críptica.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿El qué?</span><br /><span class="textexposedshow">—Es una palabra que venía en el papel higiénico. Tengo un papel con palabras para usar en cualquier situación.</span><br /><span class="textexposedshow">Pero stop. En medio de la floración de palabras incontinentes e higiénicas su cerebro vuelve a recular y piensa. ¿Qué entidad puede tener una voz que sale de la nada? ¿Qué gravedad puede tener esa mismísima nada? ¿Quién carajo puede afirmar que lo que dice es cierto?</span><br /><span class="textexposedshow">Algo dentro de ella ha dado la voz de alarma, y su cuerpo magnífico y entero ha respondido con alerta súbita. Con una mirada de perra a los cuatros costados, se hace cargo de su mundo, alarga todo su cuerpo como si fuera de goma y se levanta infinita más allá de todo argumento.</span><br /><span class="textexposedshow">Entonces llega uno de los momentos más raros en la vida de un personaje: el cuerpo que se clava por sí solo y nos mira, que nos explora en demostración descarada a través de esa única sensación de displacer que le causamos los que ahora estamos frente a la pantalla. Sabe que puede hacerlo. Y lo hace. Superella nos bosteza. Nos bosteza con toda su alma. Y tal vez en este mismo instante se pregunte quiénes carajo somos para determinar que deba ser ella la artífice, el monito circense, la genialidad manifiesta, la impecable boluda de turno para escapar de nuestra propia insatisfacción y aburrimiento. Si es ella la culpable o lo somos nosotros, por elección y naturaleza, críticos eternos, aburridos eternos, aburridos e insatisfechos desde mucho antes de que cualquier personaje existiera.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">Y tras el bostezo del ánima y el sexo pinchudo Superella quedó laxa, inmóvil, sólo un leve movimiento en sus pechugas permitía advertir que seguía viva.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—¿Cómo te llamabas? —suspiró finalmente, y se limpió con alcohol y gasa esterilizada cada perforación habida en su cuerpo perfecto.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—Juan García, madame —el fakir esbozaba una sonrisa que alarmaba. Tantos años sin encuentro sexuales habían moldeado su alma, en realidad se había convertido al fakirismo para que sus amigos no le siguieran preguntando: ¿Y, Juan, la pusiste?</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">Ahora, su camuflaje le estorbaba, y también pensaba que Superella toda pinchoteada se había transformado en un esperpento perforado. Los dos recuperaron por unos momentos la figura humana detrás de sus personajes sin-sexo-en-mucho-tiempo. Dos personas normales, más normales que Clark Kent pero no tan ñoños. </span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Quién lo dijera —soltó Sigfrido—. Este par de la manita como telenovela de las 5 de la tarde. </span><br /><span class="textexposedshow">—Ni que lo digas —dijo Alex echándose palomitas de maíz a la boca—. ¿Estaremos evolucionando a guionistas de televisión? ¿Nos invitarán a orgi-fiestas con productores y edecanes? —Otro bocado de palomitas.</span><br /><span class="textexposedshow">—No lo sé, ojalá. Hace falta —reflexionó Sigfrido, sin mirar.</span><br /><span class="textexposedshow">Súper y Juan se miraron a los ojos. —Bueno —Juan le miró las tetas un segundo—, después de todo, ¿qué sería de Fashion City sin Superella, sin sexo… sin Juan?</span></span></p>Unknownnoreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-56871971531832603922011-07-21T09:25:00.001-03:002011-07-21T09:25:00.376-03:00QUE NO DECAIGA<div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">—A la gente ya no le gustan mis aventuras —se quejó Superella.<br />
Su editor, Paulo <span class="textexposedshow">Bucay la observó. Le observó las pechugas, pero también eran parte de ella.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Son los guonistas —dijo Superella—. Ya no me toman en cuenta y la gente se aburre.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Es que tienen que escribir cosas serias —dijo Bucay.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Pero yo soy seria. ¡Tengo la cara seria de botox!</span><br />
<span class="textexposedshow">—Te iba a decir esto mismo —intervino Stan Lee, que recién llegaba proveniente de una película edulcorada de Marvel—, hay que escribir en serio, como hacíamos en los años 60 con Spiderman y los 1000 Fantásticos. Propongo que Superella vuelva a sus luchas comprometidas a favor del consumismo y en contra de estos zurditos cual morlocks en celo. También sugiero meter dimensiones alternativas y una historieta onda Hora Cero (ahí me ganaron de mano los turros de DC).</span><br />
<span class="textexposedshow">—¿No es muy complicado? —dijo pensativamente la héroa a la que todo le parecía complicado.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Citemos a reunión de guionistas y pongamos los puntos en claro —sugirió Paulo.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Formemos una comisión investigadora —aportó Stan.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Hagan lo que les parezca —dijo Superella, se arregló el trench de leopardo, se calzó las botas de cuero de reptil, se miró en el espejo y agregó—: Yo me voy de shopping.</span><br />
<span class="textexposedshow">Pero en el camino reflexionó. Tenía que conocer algo de armas. Aparte de sus tetas y tetos, que tantos buenos recuerdos le traían, necesitaba algo más contundente, un poco más fashion que la Kalashnikov-AK 47 que le proponía el asesor de Stan Lee que la llevaba al CC (Consumer Center). Entonces, reflexionando en otro espejito, se dejó llevar por su instinto asesino al subsótano, donde Emiriano Kusterrica vendía armas para barbies todas las edades, incluso un eyector de dardos con feromona que atraían todo tipo de alimañas.</span><br />
<span class="textexposedshow">Entró al establecimeinto de Kusterrica —aspirante a cineasta, pero maletón— polveando su nariz y recitando orgullosa:</span><br />
<span class="textexposedshow">—Espejito, espejito, ¿quién tiene el culo más redondito? —a punto estaba de responderse a sí misma cuando la mirada del armero y el pellizco del asesor la despertaron del trance, chaqueta mental, dicho más claramente.</span><br />
<span class="textexposedshow">—¡Hey, Súper! ¿Cómo te puedo ayudar? —soltó Emiriano, en tono del mejor vendedor del mundo.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Querido, qué gusto verte —cof cof, guardó el espejito, grácil cual gacela—, quiero combatir el mal con más estilo, y si se puede, poner a raya a esta bola de guionistas que ya debrayan.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Para eso nada mejor que esto —dijo Emir, sacando un Facebook de bolsillo de sus ropas—, los volverá locos y, poco a poco, sus neuronas se derretirán y entonces, podrás ser libre y navegar los chopings del mundo.</span><br />
<span class="textexposedshow">Superella aceptó el Face, lo tomó en sus manos con miedo, y una especie de gozo le recorrió las entrañas. Lo único malo de la situación era que el Facebook se podía volver contra ella. Pero, por suerte, recordó que El Niño Dior guardaba en la Ella-cueva un gramo de Twitter, que era como la energía negativa del universo. Bastará un simple átomo de esa cosa para hacer colapsar el Facebook llegado el caso, pensó con cierto erotismo Superella.</span><br />
<span class="textexposedshow">—¿Ya has decidido qué comprar, querida? —dijo Bucay al entrar a la tienda. Stan Lee, con él, llevaba una gorra y gafas de sol. Ya había pasado su cameo de rigor en cada historia y había que mantener el anonimato.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Este me gusta —contestó la héroa. Echó una mirada y un gesto extrañado al reconocer a Lee, y siguió—. Me llevo el Facebook de bolsillo… y ese cuchillo tipo Rambo que está por allá.</span><br />
<span class="textexposedshow">La miraron sonreír. Eso los tranquilizó, nunca hay que estresar a una super héroa cuando tiene armamento entre manos. </span><br />
<span class="textexposedshow">—¡Le encantará! —soltó Kusterrica—. Son 3000 dólares.</span><br />
<span class="textexposedshow">—¡Chicos! —Superella agitó su blondo cabello—. Retírense, llamé a mi asesor de vestuario y maquillaje y me voy a transformar. Lo que en realidad necesito para mejorar mi lectuencia es un cambio de look.</span><br />
<span class="textexposedshow">Cuando nuestra heroína se quedó sola, rodeada de gente, en el centro comercial se dijo que en realidad el mundo cambiaba de dirección y las últimas aventuras que había protagonizado no atraían a nadie porque sus aliados en la lucha contra el mal la habían abandonado y sus archienemigos también.</span><br />
<span class="textexposedshow">En realidad Súper no tenía idea de quienes eran esos personajes que trabajaban con ella en los capítulos, ni de qué se trataba cada capítulo. Ella, simple y fresca, interpretaba su papel.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Al cambiar se hace camino —dijo, apareciendo detrás de un gato que mueve el brazo así y así, el chino tácito—. Hay que explorar con viveza la riqueza del mundo donde vivimos. O esta otra reflexión que se me ocurre ahora: "Al entrar en una confusión vi dos caminos, tomé el más fácil y con menos obstáculos, y eso cambió mi vida.</span><br />
<span class="textexposedshow">—¿Se pone filosófica? —dijo Alex Benteveo.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Está de D10S que este capítulo también se va al carajo —apoyó Sigfrido von Capo.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Hace rato que acá falta ingenio. ¿Qué hacemos?</span><br />
<span class="textexposedshow">—Vayamos a lo de don Ledesma, a ver si nos regala un poco de ingenio.</span><br />
<span class="textexposedshow">—¿Ese? Es un explotador que no te va a dar ni un terrón de azúcar.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Tampoco entiendo por qué algunos explotadores tienen buena prensa y otros no.</span><br />
<span class="textexposedshow">Alex se rascó detrás de la oreja; estaba sucia. Sigfrido lo contempló con ternura y se metió el dedo en la nariz. Al cabo de un rato sacó una masa verde y veteada que acercó al rostro de su amigo. —¿Querés? —dijo.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Bueno.</span><br />
<span class="textexposedshow">—¿Y qué hacemos? —preguntó la héroa con su nuevo aspecto.</span><br />
<span class="textexposedshow">Los otros la miraron y se preguntaron quién era esa chiruza neotecno vestida de plush de circonio violeta flúo. Pero como tenía un buen par de tetas, sólo la miraron. Mucho.</span><br />
<span class="textexposedshow">Superella recibió la mirada libidinosa y se dijo que no todo estaba perdido. Que ella nunca había perdido nada, salvo alguna que otra baratija.</span><br />
<span class="textexposedshow">Alex y Sigfrido continuaban amasando la bola de mocos y mirando las tetotas de la estrella de Fashion City.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Al final somos más protagonistas nosotros que Superella —dijo Alex.</span><br />
<span class="textexposedshow">Sigfrido asintió.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Tenemos que hacer algo que devuelva a Superella a su lugar de estrellato indiscutido —propuso Alex.</span><br />
<span class="textexposedshow">—Sí, una estrella…—murmuró Sigfrido comenzando a babear copiosamente.</span><br />
<span class="textexposedshow">En ese momento, entre luces de colores, masas enardecidas, y publicidad no tradicional, se escuchó una voz que gritaba: ¡Buenas Noches, América!</span><br />
<span class="textexposedshow">Superella apareció ataviada en una nube de humo sin conexión argumental con nada de esta aventura, con apenas un hilo dental entrelazando sus poderosas nalgas, detrás un bailarín, a sus costados, momias embalsamadas con cartones con números aullando: ¡corte de tanga! ¡corte de tanga!</span><br />
<span class="textexposedshow">Y Fashion City aclamó a su diva, bailando cha cha cha, chacarera, malambo, rock trascendental, cumbia metafísica, sueños de latex y húmedos, con un aliviador encefalograma plano.</span></span></div><div class="MsoNormal"><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">Y decayó.</span></span></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-71016795697912535102011-07-18T09:07:00.001-03:002011-07-18T09:07:00.699-03:00LUCHE Y VUELVEPene el Cruel, miraba atentamente el televisor. Las noticias hablaban de la captura del sádico Peterete, el villano más cruel que hubiese conocido el universo todo.<br />Mientras, en su Cuartel General, los Gladiadores del Sexo Anal se entrenaban con fuerza y lubricantes. Superella los observaba lujuriosamente, pensando que aunque Pene el Cruel estuviese libre, si ella y los gladiadores unían glúteos, nada podría detenerlos.<br />Superella, al observarlos, se tocaba. La energía generada por el roce erótico amenazaba con transformarse en el poder, la habilidad, más terrible de nuestra héroa. Con ella, podría conquistar los mall de Miammi, las Tiendas de Parías, los verdugos de azul de Praja. Pero antes debía pensar en el bien, en la comunidad, en los negri. Y entonces, previo a partir al encuentro de Pene el Cruel, decidió hacer obras de caridad, mínimos actos de cielo.<br />Rescató a un gato de un árbol (obligado acto de superhéroe). Atrapó a un par de criminales de poca monta que se dedicaban al robo a bancos de esperma. Y, por último, se enfrentó con El Cabezón, un dealer de los suburbios de Fashion City que, casualmente, era candidato a gobernador.<br />El regente Maurice, bajaba en las encuestas encargadas para el mes de las primarias. Contrató a un experto en propaganda y embobamiento del votante que le sugirió inventar acciones de gobierno, llenar la ciudad de carteles amarillos con fotos de personas, que Maurice ni registraba, con la leyenda “Vos sos bienvenido”.<br />—¿Y este a quién vendría a representar? —preguntaba el regente ante cada foto.<br />El encargado de propaganda le explicaba:<br />—Esto es un estudiante de escuela pública, esto es un anciano sin recursos, esto es un pobre, esto es un discapacitado, esto es una embarazada madre de quince hijos…<br />Mientras tanto, en el otro extremo de la ciudad, Superella estaba atravesando una profunda crisis: después de todo, estar todo el tiempo vestida con ropa chic e impecablemente peinada por su exclusivo estilista Johnny el Bello, para que la reconocieran como la heroína que era, le resultaba muy agotador. En esos momentos oscuros, elegía cubrirse de un manto de invisibilidad para eludir los pedidos de auxilio: jeans sin marca, gastados, zapatillas berretas, el pelo totalmente desgreñado, y, horror de horrores, nada de maquillaje. Así vestida, se sentía un ser insignificante, una más de los miles que pueblan Ciudad Fashion y podía escurrirse, sin ser notada, por los lugares más insólitos. Pero, antes de salir a la calle, no podía evitar mirarse al espejo, preguntándose quién era ella realmente.<br />—¿Dónde vomito? Demasiado asco es todo esto —dijo Superella en voz alta.<br />Pensó que cada mañana, una se levanta con la esperanza de que la estupidez humana haya cedido un poco. Hacia la noche, la esperanza se ha hecho trizas de nuevo y una se va a dormir con la sensación de que la estupidez se ha apoderado de otro milímetro de una. Y que una nada puede hacer contra eso.<br />—Sí, se puede —dijo una voz grave, profunda, que hizo temblar las paredes.<br />—General —dijo Superella, mirando el rostro adusto de Perón—. Tíñase de rubio, héroa compañera y vuelva con nosotros, los Gladiadores.<br />—Usted… usted es el líder de los Gladiadores del Sexo Anal?<br />—Y quién otro? Ahora, tíñase de rubio bien fuerte y vamos.<br />—Sí, mi General.<br />—Apúrese, que en cualquier momento llega el cargamento de alpargatas que le pedí a Jauretche. El imberbe de Pene el Cruel está levantando el parquet de los departamentos de los fashioncitenses y la humareda del gran asado oligarca sube clamando justicia hasta los cielos.<br />El brillo volvió a los ojos de la héroa nueva rubia. Se dirigió a su vestidor y cerró el biombo para arrancarse los harapos clasemedieros de encima y forrarse de heróica moda de una vez por todas. Ella y el General salieron al EllaMovil, sus lentes oscuros brillaban en la escena y un peatón casi cae en una coladera por la distracción.<br />—Acelere, Superella —apuró Perón, colocándose su casco—. ¡A hacer Justicia!<br />Rechinaron las llantas y el EllaMovil salió disparado. <br />—Que se cuide Pene el Cruel —dijo ella—, su vasectomía va en camino…<br />La Penecueva era un lugar inexpugnable. Superella y el general observaron la fastuosa construcción. Los Gladiadores del Sexo Anal ya habían tomado posiciones, una más erguida que la otra. En una motoneta, Jauretche traía su cargamento de alpargatas para la lucha inevitable.<br />—¿En serio? —preguntó Superella—. ¿Penecueva? ¿No se presta al chiste fácil?<br />—Supongo que sí, pero es lo que hay. No podemos esperar que aparezca un Joyce para mejorar los nombres.<br />—Acá estoy —dijo James Joyce, que venía atado a un mástil.<br />—¿Para qué es el mástil?<br />—Es por la lubricidad tentadora de los Gladiadores. No quiero ser presa de sus dotes.<br />—Dame, Señor, coraje y alegría para escalar la cumbre de este día —imploró en cita Superella, clavando fijamente su mirada en las colosales figuras erguidas.<br />—Todo destino es largo —disparó Jauretche, también contemplando de soslayo a los gladiadores y comparándolos métricamente con el pobre mástil de Joyce.<br />Y blandiendo una alpargata en el aire, se dirigió a Superella y prosiguió.<br />—El arte de estos tipos es desmoralizarnos y los deprimidos jamás vencen. Por eso ¡combata usted alegremente, m'hija! Que nada grande se puede hacer con la tristeza ¡arremeta nomás y no se me reprima!<br />—Es verdad. Déjese de zonceras, che, hágalo por la causa —sentenció el General.<br />Y dicho esto, ambos recularon como veinte pasos atrás, dejando a Superella como única y digna carne de cañón.<br />—¡Alto! —exclamó asqueado Moscán Estebiarda—. Esto me huele a gorilas en la niebla, pero sin niebla.<br />—Así se habla, cumpa —la mismísima Eva aplaudía la intervención—. Esto nada tiene que ver con la lucha contra el régimen y los descamisados. Don Arturo, vuelva en sí. Compañero General, con estas cosas le hace el juego al enemigo. ¿Quién es esta rubia tilinga? —agregó Evita mirando a la héroa.<br />—Yo soy Superella, y no puedo luchar contra el régimen, tengo tendencia a engordar.<br />Mientras tanto lo gladiadores seguían erectos, aunque intimidados por la presencia de la abanderada.<br />—Bueno, manga de imberbes, no puede ser que acá nadie termine haciendo nada —intervino el General, adelantándose los veinte pasos que había retrocedido—. Tío Campora, humille.<br />En ese momento, como un bólido flamígero, el Tío Campora, guiado por la grave voz de Perón y armado con dos alpargatas, se arrojó hacia las fauces mismas de la Penecueva. Una explosión nacional y popular se elevó como un hongo justicialista que clamó a los cielos ante el impacto contra el mal. El silencio cubrió el campo de batalla y solo los Gladiadores se mantuvieron erguidos sin parpadear.<br />—Se fue —dijo el Tío Campora, emergiendo de una pila de escombros.<br />Y confirmando sus palabras, se vio en el horizonte, al Penecóptero, alejándose de las ruinas. Desde allí, Pene el Cruel hizo gestos obscenos y vociferó chistes de mal gusto. No, esta vez no lo atraparían.<br />—Maneje, Chupete, maneje.<br />Chupete Rúa, el piloto de Pene el Cruel, tomó lentíiiiiisimamente los controles del aparato y enfiló hacia lo desconocido, dejando a nuestros héroes en erecta espera.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-28163646301492767052011-07-15T08:36:00.001-03:002011-07-15T08:36:00.729-03:00A LA CAMA CON LOS MITOSEn una habitación de motel sucio, Superella estaba abierta al amor. A su lado, Perseo, Ulises, Quirón (centauro él), Minos, Thor, Maradona y el Che esperaban su oportunidad para lo que ustedes, mentes enfermizas, están pensando: Sexo. Duro. Sin concesiones.<br />El primero fue Minos. Hombre sabio y perverso (gustaba del sexo animal, literalmente) se acercó despacio pero listo para sacar su sable y herir de muerte a nuestra héroa (muerte de amor, que es la más dolorosa). Momentos antes, le reclamaba atención al General que yacía hundido en un sillón de Eugenio Veinteyveinte observando cómo se iban a dar los acontecimientos.<br />—A mí me da la sensación de que vos pensás que yo vivo en un frasco de mayonesa. Tengo supermasticada la calle, la vida, la convivencia, la familia, las vidrieras, la política, la razón, la fe... Todas las cosas que se te ocurran. Y me da la sensación de que te ponés un poquitín paternalista, como ese cristo —así, con minúsculas— que perdonaba a quienes no sabían lo que hacían —le dijo Superella al General.<br />Don General, Perón, se le quedó viendo fijo. Gardel, a su derecha, sólo se llevó la mano al traje y se ajustó la solapa con una sonrisa disimulada. Saliendo del baño, Maradona —que llevaba 3 días con una botarga de conejito puesta— saludó a Superella y luego a los demás en la habitación.<br />—Hey, qué pasa con ese Minos, ¿nadie le dijo que se limpiara las pezuñas? —le dio una inyectada a su heroína —no la nuestra, la otra— y salió al balcón, canturreando el himno del Nápoles.<br />Todos se miraron y levantaron los tarros. Superella cavilaba mientras se ponía el traje de latex.<br />—El hombre es bueno, pero si se lo vigila es mejor —dijo el Che y siguió a D10s.<br />—¿Ya te vas? —preguntó tímidamente Prometeo con el hígado recién transplantado—. Ahora me siento bien, Superella. Haceme el favor.<br />Un golpe tremendo hizo detener las manos de Superella, el traje de látex a la altura de las rodillas dejaron ver el resto de su exuberante anatomía. El General dijo:<br />—Cada uno dentro del movimento tiene una misión. La mía es la más ingrata de todas: me tengo que tragar el sapo todos los días. Otros se lo tragan de cuando en cuando —y mirando a la heroína, la nuestra, agregó—: Muchacha, atendelo a Thor que me rompe todo el piso a martillazos. Yo puedo esperar, estoy planeando mi próximo gobierno.<br />Y entonces Thor y cada uno de los seres míticos se entregaron al amor con Superella, desnudándola y volviéndola a vestir porque todos, aparentemente, eran fetichistas.<br />Pero en un momento, Superella dio un grito de feminismo:<br />—Momento señores: ahora quien los va a ensartar soy yo…<br />—Les va a vender terrenos en Marte —dijo Alex Benteveo.<br />—Está de D10s que lo hará —apoyó Sigfrido von Capo. Estaban monitoreando la escena desde la nueva base ubicada en Probos. De hecho, todo Probos había sido convertido en una base ad hoc para este cuento.<br />—Y los va a ensartar como chorlitos.<br />—Como panceta, cerdo, morrón, cebolla, pollo y berenjena en un brochette.<br />—Pero ella va a Marte cuando se le antoja. ¿Por qué tiene que ensartarlos?<br />—Porque es vengativa y frívola. Sólo se divierte de este modo.<br />—Tenemos que intervenir para impedirlo.<br />—Antes de que vaya a Marte a demarcar los terrenos.<br />—No, después. Dejemos que los demarque.<br />—Okis —Sigfrido salió para preparar el deslizador mientras Alex preparaba unos mates.<br />Los terrenos eran nueve en total y se encontraban en una zona imprecisa llamada “La Heroica”, terrenos sin fondo, en movimiento, de forma sometida a la fantasía del comprador. Y ella tenía todo lo que precisa una buena rea de guantes blancos: cadencia subyugadora y estilo; y un concierto de vestuario íntimo. Pavada de persuasión.<br />—No pienso dejar que me metas nada en el… —comenzó a reclamar Thor, pero Superella lo interrumpió…<br />—¡Detente, boludo! —estaba lleno de bolas, ¿de qué otra forma llamar al musculoso?—. ¿De qué hablas? Les vengo ofreciendo propiedades que dejarán sus casas Acapulqueñas como choza de pueblito, ya verán —y sacando un mapa marciano se tendió en el suelo con todos los mitos embobados siguiendo sus indicaciones y anotando precios. <br />No queremos que piensen, queridos lectores, que estos cuentos son anti-feministas, jamás. Es cosa de ver a Superella haciendo negocio a costa de sus curvas: ¡Una maestra! Un poco feminazi, quizá, pero a estas alturas, la ganancia brilla sola.<br />—Paren, paren, paren, esto ya se desmadró —dijo el Chino Tácito—. ¿Qué es mito y qué es realidad? ¿Qué es esto de gente real metida con dioses improbables o posibles da igual? ¿Quiénes somos, adónde vamos? ¿Qué este cuento no tenga sentido es culpa de una operación de Magnetto y el grupo Clarinete? ¿Qué es el mito, acaso una mentira, o la forma poética de acercarnos a la verdad?<br />—¿Adónde va, Chino?<br />—No voy ni vengo, estoy, pero no soy. ¿Se puede ser serio en un ámbito de parodia? Sólo tengo preguntas.<br />—Búsqueles respuesta y no joda.<br />—Estamos jodidos, vivimos entre muertos y fantasmas del presente.<br />—Esto no tiene ni rosquete.<br />—Maquillaje en los cachetes, rush en el ojete. Pero no es eso de lo que vengo a hablar. Usted se burla y vende propiedades en planetas. Pero se pregunta qué sienten los personajes que utilizan. ¿No faltan Lennon o Evita?<br />—Evita dignifica.<br />—Y Cristo, así con mayúscula, da amor y remeras para mercaderes que no entienden lo que se les da. Lo que se dice tirar gladiolos a los porcinos. Todos somos víctimas de los que nos rodea y lo que hacemos, hicimos y haremos. Creemos porque saber es también sufrir. <br />—Usted promulga la ignorancia.<br />—No, promulgo que también la poesía de lo invisible es conocimiento dentro del conocimiento. Porque si tenemos razón, es mucho mejor que la certeza de un naufragio o de que no iremos más lejos que el Magic Kingdom y si no la tenemos, nos moriremos en el olvido al que siempre pertenecemos.<br />—Ahora no vamos a tener ninguna venta, se fueron todos y nos dejaron discutiendo en la seriedad de los que no se hayan acordes a la sátira. Mírelo correr al tío Campora, dándole sombreritos a los sobrinitos de Walt Disney, que ternura. Ya se fue él también y me quedé sin ganancias para distribuir con la patronal que finge ser proletariado.<br />—No estamos solos, tenemos a los mitos para darnos la calidez de la compañía. Al final de cuentas, todos tenemos culos que desatar y soledades que cubrir. Los mitos son también la compañía de los siglos que pasaron y de los humanos que soñaron. ¿Y acaso usted es más real que Perón o Perón es menos real que la China en la que nunca estuvo nadie, nunca jamás?<br />El silencio fue cubriendo el relato, entre la pesadez de la argumentación chinezca y la falta de un argumento vinculante.<br />—¿Y mis ganancias?<br />—Únase al proyecto nacional y popular —dijo el Chino.<br />—¿Cómo?<br />—Cómpreme unas galletitas de la fortuna.<br />—Chino, váyase a la mierda.<br />Superella se fue alejando. Algunos dicen que iba cantando: Perón Perón, qué grande sos.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-65853186372369784082011-07-12T09:18:00.000-03:002011-07-12T09:18:01.274-03:00SUPERELLA CONOCE A LADY BABÁ<!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> <w:dontgrowautofit/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:latentstyles deflockedstate="false" latentstylecount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><object classid="clsid:38481807-CA0E-42D2-BF39-B33AF135CC4D" id="ieooui"></object> <style> st1\:*{behavior:url(#ieooui) } </style> <![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style> /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:#0400; mso-fareast-language:#0400; mso-bidi-language:#0400;} </style> <![endif]--> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Las estrellas brillaban en el megaestadio de Fashion City, Lady Babá, la gurú de la musica pop electrónica bizarro folclórica lisérgica tocaba su chacarera Truco Face. La gente cantab<span class="textexposedshow">a los estribillos con la misma pasión enfermiza con la que arrojaban choripanes al escenario, a modo de homaneje a la diva que con su voz acallaba tormentas y te dejaba el pelo frizzado.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">Superella no tenía ticket de entrada y sobrevolaba el megaestadio. Sus vuelos distraían a la cantante que trataba de controlar su mal humor.<br />La multitud no registraba a la héroa volante. Pero…<br />—¡Yo así no sigo cantando! —exclamó Lady Babá y tomó otro trago de rhum de la cantimplora que colgaba del cinturón. Y señalando al cielo agregó—: ¡Ella o yo! —y arrojó al piso el micrófono que sostenía con la otra mano.<br />La banda suspendió la música y millones de ojos y antenas se dirigieron al lugar que señalaba la artista.<br />—Tienen el mismo traje —dijo Guilfredo Versonce—, y no lo diseñé yo.<br />Los miles de fans pusieron cara de sorpresa, cual si una coreografía mágica hubiera sido ensayada días antes y todo saliera a la medida. Superella se dio cuenta y sonrío con disimulo, será una superhéroa pero es sensible a lo bien coreografiado. </span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">Aterrizó junto a la cantante, una de cada lado del escenario. De fondo se dejó escuchar una tonada tipo Ennio Morricone como si esta historia estuviera planeada, pero luego voltearon y vieron al pianista de la banda haciéndose el gracioso. Este bajó la mirada. Ellas asumieron la pose.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—¿A vos qué te pasa, chitrula? —dijo Lady Babá, una retro de aquellas.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Que quise comprar una jeta como la tuya y no había Cristo que se atreviera a bajarla de la estantería.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Sos pícara? ¿En qué bargueño apoliyado encontraste esos chistes?</span><br /><span class="textexposedshow">—No son chistes, adefesio lisérgico —Superella adelantó el puño y lo dejó a siete micrones de la nariz de la diva.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Querés escalar? No trajiste cuerdas, enana de circo.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Seguís insultando? ¿Sabés que si me hago cargo de vos lo único que vas a poder elegir es grado de picadillo en que vas a quedar convertida?</span><br /><span class="textexposedshow">Los de la banda arrancaron con los primeros acordes del hit del momento: “Tengo leche en el orto” y lograron que la atención del público se desviara.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Resultó? —dijo Lady Babá. Superella le leyó los labios.</span><br /><span class="textexposedshow">—¡Inmejorable! —respondió. La gente deliró.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">Lady Babá, feliz. Otro buen logro de sobresalir en un mercado hiperpoblado: el de la música pop vacía de sentido ¿Acaso no es a lo que aspira? Imponer por lo puesto, no por lo propuesto. Todo el sentido volcado en el bendito packaging, minga en el contenido. Sin embargo, su exhibicionismo es vacuo pero no atroz y Superella lo conoce como a la palma de su mano, como aquella novela de Ballard que nunca leyó: la exhibición de atrocidades. Tingelli y Anagrela son eso: góndolas de atrocidades. Muestrarios de botoxeados, borrachos, mujeres golpeadas, golpeadores de mujeres, delatores, genuflexos, obsecuentes, vendidos, comprables, cirujanos plásticos, abogados, locos furiosos, trepadores. Espejos de saldos del laberinto de los espejos de Interama.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Vacua pero no atroz —reflexionó Superella. Pero prefirió no repetirlo en voz alta.</span><br /><span class="textexposedshow">Simultáneamente, una inmensa superficie de sonido sacudía al unísono un "GOOD FOR HER!"</span><br /><span class="textexposedshow">—¿No le parece que esto pierde encanto? —preguntó Sigfrido von Capo dejando a un lado el lápiz Faber con el que había estado escribiendo.</span><br /><span class="textexposedshow">—Se pincha como un neumático en la cama del fakir —repuso Alex Benteveo—. Hagamos algo.</span><br /><span class="textexposedshow">—Pongamos a un fakir, eso.</span><br /><span class="textexposedshow">—Mejor a un gurú de la India, un santón de esos que se entierra vivo y sale al mes, más fresco que una lechuga.</span><br /><span class="textexposedshow">—Dele.</span><br /><span class="textexposedshow">El fakir, como saliendo de la nada, se materializó en el escenario. Chandra Vistajanand Dragaputri levantó los brazos y la multitud quedó galvanizada.</span><br /><span class="textexposedshow">Mientras miraba desinteresada al boludazo del fakir tragándose cuanta porquería anduviera tirada por ahí, Superella pensó que estaba perdiendo el tiempo. Nada de lo que hizo en los últimos días le resultó ni interesante, ni valioso, ni siquiera emocionante. No sólo se estaba volviendo una vacía irrecuperable, sino que además sus actitudes porno la estaban tornando previsible y berreta. Cualquiera que la conociese, al minuto se daba cuenta que ella era de las que terminaba en una cama tirándole la goma a cualquier salame.</span><br /><span class="textexposedshow">—La pornovida te hace piola un rato; más, sos la putita de Fashion City.</span><br /><span class="textexposedshow">Esto lo dijo en voz alta. Una mina que estaba al lado la miró de arriba a abajo.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Así que vos sos Superella? No eras para tanto, al final.</span><br /><span class="textexposedshow">—La ciudad me hizo así. Yo no tengo la culpa.</span><br /><span class="textexposedshow">—Si que tenés la culpa. Sos puta y te gusta serlo. Podrías haber alegado que los dioses creadores te hicieron entregaconcha gratis, pero existe el libre albedrío. Y cualquier otario sabe que los dioses —nuestros dioses creadores— son puro cuento. Así que dejá de llorar. Me voy porque esto es una garcha. Suerte.</span><br /><span class="textexposedshow">Superella se quedó más sola que la una. Si hubiera tenido una bombacha de La Saladita se la ponía en ese mismo instante, para que se le secara la cachucha y luego desaparecer.</span><br /><span class="textexposedshow">—Esto pinta para final indigno —dijo Alex.</span><br /><span class="textexposedshow">—Más triste que un tango de Discepolín —completó Sigfrido.</span><br /><span class="textexposedshow">—Lo del fakir no anduvo.</span><br /><span class="textexposedshow">—Tenemos que probar con algo bien fuerte.</span><br /><span class="textexposedshow">—Fuerte como una botella de aguardiente al cien por ciento.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Estás pensando en algo fuerte?</span><br /><span class="textexposedshow">Alex asintió y sonrió. No por nada eran socios, esos dos.</span><br /><span class="textexposedshow">—Algo que rompa todo y los deje culo para arriba.</span><br /><span class="textexposedshow">—¡Sí! ¡Un trío!</span><br /><span class="textexposedshow">—Pero no cualquier trío.</span><br /><span class="textexposedshow">—No el Trío Los Panchos, por ejemplo.</span><br /><span class="textexposedshow">—Ni ahí. ¿Qué te parece un trío de Superella con Gardel y Perón?</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Y si agregamos también a Maradona?</span><br /><span class="textexposedshow">—¡Genial! Dale, ponete a escribir.</span><br /><span class="textexposedshow">Acto seguido, Gardel, Perón y Maradona llegaron en paracaídas entre fanfarrias y bailes pitorrudos. Entre los 3 cargaron a la Lady Babá y la arrojaron al Vesubio con gesto imperial. Superella se limpió las lágrimas con su pañuelo de seda y dejó ver una sonrisita. </span><br /><span class="textexposedshow">En las gradas, Alex y Sigfrido aplaudían como desquiciados. De ahí salían corriendo al cine, estaban invitados al estreno de la nueva del Bruce Willis.</span></span></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-7152062426629407312011-07-09T09:13:00.000-03:002011-07-09T09:13:00.391-03:00EL CHUPADOR DE NAVONA RESUCITA A LA HEROÍNA<!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> <w:dontgrowautofit/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:latentstyles deflockedstate="false" latentstylecount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><object classid="clsid:38481807-CA0E-42D2-BF39-B33AF135CC4D" id="ieooui"></object> <style> st1\:*{behavior:url(#ieooui) } </style> <![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style> /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:#0400; mso-fareast-language:#0400; mso-bidi-language:#0400;} </style> <![endif]--> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">En el espacio exterior a éste, la nave que llevaba de vuelta a Fashion City el cadáver de Superella dio u<span class="textexposedshow">na vuelta en U. De inmediato sonó el silbato de un policía de la Metro. La nave detuvo su marcha pero, sin la fuerza de los motores, giró en caída libre atraída por la fuerza gravitacional del planeta Navona.</span><br /><span class="textexposedshow">El estrellamiento fue terrible. Miles de habitantes murieron en una sucesión de terremotos, derrumbes y desnudos que hizo que los noticieros aumentaran su raiting a niveles inconcebibles entre los sobrevivientes y Ernestino Magneto, líder de la única cadena planetaria se permitiese salir corriendo en calzoncillos al grito de: ¡No se va a acabar, no se va a acabar, el negocio universal!</span><br /><span class="textexposedshow">A pesar del desastre ocasionado, la nave caída del cielo no se había destruido. Un ser, vestido de verde aterciopelado, tan suave por fuera que parecía de chiffón, se acercó a la compuerta y emitió un sonido extraño, una especie de slurp, la compuerta se abrió. Ingresó a la nave, recorrió sus pasillos en busca de la heroína que lo había cautivado. Debía resucitarla.</span><br /><span class="textexposedshow">Encontró a Superella muerta pero intacta, toda su belleza tetona permanecía sin marcas visibles. Por dentro, Superella era un licuado de frutilla y mango.</span><br /><span class="textexposedshow">—Permiso, Superella —dijo el chupador de Navona y le tomó las piernas, las separó. Un apéndice brotó de su boca, casi una manguera verde, y lo aplicó en modalidad intrapiernosa con un sonido agudo pero sabrosón.</span><br /><span class="textexposedshow">La súper piel se fue tiñendo de un rosado envidiable en su tono de bronceado peninsular. Ni la Pamela de Guardiana de la Bahía le llegaba a los tacones; la vida le fue inundando como tsunami y la ricura fluyó por sus venas de a poquito.</span><br /><span class="textexposedshow">El maestro Ogui observaba desde la mesa 4, tomando un licuado de gargantúa e hizo un gesto a Spock, de esos con las manos que son tan famosos hoy día.</span><br /><span class="textexposedshow">Poco a poco, Superella, fue recobrando el conocimiento y descubrió al chupador de Navona con su lengua, en cierto modo bífida, en su entrepierna. El enfado de Superella fue tal, que en un movimiento veloz de pernil de cuatro jotas, le propinó un patadón en la zona cojonil del señor chupador… y no, no se enfadó por tener la lengua de éste en partes no concernientes al tema, era una simple cuestión de higiene, no se había lavado los dientes.</span><br /><span class="textexposedshow">—Asqueroso sobador –dijo Superella-. ¿No te podrías dar una enjuagada de vez en cuando?</span><br /><span class="textexposedshow">La superhéroa se puso de pie y observó la mugrosidad de su anteriormente glorioso traje. Esto es espantoso, se dijo, hasta se me ve la tanga. Por un segundo pensó que podría hacer una canción con esa frase, quizás una cumbia para Time Warner Sony Columbia Emi Cachafaz Capitán del Espacio Company, pero luego desechó la idea. A su tanga le faltaba armonía con toda la suciedad espacial acumulada.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Y ahora que hago? — dijo—. ¿Habrá Gucci en esta pocilga de planeta?</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—Yo no me preocuparía tanto por eso —sentenció Ogui, limpiándose los restos de gargantúa que había derramado sobre su próstata en plena euforia voyeurista—. El efecto de la saliva milagrosa del santo chupador sólo tiene efecto hasta próxima luna nueva.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—¡¡Carajo!!</span><br /><span class="textexposedshow">—Pero podemos hacer un hisopado de esos fluìdos portadores de vida y criogenizarlos para poder ser utilizados a la primera de cambio. Eso sí: el hisopado es un procedimiento algo doloroso y no se puede hacer bajo anestesia porque se corre el riesgo de alterar su acidez y lograr el efecto mórbido contrario.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Entonces?</span><br /><span class="textexposedshow">—O se hace reconstrucción del hecho cada luna nueva o...hisopado.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—A mí —dijo Superella cubriéndose sus partes pudendas con la cartera Chantel—. A mí nadie me hisopa nada.<br />En ese momento se abre la compuerta y entra un hombre alto, rubio, de ojos celestes, una pera una tanto grande y un hoyuelo en el mentón y dice:<br />—Soy el Dr. Kilder y puedo solucionar este merengue. En mis estudios de guiones alterados salvé miles de vidas, y unca nadie me preguntó cómo lo hacía.<br />—¡Un momento! —el Dr. Mac Coy se abalanzó sobre la heroína para protegerla—. Este tipo es un falso médico, yo soy del siglo XXIII y tengo la posta.<br />—¿Falso médico? Puedo traer al doctor Gregory House para que testifique en mi favor.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—¿Ese! —exclamó Mac Coy conteniendo una carcajada vomitiva—. Ese no testifica a favor de nadie, ni siquiera de sí mismo. —Ogui pidió otro gargantúa y Alex Benteveo y Sigfrido von Capo entraron a la carrera.</span><br /><span class="textexposedshow">—¡Otra vez se está yendo la trama al carajo! —aullaron al unísono, blandiendo los pendraivs que contenían los capítulos precedentes de esta saga.</span><br /><span class="textexposedshow">—Nada de eso —rebatió Mac Coy—. Esta trama está perfectamente anudada. Lo digo con conocimiento de causa. Cuando yo era judío mi yiddishe mame me enseñó a tejer. Miren.</span><br /><span class="textexposedshow">Todos se inclinaron para ver. Era cierto. La trama era perfecta. La trama apareció ante sus ojos, desnuda, brillante, como un juego de telas o de fuegos. Y todos vieron todo. El universo, la Metro (comandada por el perverso Ministro Oídos), las calles de Fashion City, Miky, los villanos, la orgía que conmovió los ojos de los jueces de la suprema Corte (confrontar: Ogui vs. Luisiana State Prison Break Under Hell), las naves, los olimpos, la vida, el verso. </span><br /><span class="textexposedshow">—Realmente ustedes están locos —exclamó el lector desde la realidad.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—Tiene razón el lector —dijo Superella y se pasó el rizador por el flequillo—. Están locos, son unos desquiciados, y encima nadie me soluciona el problema de mi resurrección cíclica. El Chupador de Navona me sometió a sus instintos, me avivó un poquito. Pero ya me siento desfallecer, mi vida se escurre como la arena entre los dedos…<br />—¡Cagamos! —dijo el Regente Maurice —el chip de la rubia tetona está fallando, conectó con el canal de metáforas simples. Cambie el rumbo Comisionado Palacios, de inmediato, o esto se hunde.<br />—¡Esta historia está fallando, Capitán! —gritó Scotty, mientras devoraba un pedazo de torta—. Los lectores no van a resistir, tenemos que teletransportarnos a Fashion City y empezar de nuevo.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Paren, esto se arregla fácilmente con mis bolas —dijo un rubio robusto al que todos se quedaron mirando—. Las bolas del Dragón, manga de homosexuales.</span><br /><span class="textexposedshow">Un ahhh de decepción cundió entre varios de los presentes. </span><br /><span class="textexposedshow">—Bueno, yo pido un deseo y ya está –dijo el rubio Gokú—. Miren, quiero volver a Fashion City.</span><br /><span class="textexposedshow">Inmediatamente todo volvió a la normalidad. Aunque algunas quejas se dejaron a escuchar.</span><br /><span class="textexposedshow">—Ah, cierto, me olvidé de avisarles que los deseos vienen con la maldición de una diarrea explosiva —dijo Gokú.</span><br /><span class="textexposedshow">En el espacio nadie escucha tus gritos, pero en aquella nave, los gritos por un baño sacudieron toda la atmósfera de Fashion City. Como cualquier otro día en cualquier otro comic.</span></span></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-90934167043216922282011-07-06T09:12:00.004-03:002011-07-06T09:12:00.702-03:00OBJECCIONES ESPACIALES DE UN PEPINO CÓSMICO<!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> <w:dontgrowautofit/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:latentstyles deflockedstate="false" latentstylecount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><object classid="clsid:38481807-CA0E-42D2-BF39-B33AF135CC4D" id="ieooui"></object> <style> st1\:*{behavior:url(#ieooui) } </style> <![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style> /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:#0400; mso-fareast-language:#0400; mso-bidi-language:#0400;} </style> <![endif]--> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Por fin, la nave despegó. Superella en la silla del Capitán Kirk, y el Capitán Kirk en la cocina con Sulu, preparando la cena. El teniente Ru Paul y Spock en los controles, Sigfrido y Alex en sus puestos de navegantes.<br />Comala había quedado lejos, Fashion City ni se diga: lejísimos. La velocidad fue aumentada y a nuestra héroa se le regó el café descafeinado en el asiento.<br />Luego de sus innumerables aventuras, Superella llegó al espacio. Guiada por el maestro Ogui, siguiendo la trayectoria de un pepino interestelar que se remontó a la estratósfera, siguió por la atmósfera, agarró el ramal Tigre de la línea 60 y sintió como su traje de héroa se iba llenando de polvo de estrellas. Mugre, chatarra, cachos de matambre que orbitaban en el sistema solar, en la Vía Lechosa de Milkybar.<br />El problema consistía en que dicho sector de la galaxia era gobernado por un tal Miky, apolítico de raza, y entonces todo era un desastre: no había un agujero de gusano digno que te llevase a tu casa o trabajo en tiempo normal. Pero Superella era ingenua, hueca, naif. Y solo le importaba lo bizarros dibujos que llenaban las pantallas de la Enterprise. Aunque, en última instancia, sintiera ese calorcito tan especial por Zulu.<br /><span class="textexposedshow">—</span>Oye Zulu, ¿qué cosa es eso que llevas puesto<span class="textexposedshow">—</span> preguntó Superella, coqueteando.<br /><span class="textexposedshow">—</span>Se llama Tutú<span class="textexposedshow">—</span> respondió el chino planetario<span class="textexposedshow">—</span>, es para bailar ballete, ¿verdad, Ru Paul?<br />Aquella morena quedose callada, nomás viendo cómo Zulu le guiñaba el ojo. Superella ni por enterada de esa jotería, pero se sentía soñada. Mientras la nave Interplatanaria se internaba en el sector de Milky, el amor se sentía en el aire, con el aroma a milanesa desde la cocina.<br /><span class="textexposedshow">—</span>¿Y la paella? <span class="textexposedshow">—</span>dijo Tutú.</span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—Fascinante —dijo el Sr. Spock enarcando la ceja izquierda—, en este viaje interestelártico hemos cambiado el nombre del contramaestre Sulu varias veces. Ahora lo voy a llamar Putu.<br />—¡Más putu será tu abuela, Spock! —dijo Sulu correteando por la nave<span style="mso-spacerun:yes"> </span>para evitar que Superella le quitara el Tutú.<br />Un estruendo hizo temblar el plató de la nave y el Almirante Nelson dijo:<br />—¡Kowalsky, levante el periscopio que se acerca un ojebto extraño!<br />—El sonar está activado, sargento Sanders. Tiene forma ovalada, es verde y tiene una especie de granitos.<br />—¡El pepino! —anunció Hoss </span></span><span lang="ES-AR">Cartwright.<br />—¿El tutú habla? –preguntó Superella, al ver, o mejor dicho, escuchar la prenda parlante.<br />—A mi todo me habla —respondió Sulu, haciendo un gesto inabarcablemente obsceno-. Pero la cuestión es si ya terminó de hacerse la paella.<br />Superella iba a decir algo, pero en eso entró Scotty, el ingeniero de la nave, comiendo ingentes pedazos de torta y escupiendo mientras daba gritos y hacía esta oración innecesariamente larga.<br />—¡Los motores no resistirán! —bramó.<br />—¡Yo no soy gorda, tengo huesos fuertes! —gritó Superella, adelantándose a las miradas que ya algo iban a decirle.<br />—¿Por algo te llaman Súper, Ella? —el siempre enigmático RuPaul, se acomodó el intercomunicador inalámbrico en la oreja y prosiguió—: Capitán Kirk, Estoy recibiendo una comunicación del pepino cósmico.<br />—Conecte la pantalla, Ru —dijo Kirk después de limpiarse la pera de tinta de calamar asesino de Kroken, un planeta pequeño de los confines de la vía Milkybar.<br />Se corrió el telón y dejó ver en todo su esplendor al tripulante del Pepino Cósmico, que comenzó su parlamento:</span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—Soy el último representante de una especie casi tan antigua como el universo, actualmente en extinción…</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Se incendió y le dieron con el tubo rojo —se burló Tsulu, por lo bajo. Había vuelto a cambiar de nombre y de personalidad.</span><br /><span class="textexposedshow">—¡Silencio! —bramó silenciosamente Spock—. Déjelo seguir.</span><br /><span class="textexposedshow">—Mi misión es recolectar material genético para rediseñar nuestra especie y he descubierto que su nave transporta tejido orgánico de primera, ideal para cruzar con el mío.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Quién? —dijeron a coro todos los tripulantes de la nave.</span><br /><span class="textexposedshow">—No sé el nombre, ni me importa. Es joven, forma parte de la división que ustedes denominan “sexo femenino” y tiene una inteligencia superlativa.</span><br /><span class="textexposedshow">—Superella no es —dijo Alex Benteveo un segundo antes de quebrarse.</span><br />El Pepino Cósmico se acercó a la pantalla para ver quién dijo eso, la luz le dio en la calva y se escuchó una expresión que hizo temblar la nave:<br />─ ¡¡¿Willis?!!</span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—El mismo que viste y calza, baila y sonríe con labios de piedra pómez.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">Willis, después de haber cruzado varias veces una Avenida bastante perdida, llena de poligrillos, mancusadores y escruchantes, venía a hacerse cargo de lo que fuera, de la sonrisa leve de Spock, del tutú parlante de Zulu, de la barriga de Superella (aunque era otra, su clon eficiente) y de todo otro pecado que hubiera sido cometido en la nave. Pobre Willis, estaba frito como un pollo mojado.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—Vengo en busca de Betty, Peggy, Julie o Mary. Me dijo un morocho dientudo peinado a la gomina que andaban por acá.<br />—</span></span><span lang="ES-AR">¿No era que no sabía el nombre? <span class="textexposedshow">—Sulu lo codeó a RuPaul y se rieron, ambos, por lo bajo.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—¡Basta! —el grito hizo vibrar la pantalla de plasmatrón—. Manga de pelafustanes de cuarta. Vengo en son de paz. He tripulado este pepino cósmico por siglos. He recolectado objectos por toda la Vía Lactosa de Milkybar y me he arriesgado a entrar en el Cinturón de Oreo.<br />—Entonces —dijo RuPaul tocando el hombro de Sulu —viene a buscar a la gorda. ¡Superella, el Pepino te requiere!</span></span><br /><span lang="ES-AR">—No puede ser. Yo soy fashion y los sentimientos de este no me importan un pepino. Seguro que la busca a ella, a la no súper —concluyó señalando a Tzulu.<br />—¿Yo señor? —dijo el mentado haciendo mohínes—. No señor.<br />—¿Pues entonces quién la tiene? —dijo Kirk.<br />—Peor —refutó Spock—. ¿Ahora quien podrá ayudarnos?<br />—¡Yo, por supuesto! —exclamó un mamarracho ridículo vestido de verde apareciendo del espacio exterior—. ¡El Chupador de Navona!<br />El coro de la tragedia griega, La Doce, hizo su entrada:</span><br /><i style="mso-bidi-font-style:normal"><span lang="ES-AR">Y chupe, chupe, chupe<br />No deje de chupar<br />Que chupe lo que chupe<br />Lo vamos a putear.</span></i><br /><span lang="ES-AR">—Esto no me puede estar sucediendo —dijo, pensativa, Superella—. Bruce Willis en plasmatrón HD —mordisqueó una pastilla de cloplarzolam mojada en leche de camella—. Estos tarados de la Enterprise, fuera de época —engulló diez empanadas de pollo—. Los groseros de La Doce, me voy. Me muero.<br />Y exhaló su último suspiro tras un eructo que tronó en todo el universo.</span></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-68792731585419789372011-07-03T09:11:00.003-03:002011-07-03T09:11:00.599-03:00A SUPERELLA MUERTA, SUPERELLA PUESTA<!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> <w:dontgrowautofit/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:latentstyles deflockedstate="false" latentstylecount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><object classid="clsid:38481807-CA0E-42D2-BF39-B33AF135CC4D" id="ieooui"></object> <style> st1\:*{behavior:url(#ieooui) } </style> <![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style> /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:#0400; mso-fareast-language:#0400; mso-bidi-language:#0400;} </style> <![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> <w:dontgrowautofit/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:latentstyles deflockedstate="false" latentstylecount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><object classid="clsid:38481807-CA0E-42D2-BF39-B33AF135CC4D" id="ieooui"></object> <style> st1\:*{behavior:url(#ieooui) } </style> <![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style> /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:#0400; mso-fareast-language:#0400; mso-bidi-language:#0400;} </style> <![endif]--> <p class="MsoNormal"><span style="mso-bidi-font-style:italic" lang="ES-AR">En un relámpago rojo de crema antiage y un tornado de espuma antifreeze, Superella trataba de quitarse los últimos restos de la piñata cuando en el coqueto baño diseñado por Lomosonov, el arquitecto de las starlets, se materializó el rudo Cavallini, asesino serial de espumosas vírgenes y le desactivó el chip de conciencia externa, matándola. Pero en cierto laboratorio, un clon activose de Superella...<br />¿Por qué la desactivaron? Las causas permanecen desconocidas. Lo cierto es que días antes del tremebundo suceso, colgaban pasacalles y pintadas tales como: "El novio de Superella es Yanky", "Viva el Hámster", "Volveré y seré matones", "Superella se exporta, el hambre queda”.<br />—¿Esta va de clones? —dijo Sigfrido—. ¿Por qué no avisa? Tengo que informarme, entrar a la Wikipedia, hablar con mi mentor.<br />—¿Usted tiene mentor? —dijo Alex, extrañado—. ¿En qué lo menta o es mentol o…?<br />—Es mi mentor mental —replicó Sigfrido, airado o aireado, porque la ventana estaba abierta.<br />—¿Y qué sabe ese de clones?<br />—¿Qué si sabe? Venga que le muestro. —Y siguiendo al dicho con un hecho, arrastró a Alex hasta el laboratorio supersecreto que hay en el sótano de la casa en la que acaecen estas aventuras y nunca describimos por falta de tiempo.<br />Sonaba de fondo una cortinilla de Batman y antes de que acabara este par ya estaba en el laboratorio ultra secreto, que de noche, para pagar la luz y el agua, lo ponían de Panadería Desvelada. Techo muy alto, decoración masculina. Muchos posters de modelos de Playboy en pelotas y de autos deportivos. Al fondo, en la silla mullida, el Mentor Mental fumaba puro y bebía leche de burra. Dijo:<br />—Yo vine a Fashion City porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal… —Se interrumpió al verlos llegar, los miró, tragó saliva y saludó sabiamente.<br />—¿Un tal? —Sigfrido también tragó saliva. La incomodidad del momento formó una nube amarilla, sulfúrica.<br />—El nombre de mi padre no viene al caso —dijo el Mentor Mental—. Vayamos al grano.<br />—Sí, vayamos —consintió Alex. Sacó una imponente pinza de desgranar, un bisturí láser y se acercó al Mentor Mental con aires de House.<br />—¡No! —exclamó Eme Eme—. Deje mi grano en paz. Aquí habita la sabiduría que supe conseguir.<br />—¿Le costó cara?<br />—La compré en Miami. Me dieron dos al precio de una en la buena vieja época que ya no volverá. —El Mentor Mental suspiró hondo y enjugó un lagrimón espeso.<br />Alex miró al mentor, el mentor miró al mentado, Sigfrido estupefacto dejó de pasar el plumero por el laboratorio y exclamó:<br />—¡Ahora lo reconozco! Maese Ogui San Canabi, ¿qué lo trae por aquí?<br />—El teletransportador interestelar del Enterprise, nabo. Este puto de Sulu siempre metiendo mal las coordenadas.<br />—Ya que está acá Don Ogui, ¿nos ayuda con el clon de Superella? No quiere salir del baño.<br />Es que el baño era tierra desconocida para el clon. Un clon salido de la Oculta, a medio andar. Es más: había participado de los sucesos del club Albariño, usurpando una parcela de cinco por cinco para poder poner su puestito de santería, pantalla de un oficio un poco menos antiguo que el otro: levantadora de quiniela clandestina.<br />Negociazo. Pero ya se le había pasado la mano. La clon debía entrar en acción antes de que empezaran los rumores como con McCartney en el Abbey Road. Había que sacarla de ahí y ponerle zapatos de inmediato. Ogui San Canabi tocó la puerta sin recibir respuesta, su magia Jedi no funcionaba, el Sulu de seguro la jodió en la transportada…<br />—Anda, niña. Sal un rato. Tenemos pieles. De Bisón y Ornitorrinco— susurró amable el sabihondo.<br />—Bueno, si quiere estar en el baño, que se quede ahí —dijo Ogui, al ver que pasaban cuatro horas y media—. Además yo espero visita.<br />En ese momento se escuchó un timbrazo con la marcha de River, en B menor, y la puerta se abrió solo para ahorrar movimientos de los personajes. Arturo Jauretche venía seguido de Scalabrini Ortíz, viejos amigos de Ogui.<br />—Jauretche, Canning –dijo Ogui.<br />—¡Soy Scalabrini Ortíz!<br />—Bueno, bueno, igual es doble mano. Sé más flexible, hombre.<br />En otra parte de la ciudad, en un sótano que olía a yerbas ilícitas, los Mariguaneros planeaban secuestrar a Dior, en un acto aparentemente anarquista pero que en realidad escondía intenciones sexuales deshon<span class="textexposedshow">estas. Oh pobre Dior, virgen él, de alma, de cuerpo y de drogas también, caminaba por Mataderas, barrio lumpen de Fashion City, tomando una Tab y recordando escenas de una pelicula ochentosa.</span><br />—Estamos entrando en la era de acuario —transmitían unos parlantes—. El fin del mundo se aproxima. El planeta se despega. El poxipol es una cagada.<br />Superella clonada recordó en una fracción de microsegundo su deber para con Fashion City, salió del hidromasaje termal, se secó con una toallita violeta, se puso crema antiarrugas, se maquilló con productos El orate de París, se pasó las planchitas, controló las costuras, se calzó los zapatos, se pintó las uñas, controló los mensajes de texto, actualizó el twitter y…<br />…en ese momento el planeta explotó como un pochoclo.<br /><span lang="ES-AR">Superella abrió los ojos. Estaba sola. Con un pepino en su mano derecha y un hámster en la derecha. Aunque algo incoherente, se sentía tranquila. ¿Había soñado o sólo era un recurso idiota para no explicar la explosión del mundo? ¿Era ella o su clon? ¿La A.F.A arregla los partidos o el fútbol es el opio del pueblo que se estupidiza por los reality shows en el desierto conducidos por Baudrillard? ¿Porqué Ogui flotaba sobre la cama como un maestro yoga, con el sable láser empalmado?</span><br />Y en órbita, Sulu se comía otro pepino, en una mesita con Ru Paul. Riendo las dos como locas.<br />Superella tenía por delante el espacio: la última frontera. Su nueva misión: explorar de mundos desconocidos, descubrir de nuevas vidas y nuevas civilizaciones, alcanzar lugares donde nadie ha podido llegar</span><span lang="ES-AR">. Y fashionarlos.<br />Esta vez le había pegado fuerte. Nunca más le iba a poner azúcar al café, y en adelante lo consumiría descafeinado. Su cuerpo sólo admitía químicos de pureza extrema.<br />Niño Dior, dónde quiera que estés, te encontraré.</span></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-90580665262205092712011-06-30T09:06:00.001-03:002011-06-30T09:06:00.233-03:00PIÑATAS ERAN LAS DE ANTES<!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> <w:dontgrowautofit/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:latentstyles deflockedstate="false" latentstylecount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><object classid="clsid:38481807-CA0E-42D2-BF39-B33AF135CC4D" id="ieooui"></object> <style> st1\:*{behavior:url(#ieooui) } </style> <![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style> /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:#0400; mso-fareast-language:#0400; mso-bidi-language:#0400;} </style> <![endif]--> <p class="MsoNormal"><span class="textexposedshow">A todo chancho le llega su San Martín y a Superella, aunque no lo parezca, también le llegaban los cumpleaños. Aunque ella decía que uno de sus superpoderes era hacer ir el tiempo hacia atrás, las arrugas la iban denunciando. Y además, pese a sus negativas a aceptar la cronología de la gravedad corporal, le gustaba que le prepararan algo para su cumpleaños, que le hicieran regalos, en fin, que le hicieran la fiestita.<br />Los creadores de la Conspirofagia y Miedocitosis, exitosa red de generadores de miedo y afines, se habían propuesto destruir la última piñata, el más preciado de los elementos con que contaba Fashion City para divertir a Superella en sus momentos de distensión sana. Empresa de gran envergadura, claro, porque la defendían hasta los peores enemigos de Superella.<br />—¿En verga dura? —preguntó Mix Mux, que acababa de hacerse hombre pero todavía estaba lejos de comprender los códigos adecuados para ejercer—. Yo me postulo.<br />—Es lo menos que podés hacer —le contestó Supertodos—. Todas pústulas que te quedaron como secuela de tu transformación te hacen el candidato perfecto para la pustulación.<br />—Me postulo, dije —protestó el extraterrestre—. Por ahí no estoy del todo enterado de algunas cosas, pero el idioma terráqueo lo conozco desde hace rato.<br />—Ahora vienen los de Conspirofagia y Miedocitosis, la exitosa red de generadores de miedo y afines. Será una fiesta sorpresa. Superella no se imagina lo que le espera.<br />—¿Compraste remeras baratas en La Saladita?<br />—Sí, unos ochenta kilos de remeras, conjuntos de marca fraguada y zapatos de segunda selección, sin suela o sin capellada.<br />—¿Capellada? No sé qué es eso.<br />Remeras unitalla, claro está. Superella no aceptaría jamás que alguien se aventurara a adivinar su talla. Ya saben, lo único que puede uno especular es su talla de sostén, porque es obvia. La capellada es para que pueda volar sin que las agujetas se incendien y tenga que cambiarlas a cada rato. Súper, ¿no?<br />La cosa es que Mix Mux no tiene una puta idea de la Capellada y eso, queridos lectores unisex, es oro para nosotros. Sin más, seguiré con el relato. Cof.<br />Pero pasaron las horas y el interés iba bajando de nivel y enfriándose en varias tazas. ¿Transformaría la luz de un nuevo día esos breves destellos en palabras?<br />¿Llegarían las palabras entre los sorbos de café? Siempre uno espera a que alguien se levante, tome esta taza, la coloque en la bandeja junto a la suya y no nos deje solo con esta ceremonia. Alguno, que vuelva a tomar la posta y escriba en el rescoldo —¿caliente? ¿frío? — que la presencia de otro ha dejado. Sea como sea, hay que sacar algo para iniciar el diálogo.<br />—Satamente. Los pingos se ven en la cancha cuando la piñata viene medio desinflada.<br />—Ni idea de lo que decís, loco —dijo Superella y prosiguió como si nada—, y aviso: en mi cumple nada de sushi ni de esas cosas extrañas. Quiero un lechón bien adobado y a las brasas.<br /><span lang="ES-AR">—Quiere un lechón bien adobado y a las brasas —dijo Alex Benteveo—. ¿De dónde lo sacamos?</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—De la rotisería, mamón —respondió Sigfrido von Capo muy suelto de cuerpo.</span><br /><span class="textexposedshow">—Un lechón bien adobado y a las brasas, pero mamón. ¡Pretenciosa la nenita!</span><br /><span class="textexposedshow">—Mamón sos vos, pero no importa. Ella es… Superella. La hija de tu mente, y de la mía. Está destinada a ser la súper heroína que supere a todos los súper héroes de comic.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Te parece?</span><br />Convocaron a Narda Pepes, la gran chefa de Fashion City, para adobar al lechón de peluche más primoroso que una heroína hubiese podido imaginar.<br />—¡Esto es el acabose! —dijo Doña Petronila revolcándose en la tumba—, ¿Cómo va a cocinar un chanchito de peluche? Estos cocineros modernos y sus asquerosidades caras, inútiles y escasas, por suerte.<br />—A la héroa le va a gustar, Petronila —dijo la ayudanta de cocina Balde—, ella es moderna, rubia y tetona.<br />—Nada, nada —gritó Petronila, cazó un lechonchito de seis kilos, lo degolló, lo desangró, lo cuereó, lo adobó y lo metió en una asadera en el horno de barro.<br /><span lang="ES-AR">Pero había algo que todos desconocían: La ropa barata, las carteras truchas, las joyas de la calle, eran su talón de Aquiles. Cada vez que Superella estaba cerca de estos peligros su cuerpo se debilitaba, sus habilidades se iban a tomar unos mates y su mente se nublaba como si hubiese estado tomando dos litros de whisky arkentino. Esta debilidad solo la conocían Las Gras Trans.</span><br />—Y yo —dijo LaUna, vuelta de su circuito entre Alberdi y Lacarra—. ¡Quiero chancho mamón! Hago lo que sea pero no me puedo perder esa fiestita.<br />Mamita con el "hago lo que sea". LaUna era capaz hasta de jugarla de padrillo del querubín, el nonato bastardo de nuestra héroa.<br />—¿Te parece que esto no se está yendo para Plumas verdes? —preguntó Alex Benteveo.<br />—¿Dónde queda Plumas Verdes? —respondió Sigfrido von Capo haciendo gala de su proverbial ingenuidad.<br />—Muy cerca de la casa de Remedios Concepción, la esposa de Manolo Lalora.<br />—Tampoco conozco a Remedios Concepción. Me pierdo muchos contactos porque salgo poco.<br />Alex Benteveo rió por lo bajo. Estaba tentado de poner a Sigfrido como personaje de la serie, pero hubiera sido demasiado obvio. Justo en ese momento sonó el teléfono y Sigfrido atendió.<br />—¿Hola?<br />—¿Me das con el Alex, tío? Soy la Reconcha.<br />—¿Quién?<br />—La Reconcha, la mujer de Manolo Lalora. ¿No me recuerdas, tío? La del desmadre aquel durante las Fallas.<br />—Sí, diga.<br />—Digo que ya estoy cansada de las interrupciones de ustedes dos. Siempre abusando de la metaficción y la autorreferencia. Así que acá les voy a comunicar con Arturo.<br />—¿El que se va blando y vuelve duro?<br />—No, Jauretche.<br />—Miren –dijo Jauretche-. Ustedes se tienen que dejar de zonceras, porque sino después viene Animal Fronchates y se escribe un libro abusándose de mí y ya no sé qué hacer. Y además la fiesta ya empezó. ¡Viva Perón, carajo!<br />En el departamento de Superella se escucharon los primeros ruidos festejativos. Gritos, saludos, música, relinchos, serruchos, chanchos, hombres bronceados y cubiertos de aceite, eructos, soplamocos, tiros y corridas de mujeres desnudas cubiertas de grasa.<br />El plan malévolo de los villanos de turno no prosperó, por supuesto. Jauretche y el Restaurador, usaron todas las remeras unitallas para envolver los sanguches de miga sobrantes para reventa en plaza Once y se fueron por el foro, antes de que los alcance el punto del final.</span></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-38493514988844780642011-06-27T08:42:00.000-03:002011-06-27T08:42:00.246-03:00EL ATAQUE DE LOS PAYASOS TRISTES<!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> <w:dontgrowautofit/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:latentstyles deflockedstate="false" latentstylecount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><object classid="clsid:38481807-CA0E-42D2-BF39-B33AF135CC4D" id="ieooui"></object> <style> st1\:*{behavior:url(#ieooui) } </style> <![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style> /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:#0400; mso-fareast-language:#0400; mso-bidi-language:#0400;} </style> <![endif]--> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Aunque la aparición de Superella en una reunión de payasofílicos anónimos apenas duró unos instant<span class="textexposedshow">es, fue suficiente para que aquel grupo de enfermos maquillados sufrieran una horrible transformación. De simplemente pretender acostarse con payasos, decidieron transformarse en verdaderos payasos, pero el problema fue evidente. Ninguno de ellos tenía gracia. Ni la más mínima.</span><br /><span class="textexposedshow">Por eso habían contratado a Mix Mux, sin conocer su pasado. El personaje, disfrazado de una taza llena de capuchinos helados, pretendió ser invisible ante los ojos de la diva, mientras tiraba capuchinos para hacerse más liviano y salir volando de allí, antes de que esos enfermos se dieran cuenta de que era un payaso.</span><br /><span class="textexposedshow">—Necesitamos organizarnos —dijo Gualberto Kankan, director del fundillo de monedas mundiales—. Tengo un grave problema, si no me lo solucionan detendré la producción de monedas y se acaba el mundo fashion.</span><br /><span class="textexposedshow">—Tranquilo, Kanki —dijo Eduardito Balde candidato eterno a presidente de Fashion City—, en cinco te lleno los shoppings de casimonedas, o lanzo una ley para que todos compren en plástico.</span><br /><span class="textexposedshow">Superella, que seguía conectada a la reunión por fallas en el sistema de teletrasportación, escuchó tres palabras que la transtornaron: monedas, shopping y plástico. De inmediato se comunicó con el Niño Dior y debatieron el plan para contrarrestar el plan de los payasos tristes. Ella quería comprar y seguir comprando pero sólo lo haría si el dinero no devenía en ficción especulativa.</span><br /><span class="textexposedshow">—Señores —dijo Superella—, no quiero un mundo de vacío existencial. Hace poco leí la obra de Juan Pablo Sastre y sobre todo me detuve en analizar su novela El vómito. Allí aprendí que las telas que me cubren son mantras del Único y que sólo es posible acceder a ellas a través de realidad. Por lo tanto, arreglá vos tus bolonquis sexuales que yo me encargo de sostener el problema. Y ustedes, payasos, retrocedan o los transformaré en abogados.</span><br /><span class="textexposedshow">Los payasos, lejos de retroceder, tomaron un cacho de energía oscura, la metieron en un agujero negro. Llamaron a Supertodos: Mesías de Nihil, quién después de dejar a su esposa Matrioshka, sus ocho hijos encapsulados uno dentro del otro y las estepas siberianas de Husky; y atravesar una crisis de negación identificatoria positiva y haberse transformado en LaUna: travesti interuniversal, retornó a su imagen habitual encontrada en la novela La tía de Mínimo Porky.</span><br /><span class="textexposedshow">Los payasos sabían que sólo Él podría combatir a Superella y su plastificación indeleble.</span><br /><span class="textexposedshow">Superella tomó pose de batalla como todo super héroe y fijó la vista en LaUna. Mirada fría como pavo de navidad en el refri, manos listas, boca seca, la toma se vuelve sepia, el celuloide se quema por la fuerza de la mirada. </span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—Te haré añicos como Gokú hizo con Freezer, LaUna. Te advierto —lanzó con voz poderosa con un fleco a media cara. Muy sexy, hasta eso.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">La tierra tembló y los payasos, tristes como los tres tigres en el trigal, sollozaron a ritmo para ver la lucha que se venía.</span><br /><span class="textexposedshow">—Congelen y mírense bien a los ojos. No hablen. Intenten conectarse porque no lo están haciendo. Superella: LaUna no es LaUna sino Supertodos a secas, que te parió. Y vos Supertodos: no morcillees porque te bajo de la obra. Respetá lo que dice el guión y sobretodo los pies, ok? No quiero más desconcentración, carajo. Y ustedes tres hagan de coro griego-concluyó el director de teatro Moscardi, dirigiéndose a los payasos</span><br /><span class="textexposedshow">Todo iba a continuar en el hilo narrativo normal, con perdón de la neurosis de Freud, pero tuvo que interrumpir un deux ex machina que venía a medio funcionar porque los cables estaban medio pelados.</span><br /><span class="textexposedshow">Todos debieron inclinarse, los payasos temblaron. En la absolutez de la Tierra. Frente a ellos, estaba Ronald McDonald. Comiéndose una hamburguesa de Pumper Nic.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Qué hay de nuevo, viejo? —dijo, en medio mordisqueo.</span><br /><span class="textexposedshow">—¡Socorro! —exclamaron todos al unísono—. ¡Estamos perdidos! ¡Es Bugs Bunny disfrazado! El Caos nos toma por asalto…</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Los asusté? —Ronald McDonald se sacó el disfraz y quedó desnudamente Bugs—. No se vayan, paisanos. Esperen que ya viene Lucas.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿También Lucas? —El espanto colectivo cargó energía y puso en peligro el remiendo de la Tierra hecho por Superella en una aventura previa.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿No se nos está yendo la mano? —dijo Alex Benteveo.</span><br /><span class="textexposedshow">—No —respondió Sigfrido von Capo—. Démosle otro poco de gas.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Invasores extraterrestres?</span><br /><span class="textexposedshow">—No, mejor intraterrestres, disgustados porque el pegamento les afecta la orgasmicidad.</span><br /><span class="textexposedshow">—¡Dale!</span><br /><span class="textexposedshow">—Aunque, pará un momento.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Qué?</span><br /><span class="textexposedshow">—¿El pato Lucas o George Lucas?</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Cuál es la diferencia?</span><br /><span class="textexposedshow">—Que siempre quise usar un sable laser. Y hacer zum, zum, zum.</span><br /><span class="textexposedshow">—No hace zum, zum, zum. Hace krsss krsss krss.</span><br /><span class="textexposedshow">—No, no. Bueno, no importa, tenemos que salir de este bache. Porque si metemos dibujos animados nos va a tapar el chiste fácil.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Cuál?</span><br /><span class="textexposedshow">—Creo que he visto un lindo gatito.</span><br /><span class="textexposedshow">—Y, no estaría mal. Acá hay mucho tipo suelto en trajes de latex y eso. Yo no quiero decir nada, pero me parece que se está poniendo medio maraca todo esta superheroicidad.</span><br /><span class="textexposedshow">—No entiendo─dijo Superella, trayendo como a modo de reflexión ese famoso pensamiento hecho palabra de la librepensadora contemporánea Karina Olga Chelinek.</span><br /><span class="textexposedshow">Y prosiguió.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Y por qué meten en esta historia a los animalitos? ¿Por qué esa maldad?</span><br /><span class="textexposedshow">Y ahí, definitivamente, se descuajeringó todo.</span><br /><span class="textexposedshow">Alguna vez, en el tiempo de la Fashion Vintage, se advirtió que la superheroicidad causaba efectos secundarios: alergia al latex, alucinaciones locochonas, dibujos animados involuntarios… y abogados. Cosa que, off course, nuestros amables personajes se pasaron por el arco del triunfo. Por fortuna aún no llegaban a la etapa de abogados. </span><br /><span class="textexposedshow">─¡Me pelan el sable laser! ─gritó Supertodos, aprovechando la confusión y la zanahoria para saltar sobre nuestra héroa para de inmediato consolar a los payasos tristes cantando coplas de conejitos.</span><br /><span class="textexposedshow">—Esto se desmadra –dijo Alex Benteveo.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Ningún animalito está siendo lastimado en la realización de esta historia? Espero, sniff.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Espero que qué?</span><br /><span class="textexposedshow">— Espero que no.</span><br /><span class="textexposedshow">— Ah! menos mal! Si no, nos encarcelan con ergástolo</span><br /><span class="textexposedshow">— Ni lo mande Dior.</span><br /><span class="textexposedshow">— Uy, se me escapó el esgastolo con tilde.</span><br /><span class="textexposedshow">— Encendé un fósforo.</span><br /><span class="textexposedshow">— No, mirá si se prende fuego. Pobre tilde, ¿cómo le vamos a hacer eso? El tilde es un animalito pequeño, fino y oblicuo que medra en las marismas vocales de Palabrá, cerca de la estepa de Expresión Sustantiva. No hay peligro de que sufra porque no tiene sistema nervioso ni ninguna otra clase de sistema, voto a Paul Watzlewick y la Escuela de Palo Alto en pleno. Pero es cosa mía, viste.</span><br /><span class="textexposedshow">— Si hasta el tilde puede pasear con el odradek y los centauros con las apostillas se refocilan en dunas bajas de marismas yertas, todo es un continuo de fluencias que Superella ya no puede llevar porque el prét-á-porter le queda de maravillas sólo para las peleas durante la hora del almuerzo, igual esto va a no tener remate.</span><br /><span class="textexposedshow">— ¿Te parece que lo necesita?</span><br /><span class="textexposedshow">— No, mejor nos hacemos los intelectuales y lo dejamos con final abierto. Así queda la multiplicidad de voces y…</span><br /><span class="textexposedshow">— Pará que se me escapa el tilde. ¡Tilde! ¡Tilde!</span><br /><span class="textexposedshow">—Pero qué tipo pelotudo. Lo único que falta acá es zoofilia. Y todos vamos en cana. Mejor váyase lector, desaloje, desaloje que esto no da para más. ¡Váyase, carajo!</span></span></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-32014287257309514552011-06-24T09:48:00.002-03:002011-06-24T09:48:00.188-03:00SUPERELLA HEROÍNA ESPIRITUAL<!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> <w:dontgrowautofit/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:latentstyles deflockedstate="false" latentstylecount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style> /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:#0400; mso-fareast-language:#0400; mso-bidi-language:#0400;} </style> <![endif]--> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Después de la boda cancelada, Superella, nuestra heroína de la capa caída, se encerró en su depa a reflexionar sobre su vida… bueno, seamos honestos: se encerró a gritar, patalear maldecir al Willis por haber dicho “No” cuando el Za-Cerdote preguntó si la aceptaba como hembra. Ni qué decir del Mortadelo, ese no tenía perdón de Dios por lo que hizo…<br />—Superella, lo tuyo es la Fashion, ¿qué le buscas al calvo ese de Willis? — dijo una voz que se coló por la ventana rota.<br />—¿Quién vive? — preguntó entre mocos— ¿quién me habla?<br />—Soy yo: Dios<br />—¿Dios? No. Esto no es posible. La verdad de la milanesa es que soy una mujer que vive interrumpiéndose a sí misma —se lamentó Superella—; es hora de terminar con esto.<br />Y entró en un mundo infinito y profundo, divagando en eso de que una vez que reconocemos nuestras míseras interrupciones nos conocemos mejor a nosotros mismos.<br />—Cada distracción es un hilo suelto —aseveró—. Y tengo experiencia en mi propia carne y en mis propios vestidos mal cosidos —qué horror— del daño que los hilos sueltos nos pueden causar.<br />La experiencia de niña doméstica y sumisa del ayer, y de antes de ayer y de antes más que antes del ayer, la habían afectado tan profundamente que hoy, estaba todavía bajo la influencia de aquellas desgraciadas experiencias con tal realismo que, para ella, hoy todavía era ese ayer. Ahora no sabía ni quién era ni donde estaba.<br />—Bueno, ya que no me reconoces como tu Padre, te dejo con mi secretario, Reamik Chopra, el hermano de Deepak.<br />—Hola, Superella —dijo la misma voz. No era sorprendente, porque Dios puede tener la voz que se le antoje, y por ese mismo motivo no cambia de voz cuando cambia de marioneta—. Me vengo a ti para que comprendas la vileza de tu mundo frívolo y entres al mundo espiritual. Ya verás los cambios en tu vida cuando aceptes mi Verdad.<br />—¡La acepto! —exclamó Superella, la reina de las volubles. Estaba encantada, ilusionada, maravillada, magnetizada, encandilada, aturdida, fascinada, seducida, pasmada.<br />Pero en el fondo, algo hacía a Superella volver a su amado Willis y el recuerdo de Alberdi y Sarmiento la descompuso. Se decía: “¡Soy una héroa interruptus!” varias veces seguidas. Estaba tironeada salvajemente por Dios, que le estaba pareciendo como cualquiera que la quisiera levantar, y fuerzas oscuras.<br />Oscuras como pudieran ser las escenas cuando Dios habla. Ya saben, la zarza de Moisés, los muros de Jericó, las nubes del Sinaí… Superella estaba a oscuras, no por tanto por la presencia divina —eso ya la tenía mongólica a tope— sino porque en la última salida abrupta se llevó de corbata su última lámpara art noveu junto con la ventana. Típico; pero iluminadísimo. Tú entiendes, Reamik.<br />—Pero, man, ¿Dios no ha muerto? —volvió a interrumpirse en circular confusión.<br />—Sos lo que sos, tu creación y tu destino. Sé lo que eres. Haz lo que haces. Dí lo que dices —le susurró Reamik, mientras ensayaba remedios y medicamentos con flores de diente de león sin resultado. La herida seguía sin cicatrizar—. Pocas cosas dificultan más nuestro contacto con la realidad que las cuestiones que quedan colgando, sin pararse y sin resolverse —prosiguió Reamik—. En la vida hay que saber acabar. Mientras no acabemos plenamente un capítulo de nuestra vida, no estamos en condiciones de continuar y acabar el siguiente. —Cual si el polvo que se levanta frente a la zarza ardiente nos obnubilase, con el mundo claro u oscuro y Superella estaba a oscuras: Dios tomaba su mano y ella en la mano tenía una… ¡caramba! —Esto no lo esperaba—. El supuesto Dios la dejó tomando la mano de un maniquí muerto y ella no tenía su pulserita Cartier Rive Gauche. ¡Córcholis!<br />Levantose la heroína y los ademanes de karatazos al aire dejaron, por lo menos, un par de moretones al tal Reamik, dondequiera que haya escapado el ojete. Espiritual, se puede con gusto, pero dejar que le enreden de tal forma ameritaba al menos una cachetada.<br />—Se lucha contra el crimen por un precio justo, Reamik —farfulló hincada, close up a su rostro, luego paneó al hueco de la ventana—; pero este capítulo al menos, hay que acabarlo con una poquita de gracia, como la canción ¡Ladrón!<br />Del otro lado, el Reamik, pulsera en mano empezó a parlotear frutalmente: Dios ha muerto y el Diablo y algún que otro Arcángel. Superman está agonizando. Supertodos es nuestro mesías. Nació en la Baja Moscú. Tuvo cinco hijos, una esposa mística y marxista. ¡Semejante secretario se había conseguido el Dios!<br />Tengo que irme de acá, se dijo Superella, en este derrape narrativo no hay cuerpo que a una le aguante. Aprovechando su capacidad para teletransportarse, la cual había aprendido de Gokú, un primo japonés del chino tácito que guiaba sus pasos, se desmaterializó y volvió a materializarse en un cuarto lleno de gente.<br />—Otra vez me equivoqué —dijo Superella, mirando las caras de los presentes.<br />En vez de terminar en algún Shopping, como era su intención, su cuerpo se halló de pleno en un grupo de autoayuda a payasofílicos.<br />—Solo por hoy, no payasearé —decía uno de los adictos—. Solo por hoy permaneceré serio, sin caídas estrepitosas ni zancadillas a mis compañeros. Solo por hoy no me pintaré la cara ni daré sopapos a cada uno que se cruce conmigo…<br />—¿Me pueden explicar qué es esto? —dijo Superella resistiendo la pulsión mística que la impulsaba a desnudarse y entregar su cuerpo a los payasos.<br />—Lea un par de renglones más arriba y lo sabrá —dijo un payaso patético demasiado parecido a un candidato a presidente clonado de un presidente anterior como para pensar que no era el hijo de la madre que lo parió.<br />Tras leer, Superella decidió volver a teletransportarse. Alex Benteveo y Sigfrido von Capo se restregaron las manos entusiasmados. La treceava entrega de la historia de la heroína estaba tomando cuerpo y amenazaba con terminar entre fuegos de artificio.<br />—Yo...sólo quiero que me amen —gimió. De chica siempre soñaba con que mi amor cambiaría al mundo. Pero no es verdad. Mi amor no ha cambiado al mundo ni a nadie. Inspiro y expiro y no siento placer. Pero finjo. Me basta con saber que estoy viva, me digo. Y es mentira.<br />El gordo lo llamó el Nirvana, el barba lo llamò el Cielo y otros lo llamaron la Tierra Prometida. Lo cierto es que para nuestra heroína sigue siendo Viento. O bruma.<br />La teletransportación terminó en un programa berreta de televisión.<br />—¿Y usted le gustó o no le gustooooó? –-preguntó el conductor José María Listorta.<br />—La verdad que no –contestó Superella.<br />—Bueno, la verdad que no nos importa. Podemos terminar creyendo en cualquier cosa, podemos terminar no creyendo en nada. Podemos silbar como en una película de Monty Python.<br />—¿Pero?<br />—Pero al final, siempre vamos a tener más rating con tetas y culos.<br />Y cientos y cientos de mujeres semidesnudas aparecieron bailando. Por sueños, o al menos una buena foto en un book.</span></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-32769182459607469312011-06-21T09:02:00.001-03:002011-06-21T11:47:29.575-03:00SIN SUPERELLA EL MUNDO SERÍA PEOR<!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> <w:dontgrowautofit/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:latentstyles deflockedstate="false" latentstylecount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><object classid="clsid:38481807-CA0E-42D2-BF39-B33AF135CC4D" id="ieooui"></object> <style> st1\:*{behavior:url(#ieooui) } </style> <![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style> /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:#0400; mso-fareast-language:#0400; mso-bidi-language:#0400;} </style> <![endif]--> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Superella parte, finalmente, para dar de patadas a los diseñadores de moda con telas bastas, ord<span class="textexposedshow">inarios dibujos, a defender, en fin, nuestro derecho al buen gusto. Ahí va. Gallarda, hermosa, con la pulpa de una exhibicionista y la pasta de una heroína o al menos de pasta base. Con ella todo parece color de rosa, no como el rosa del Restaurador, sino un rosa de pastel de casamiento, casamiento que quizás ella nunca tenga porque el pelado de Willis ya no piensa en ella, o ella no hace méritos.</span><br /><span class="textexposedshow">Pero igual, entre las lágrimas ella vuela por la ciudad para cobrar… para cobrar unos pesos. Lo que se pueda ligar, porque los superhéroes están con la capa caída, si tienen capa, o con los antifaces por los tobillos.</span><br /><span class="textexposedshow">Aún así, el mundo, el mismo que alberga a Fashion City, ignora por completo el peligro que corre si es que nuestra heroína —la de la capa caída, no el polvito blanco, ese no falta— se tropieza con su antifaz y se rompe la crisma dando un beso al asfalto. Ni lo mande Mafalda. No.</span><br /><span class="textexposedshow">Stop. Noticia de última que viene a romper —para variar— los hilos: momento de extrema ilusión en los hogares fashion a causa de lo que informa Fashionbook en cadenas de copy/paste: Ludomatic Zquirra, compañera de la primaria de Superella, deja el horóscopo chino por la alta costura, aconsejada paradójicamente por el Chino Tácito. Superella, nominada compañera de fórmula de Ludomatic, se peina a lo Evita, se saca 500 fotos y se queda con solo una que sube a fashionbook, anunciando así a los fashionbookaficcionados que es hora de dar un vuelco en las relaciones humanas. Se impone en el mundo fashion una nueva modalidad de cuestionario en las calles, bares y boliches: a la pregunta ¿De qué signo sos, muñeca? le sigue simultáneamente la de ¿Quién te viste, cariño? Los fashionbookaficcionados apaluden enardecidamente. Superella dignifica.</span><br /><span class="textexposedshow">Mientras estos horrendos sucesos ocurren como quien dice a la vuelta de nuestra propia casa, en el planeta Mongo la producción de prendas de vestir piratas no se detiene. El emperador Tortillín, un bufarrón del carajo, diseña las horribles blusas y polleras con las que pretende inundar la galaxia. Por añadidura (una torpe, tosca añadidura) cada prenda trucha posee una anilina venenosa que exterminará la vida en la Tierra para dejarla vacía y propiciar la llegada de los mongoles. Pero Superella, muñida de su habitual astucia, consigue el figurín del emperador y planea la estrategia adecuada para entrar en combate.</span><br /><span class="textexposedshow">¿Qué cosa peor que un mundo mongolés y encima, mal vestido? Superella no puede permitir semejante bajeza. Decidida, se levanta y ajustando el antifaz a su atractivo rostro, declara con el puño al aire:</span><br /><span class="textexposedshow">—¡Nadie en esta Galaxia debe mongolear con polleras de semejantes colores! —Acto seguido, se cierra la toma en su mirada, en sus ojos azulados detrás del antifaz con un filtro de cámara que envidiaría Robert Rodríguez—. ¡Ludomatic Zquirra, mi furia es contigo, zorra de mierda! —Brama esto y sale por la ventana, rompiendo el cristal, como siempre. Está de más decir que los vidrieros hacen su agosto (también su marzo y su junio) con las salidas de Superella para luchar contra el Mal.</span><br /><span class="textexposedshow">Y aquí tenemos a nuestra heroína, enemiga del opio de las escuelas y fiel consumidora de cuanta frivolidad sobrevuele el planeta.</span><br /><span class="textexposedshow">Y aquí la tenemos, cayendo sobre Ludomatic Zquirra en el momento preciso en que Mix Mux, el alienígena de tres penes, está desencadenando un orgasmo frenético en la maldita zorra enemiga de Superella. </span><br /><span class="textexposedshow">Mientras, Superella veía con envidia tanto frenesí, tanta lujuria, tanta babosa experiencia que, a mitad de camino ya estaba casi cachonda, al cuarto del camino empezó a flamear su capa sexual, hasta que por fin dijo para sí:</span><br /><span class="textexposedshow">—¡Ma sí, antes de destronarla, únete a la fiesta! —Y se les unió.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">Las tres bocas, los tres penes, las dos vulvas y las cuatro tetas intercambian fluídos.<br />—¡Sobra un pene! ¡Sobra un pene! —exclamaba ilusionado Supertodos, ahora LaUna, travesti interuniversal pictures. Y se entreveró en la festichola.<br />—Sigue sobrando un pene, LaUna —dijo con la voz etrecortada Superella—, ¿o vos te operaste?<br />—Ya mismo estoy llamando al INADIFC, vos siempre me discrminás, Súper.<br />—¡Basta! —la voz omnipresente de La Corte Suprema de Fashon City inundó el ambiente—. Si no me leen el título esto no va. Orden y Progreso. Vuelvan las letras al redil.</span></span><br /><span lang="ES-AR">—¡Oh, jueces terribles, Minos, Radamantis, Frini, Ranea! No juzguéis o seréis juzgados.<br />—A los únicos que hay que juzgar aquí son los guionistas. Ya está: promuevo en instancia única un proceso por insania. Vamos, ustedes sigan <span style="mso-spacerun:yes"> </span>copulando que hay que poblar este universo con más meta-humanos. También necesitamos más saca-humanos, más villanos, más conflictos, más planetas que se incendien, más caos ordenado que si no Hollywood no nos va a dar bola.<br />Superella se despertó sobresaltada y húmeda del sueño post múltiple sex. El radiorreloj arrancó el día con música de los Deads Kennedys y la voz desaforada del locutor de fm Cityshake:<br />—¡Por fin llegó el día! ¡JUICIO FINAL PARA TODOS! ¡Va a ser un día MEMORAAABLE... PARA MORIRSEEEEEEE! JAAAAAAAA<br />Superella pensó que hay que estar bien vestida en los juicios. La buena presencia influye en los jueces. Mirá si te toca un Oyharbody, tan mediático él. Se metió entonces en su vestidor de 140 metros cuadrados.<br />—¡No tengo qué ponerme, carajo.<br />—Superella no tiene qué ponerse, Alex —dijo Sigfrido.<br />—No tiene —aceptó Alex—. Inventémosle un vestuario.<br />—Vale. Hago una llamadita y lo resuelvo.<br />—¿Una llamadita? ¡Qué eficiente!<br />—Hola, ¿con el club Boca Lasciva Juniors? Necesito un vestuario completo para Superella. ¿Cómo con o sin? ¡Ah, sí! Lleno, lleno. Déjelos a los muchachos mientras Superella se viste. Ella es una superheroína y sabe cuidarse sola. ¿Cómo que no quieren saber nada con la heroína y mucho menos con la súper? ¿Por el control antidoping? Ah, bueno. —Sigfrido cortó la comunicación y dijo—: Va a tener que ir en pelotas.<br />—Y justo hoy que llega Chopra…</span></p><div style="text-align: justify;"> </div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-42787344768730538542011-06-18T08:59:00.001-03:002011-06-18T09:28:09.525-03:00BICENTENARIO A LAS PATADAS: Superella contra Mortadelo<!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> <w:dontgrowautofit/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:latentstyles deflockedstate="false" latentstylecount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><object classid="clsid:38481807-CA0E-42D2-BF39-B33AF135CC4D" id="ieooui"></object> <style> st1\:*{behavior:url(#ieooui) } </style> <![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style> /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:#0400; mso-fareast-language:#0400; mso-bidi-language:#0400;} </style> <![endif]--> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-AR">—Los escritores, ¿son un grupo de villanos o de locos? —preguntó<span class="textexposedshow"> Superella pero más bien era esa una pregunta retórica.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—Las Gras Trans son las villanas de este episodio. Comandadas por Mortadelo, estas supervillanas sólo tienen habilidades relacionadas con la química de los alimentos. Mortadelo, en realidad, esconde su identidad tras la efigie del respetable doctor Colmillot, un astuto comerciante de imágenes y huecos para el bolsillo de la dama y la cartera del idiota —dijo el Chino, Alfred para los amigos.<br />—Lo que vosotros no sabéis —dijo Ortuñón de Manises, saliendo de la página 18 de un tebeo— es que Mortadelo fue asistente de Bruce Willis en Duro de Matar XVII; no le fue mal pero quedó asqueado de tanto limpiarle la calva de sangre falsa.<br />Esa mañana, además del Bicentenario de Fashion City, se cumplía un año desde que Mortadelo había evitado a toda costa aquella boda de Superella con su ex jefe. Momento memorable recogido por “Calle ahora o hable para siempre”, tanto que marcó una enemistad digna de una fiesta con Sauron y Frodo…<br />—¿Y ahora qué? —dijo Alex Benteveo—. Tenemos tantos personajes que no va a alcanzar el catering que contratamos.<br />—Podemos comprar salchichas y pan de panchos —dijo el chino, que ya se imaginaba incrementando la caja diaria de su supermercado, "El Argenchino Gauchazo".<br />—Una paella para mí, ¿podréis apañaros para elaborarla? Con conejo, por favor.<br />—Chino no querer más superhéroes en supermercado. Chino cansado de ropa ajustada de Superella. Chino no poder controlar líbido por las nubes. Chino se transforma. Argggggg —y el Chino se pone tan caliente que se transforma en la bestia, en el Increíble Mao Mao.<br />—No sé por qué el chino se pone a hablar en tarzanesco —dijo Alex Benteveo mirando con acritud a Sigfrido von Capo.<br />—Yo no escribí ese párrafo. Fuiste vos.<br />—¿Yo? ¿Qué mosca te picó?<br />—¿Mosca? Un moscardón, será.<br />—Morcardona.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—¿Moscarda?</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Tenemos una botella de moscarda? —Alex se removió en la silla, paladeando por anticipado el moscarda añejo que Sigfrido atesoraba en su bodega.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—Un moscarda cosecha 1975 que podría venderse en quince mil euros en el mercado de Añejos de Chateax Chantibril.<br />—¡Vengan a “El Argenchino Gauchesco”! —gritó el chino—. Oferta dos por uno y un chocoarroz de regalo, diecisiete pesos.<br />—Eso es competencia desleal —dijo Alex, súbitamente deprimido.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Esto se espesa –dijo Superella.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—Eso no es nada –dijo Benteveo—. Ahí viene Mortadelo. Esto huele a trampa.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Y el de al lado no es… ¿Filemón?</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—No, es Pastrón.<br />—Es Filemón. Son los malvados Mortadelo y Filemón.<br />—No, te digo que son Mortadelo y Pastrón.<br />—Pero…</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Pero, nada, callate boluda —espetó von Capo mordiéndose las uñas—, ¿o querés pagar derechos de autor? Es Pastrón, Pas - trón, nada de Filemón. Y por otra parte, así como el general Ircam tiene de ladero al rabino Rabinovich, a nosotros nos conviene un poco de pastrón para que la colectividad nos tenga en cuenta, ¿no es cierto, doña Rebeca?</span><br /><span class="textexposedshow">Mientras, en un puesto de morcipán clandestino, esperando el tenedor cómplice del enmascarado Alfred, un tentador espécimen de negra morcilla candombera, mezcla pura de sangre, cartílago, piolín caliente y corazón, oriunda del sur, de los más bajos instintos frigoriferos, yace bajo cuatro candados y a las brasas. Si antaño la negra pudo con don Lisandro y regenteó a lo lindo el bulín de la carne, qué no iba a poder con esa masa de giles que creen que la leche nace de un sachet.</span><br /><span class="textexposedshow">El talismán de su piel caliente indicará cuando es la hora. O el timer de la parrilla, sé igual…</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—¿Me hablabas, hijo? —Doña Rebeca puso la mano en la oreja—. Estoy un poco sorda y mi hijo que no me consigue el aparatito ese para oír mejor.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Nada, nada, doña Rebeca. Le hablaba del pastrón y el pepino —a Sigfrido von Capo se le hizo agua la boca.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—¿Pepinos, iguerkes? Te doy la receta.<br />—Ahora no, doña Rebeca, estamos en un cuento y parece que la guerra empieza de nuevo, después de 200 años.<br />—¿No le digo todos los días a mi amiga Golde? ¡La inseguridad nos está matando!</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Vamos señora, que no tengo todo el día —dijo el chino, amoscado.</span><br /><span class="textexposedshow">—Cierto. Dame 200 gramos de morta, chino. —Doña Rebeca apuró la cuestión.</span><br /><span class="textexposedshow">—Dejámelo a mí. Mortadelo, detente o te fileteo, a vos y a Filemón.</span><br /><span class="textexposedshow">Mortadelo y Filemón comenzaron a romper todas las botellas de moscarda. El Increíble Mao Mao no lo toleró ni siquiera un segundo. La guerra había empezado.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">¡BANG!</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">Superella llegó de un salto ─como Kramer en Seinfield─, y comenzó a repartir sopapos a toda la concurrencia. Le tocó hasta al pequeño que cuidaba las bicicletas nucleares en la banqueta. Les volteó el hocico como una maestra ninja sin despeinarse un ápice. Al tiempo que iniciaba la madriza legendaria, se escuchó un ruido como de motor fuera de borda. Ya venían a hacerla añicos, pero ella, tomando una capa Hilfiger se desvaneció en los vericuetos del hiperespacio pero debió pagar el precio de escuchar la voz del inefable Tommy haciendo declaraciones antisemitas, contra el colesterol bueno y contra los pepinos macho. La voz les dijo:</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—No tengo sangre. Yo la bebo…<br />—Usted beba lo que quiera —dijo la Policía de Derechos de Autor—. Pero acá se acaba de producir una violación.<br />—Bueno, violación… —trató de suavizar Sigfrido—. Tal vez un estupro de homenaje.<br />—Homenaje nada. Ustedes dijeron Filemón, yo lo leí bien clarito. Si juntan Mortadelo y Filemón, están cometiendo una clara violación.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Era Pastrón, Pastrón. Además, ya terminó el cuento, los villanos están vencidos.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—Nada, se me van todos a la patrulla.<br />Mansamente, los personajes entraron en el camión policial. Doña Rebeca los miró pensativa. Pastrón, tendría que haber pedido pastrón en vez de mortadela.</span></span><span style="Times New Roman"font-family:";" lang="ES-AR"></span></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-25775890017774671422011-06-15T09:50:00.002-03:002011-06-15T09:57:19.113-03:00SARMIENTO Y ALBERDI, DOS CONTRA EL CRIMEN<!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> <w:dontgrowautofit/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:latentstyles deflockedstate="false" latentstylecount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><object classid="clsid:38481807-CA0E-42D2-BF39-B33AF135CC4D" id="ieooui"></object> <style> st1\:*{behavior:url(#ieooui) } </style> <![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style> /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:#0400; mso-fareast-language:#0400; mso-bidi-language:#0400;} </style> <![endif]--> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-AR">Todo estaba bien en Fashion City. Las luces de neón hacían el amor con las vidrieras, la in<span class="textexposedshow">flación permitía orgías de precios, la demanda estaba pipi cucú. Pero hete aquí que dos villanos del demonio, Bergman y Borggirl, quisieron desestabilizar las cosas. En primer lugar, robaron las reservas del Banco Federal de Ciudad Agnóstica (gran urbe que está a 200 km. de Fashion City, algún cartógrafo que me ayude). Luego, pasados de escabio, se fumaron toda la guita y, gritando a los cuatro vientos, recorrieron la ciudad proclamando que el fin se acercaba, que el sistema chocaría contra sí mismo, que lo único que podían hacer era votarlos a ellos en las próximas elecciones para alcalde, que se encargarían de todo y de todos. </span><br /><span class="textexposedshow">El primero que los enfrentó fue el Capitán Casino.</span><br /><span class="textexposedshow">—Esto no va a ninguna parte —protestó Sigfrido von Capo señalando con el dedo lo que había escrito Alex Benteveo.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿A ver esto? —Alex recitó—: Arrancó la flor del broche con gravedad, olió su casi no olor y la puso en el bolsillo superior. Lengua de flores. A ellas les gusta porque nadie puede oír. O una fragancia envenenada para matarlo. </span><br /><span class="textexposedshow">—¡Animal! —exclamó Sigfrido—. Eso se parece demasiado al Ulyses de Joyce.</span><br /><span class="textexposedshow">—No se parece, lo copié —retrucó Alex—. Es plagio. Pero no te preocupes. Por un lado levantamos el nivel de la serie, y por otro nadie se va a dar cuenta. ¿Te creés que alguien más aparte de la tía de Joyce leyó el Ulyses?</span><br /><span class="textexposedshow">—Hay un tipo.</span><br /><span class="textexposedshow">—Quién.</span><br /><span class="textexposedshow">—No sé, pero vivía en un lugar de la Mancha del cual no quiero ni acordarme.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Por qué?</span><br /><span class="textexposedshow">—Ahí vivía mi hermano. Y no éramos para nada unidos. Todo el día nos pegábamos con fierros.</span><br /><span class="textexposedshow">—Eso es feo. Che, mirá ahí. ¿No son Sarmiento y Alberdi?</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Esos que se manosean?</span><br /><span class="textexposedshow">—No, los de allá.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Tendrán algo que ver con el Capitán Casino o será otro hecho sin sentido en esta aventura donde todavía nadie sabe qué pinta Superella?</span><br /><span class="textexposedshow">—Qué se yo. Sigámoslos. Capaz que no nos defraudan.</span><br /><span class="textexposedshow">Alex y Sigfrido se aproximaron a los sujetos mencionados.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Ustedes son Sarmiento y Alberdi? —preguntó Alex.</span><br /><span class="textexposedshow">—No, somos Alberdi y Sarmiento —respondió Alberdi, o Sarmiento.</span><br /><span class="textexposedshow">—Es indistinto —dijo Sigfrido—. ¿Luchan contra el crimen? ¿Están dispuestos a salvar a Superella de las garras de la sinarquía, es decir, de la arquía china?</span><br /><span class="textexposedshow">—Somos los grandes héroes de la nación —dijo Sarmiento, o Alberdi—, y lo único que nos importa es encontrar una heroína.</span><br /><span class="textexposedshow">—No sé si le puedo conseguir heroína —dijo Sigfrido— pero capaz que lo conecto con un muchacho que vende otras marcas de merca. ¿Ribotril le sirve?</span><br /><span class="textexposedshow">—¡Silencio! Ahi viene el Capitán Casino, por el espacio. Su nave de naipes hecha en Chacarita...</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Te volviste loco?</span><br /><span class="textexposedshow">—Si no decís esas palabras, el Capitán Casino te envuelve en naipes y dados. De hecho, esas son sus armas. Y es que creció en un casino de Gamecity y sólo sabe tirar esas cosas.</span><br /><span class="textexposedshow">—Che, boló, no veo por dónde seguir el hilo, pero confieso que me pudre que nos hayan metido de nuevo en esta burda historia —dijo, Alberdi, calzándose los esquíes alpinos—. Y ojo con ese falso anacronismo y esta firme aseveración: desde que el virreinato es Plata los políticos se deslizan como piñas en el hielo y creen que los Andes es un error de Dios. </span><br /><span class="textexposedshow">—Los políticos —refutó Sarmiento—, estamos para eso: para hablar y dilatar los argumentos y así justificar los hilos, viejo. Y toda nuestra historia es burda, John Batist.</span><br /><span class="textexposedshow">—Ok. Tócala de nuevo, Sarm.</span><br /><span class="textexposedshow">Y en el piano sonó eso de que fue la pluma su vida y su elemento y lalala, acompañado por una corneta blanquiceleste mundialista que le daba un lindo touch de jazz villero.</span><br /><span class="textexposedshow">—¡Amo la bubuzzella! —exclamó Nelson Mandela bailando en una pata porque la otra se la había comido un cocodrilo del Nilo.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Y este? —dijo Sarmiento—. Había que abrir la inmigración para los europeos…</span><br /><span class="textexposedshow">—Chito —dijo Alberdi—, que el INADI tiene orejas largas. Y, además, leé el título de este cuento: tenemos que luchar contra el mal.</span><br /><span class="textexposedshow">—Ajá. No me digas que este negro es del bando de los buenos.</span><br /><span class="textexposedshow">—Alex —susurró Sigfrido—: hay que volver a introducir a los villanos del principio. Si no esto se cae a pedazos.</span><br /><span class="textexposedshow">El Capitán Casino y el chino se cagaban a carcajadas de lo que veían y escuchaban; después de todo, siendo ellos los villanos ─uno villano, otro chino de ojitos de regalo─ no habían tenido chance de disparar la máquina de resoplidos para destruir el mundo y darle a los Dos contra el Crimen algo por qué luchar…</span><br /><span class="textexposedshow">—Prepará la máquina, chino —dijo el Capitán Casino—. A esos dos les vamos a dar como para que tengan.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Qué hace la máquina? —dijo el chino, ladino y astuto. No se quería arriesgar a los presuntos efectos colaterales de la mecánica cuántica que gobernaba el artefacto.</span><br /><span class="textexposedshow">—Funde el bronce, chinito. No les va a quedar ni un pelo de héroe, a esos.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Qué estáis tramando? —dijo Superella entrando por la ventana. Habla así porque nos acaban de avisar que la serie está por ser comprada por un canal de Valencia.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Nosotros? ¡Nada! —dijo el Capitán Casino escondiendo el artilugio en su gran bolso de bolitas cachuzas.</span><br /><span class="textexposedshow">—Ya os daré nada, tíos. ¿Vais de coña? A follar a otro tablao —agregó propinándoles a los villanos una serie de golpes de karate dignos de una de ninjas. </span><br /><span class="textexposedshow">—Momento, momento, momento –dijo Alberdi atravesando la pared—. Bergman y Borggirl son los villanos en esta historia. ¿Nadie leyó el principio?</span><br /><span class="textexposedshow">—La gente se entretiene con baratijas, no lee —dijo Sarmiento cayendo del techo—. Uy, mirá, pero si es Joaquín V. González que trae la dentadura de Belgrano.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Quién ve González?</span><br /><span class="textexposedshow">—Joaquín.</span><br /><span class="textexposedshow">—Joquín Cortez que no quita lo valiente, qué bailarín.</span><br /><span class="textexposedshow">—Caries no tiene —dijo González, analizando la dentadura del prócer—. Pero le pinté los dientes de celeste y blanco. Eso seguro que intimida a los malos. De última usamos la bomba atómica de Perón.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Y si llamamos a Superella? –dijo Sarmiento-. Al menos para justificar su existencia de heroína.</span><br /><span class="textexposedshow">—¡Epa, acá estoy? ¿No me ven?</span><br /><span class="textexposedshow">—¿No le daba a la merca? –intervino Alberdi.</span><br /><span class="textexposedshow">—Iuju, soy yo, Superella.</span><br /><span class="textexposedshow">—Oia —dijo Sarmiento—. Creímos que eras Lola Flores.</span><br /><span class="textexposedshow">—Noooo, tontos, soy Superella, pero hablo en galaico porque nos acaban de avisar que la serie está por ser comprada por un canal de Valencia.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Entonces, ahora qué hacemos?</span><br /><span class="textexposedshow">—¡A darse de ostias que esto se va de madre, joder! —fulminó Superella</span><br /><span class="textexposedshow">Mientras tanto, Bergman y Borggirl, en sus oficinas, firmaban la venta de la serie al canal de valencia. ¡Qué villanazos!</span></span></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-55217462895196214442011-06-12T09:17:00.000-03:002011-06-12T09:17:01.399-03:00SUPERELLA SE QUIERE CASAR CON BRUCE WILLIS Y EL CHINO LE HACE LA VIDA IMPOSIBLE<!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:punctuationkerning/> <w:validateagainstschemas/> <w:saveifxmlinvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:ignoremixedcontent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:alwaysshowplaceholdertext>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> <w:dontgrowautofit/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:latentstyles deflockedstate="false" latentstylecount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style> /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:#0400; mso-fareast-language:#0400; mso-bidi-language:#0400;} </style> <![endif]--> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-AR">—¡Me quiero casar con Bruce Willis! —dijo Superella,<span class="textexposedshow"> en su trajecito sastre, frente al espejo, en su identidad común y corriente de Linda Cartera, periodista, investigadora privada, abogada de familia y antropóloga.</span><br /><span class="textexposedshow">Momentos antes, en el televisor, Willis había anunciado sus intenciones de casarse con cualquier meta-humano que le hiciera el amor en la atmósfera. Decía que era un morbo que venía arrastrando desde la etapa celestial (luego de la anal, oral, del Edipo, del Electra, etc.).</span><br /><span class="textexposedshow">Pero no lo puedo hacer yo sola, pensó. Así que raudamente fue hasta la azotea de su imponente Torre LeMauro Viale y encendió la señal de sus compañeros de superaventuras.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">En otro lado de la ciudad, Sarmiento y Alberdi vieron una escuela proyectándose en el horizonte.—Alberdi, dejá ya las pastas bases —dijo Sarmiento, que había terminado de tejer el pullover a medio hacer de su madre Paula Albarracín de Cahen Danvers—. Superella nos llama.<br />—Necito ayuda —dijo Superella hablando en riojano. Se le ocurría que eso estaba bien si el interlocutor era Sarmiento.<br />—Vamos para allá —dijo el sanjuanino.<br />—Gracias —dijo Superella. Se dispuso a preparar el equipaje, pero sonó el teléfono.<br />—¿Cómo te atreves a pensar en casarte con Bruce? —estalló la voz airada del chino tácito en la oreja de la superheroína.<br />—¿Estás leyendo mis pensamientos?<br />—Lascivos pensamientos de una casquivana cholula y consumista.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">Superella colgó furiosa y se abalanzó sobre el vestidor para elegir el vestuario con el que viajaría a los Estados Unidos para consumar su unión con el hombre duro de matar, pero antes de que pudiera accionar el tirador de la puerta, el chino tácito se materializó en la habitación.</span><br /><span class="textexposedshow">—¿Cómo es posible que…?</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—Esto es un cuento, tarada —dijo el chino.<br />—No importa, no va a impedir mi casamiento.<br />—El artista marcial puede detener cualquier acontecimiento con el poder de su pensamiento –dijo el chino, sacando un revólver.<br />—¡Alberdi, no escatime sangre de chino para regar los campos de Fashion City! —dijo Sarmiento, reventando la puerta del departamento a puro golpe de cabeza de una maestra de colegio inglés.—¡Vinimos al rescate del orgullo europeo, nacional y popular! —vociferó Alberdi.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—¡Gracias, mis héroes patrios! —cantó Superella haciéndole panda a Sarmiento y llenándole la cara de besos. Teniendo en cuenta el tamaño de la cara de Sarmiento, le tomó unas buenas dos horas completar su faena. Mientras tanto, Alberdi reducía al chino con un boomerang de corto alcance que le había sido regalado por el Primer Convicto de Australia, Fenimore Cooperschmidt, quien a la sazón gobernaba la isla-continente.</span><br /><span class="textexposedshow">—Esto no va a quedar así —dijo el chino—. Mil setecientos millones de chinos me vengarán.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—¿Mil setecientos millones? ¿Desde cuándo son tantos? —dijo Alberdi, quien creía eso de “gobernar es poblar” pero sin exageraciones.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—El maldito capitalismo nos trajo la pornografía, el consumismo y la inflación —se quejó el chino.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">Y cómo no iba a quejarse. Mil setecientos millones de chinos mirando pornografía saturnina al mismo tiempo podrían ser capaces de causar mucho desastre si se les dejaba libres. Una suerte de arma secreta digna de oponerse a cualquier duro de matar o, mejor dicho, duro de casar.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Ustedes no hablen —le espetó una estatua parlante a su derecha—. Los chinos sí que nos llenaron el planeta. Ahora estamos de gira por cualquier planeticucho de morondanga porque no dejaron de darle a la fucking dance.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—¡Paren! —gritó Superella —¿Después de todo este matete, alguien tiene una estrategia para casarme con Willis? ¿O se van a quedar masturbándose con la idea de población y esas pamplinas? ¡Háganme el favor, che! —culminó, deschavando su origen rioplatense la platinada héroa.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Sí, convencerlo de las virtudes de la familia tradicional –dijo un hombre vestido con una camisa hawaiana rosa que entró por la puerta destruida del departamento.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—¿Y ese quien es?<br />—El portero —dijo Superella, porque el otro se atragantaba con un choclo y no podía contestar—. El Restaurador.<br />—Como decía —dijo el Restaurador—. Lo nuevo es lo viejo, eso seguro se lo gana.<br />—Este habla como el chino —intervino Alberdi.<br />—Nosotros tenemos uno mejor —dijeron al unísono Sigfried von Capo y Alex Benteveo.<br />—Vamos a secuestrar a Bruce metiéndonos en una película que vimos anoche —agregó Alex—. Esa en la que le habían raptado a la familia unos malvados y él tenía que conseguir una información y había un incendio y los malos disparaban con ametralladoras de grueso calibre.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Acá está la llave para entrar a la película.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">Mientras tanto, en Ciudad Lépura, Bruce Willis se pulía la calva mientras miraba en su pantalla el último catálogo de humanas con órganos sexuales aún en servicio. Ya saben, en esta época todo mundo se implanta cosas y uno no sabe si le comerán el pito de una mordida. La mañana llegaba y sus ojos se volvieron al cielo, pronunció sin pensar: Superella, que en ese momento soñaba con su casorio, pero en medio de una especie de orgasmo de organdí, no va que la héroa ve al chino que caza al vuelo unos agujeros negros y se los planta en sus calzas, mostrando que, bajo esa apariencia angelical, Superella tenía unos tremendos pelos en las gambas. ¿Se despertaría de esa?</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—¡Momento! —dijo el querubín, importándole un comino romper con el hilo argumental.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—¿Quién es usted? —clamaron al unísono Sigfried von Capo y Alex Benteveo.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Soy el bastardo de Superella y Bruce, tío.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—¡Pero usted todavía no nació! —bramaron todos los personajes de la novena.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—¡No nací, pero ya voy a nacer! ¡Y en flor de quilombo los voy a meter!</span><br /><span class="textexposedshow">Y dicho esto, se dedicó a sacarse la pelusita interestelar que se le había pegado en el cordón umbilical que buscaba pista en un hotelucho de mala muerte, entre Ciudad Lépura y el Cabo de Pornox.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—Así nunca me voy a casar —dijo Superella, entre sollozos y mucosidad.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Bueno, Willis no te convenía —dijo el Restaurador—. Además, seguro que es bufarra.</span></span><br /><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">—Y nos tenés a todos nosotros —dijo el chino, abriendo sus brazos, ofreciendo el amor puro y sanador de los amigos.<br />—¿Los tengo a todos? —dijo Superella.<br />—Pero sí, tontita —dijo Sarmiento—. Las amistades no se matan.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—A todos…</span></span><span class="textexposedshow"><span lang="ES-AR">La sonrisas se ampliaron mientras una efímera lluvia de miel caía del techo.</span></span><span lang="ES-AR"><br /><span class="textexposedshow">—Bueno, todos, entonces ¡vayanse a cagar, manga de eunucos pelotudos! </span><br /><span class="textexposedshow">Y encerrándose en el baño, comenzó la atenta lectura de la revista Solteronas Hoy.</span></span></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-2264241385285162011-06-09T09:40:00.001-03:002011-06-09T12:46:37.742-03:00LA DANZA DE LOS CLONES EPILÉPTICOSEl sonido de los tacos pareció repercutir en la noche como palabras inconclusas. Las metáforas no son lo mío, pensó Superella, deteniéndose frente a las puertas de aquel antiguo templo de amplias góndolas y estrechos pasillos, donde el chino tácito que parecía acompañarla desde siempre impartía sus conocimientos.<br />—Pase, esta abierto —dijo el chino—. Las puertas son ilusiones, los descuentos también.<br />Superella se quitó los zapatos y entró a aquel ambiente de sabiduría y productos en oferta. El minimercado La Sabiduría de Oriente, regenteado por el chino, permanecía en un silencio de legumbre.<br />Un chino particular. Mirada perdida y ojitos de regalo como todo chino, pero que al cerrar las puertas se dejaba ver la avidez del que ve en su visita la oportunidad de meter un par de fajos de billetes a su bolsa.<br />Superella lo miró por sobre el estante de las boas Pierre Vouton, con aires de grandeza pero codicia de temporada de piel de marrano espacial.<br />Días como estos, pensaba nuestra heroína, no se dan a cada rato. Sin embargo, ese chino tenía algo. Algo sexy pero muy muy sospechoso.<br />—¿La invito a pasar a la sección especial? —dijo él, rompiendo el silencio y haciéndola saltar del susto, como conejo en celo...<br />—¡Shhhhhhhhh!<br />Un chistido en la soledad, un búho en el minimercado, una cagada en el hombro de Superella, una rata que trepa por los cables, cucarachas tiritando en la heladera.<br />—Este no es el ambiente adecuado para una heroína —dijo Superella.<br />—¿Heroína? ¿De la buena? ¿Querer?<br />Superella siguió caminando por el pasillo hacia la luz mortecina de la trastienda con una misión clara. Los clones que había traído al mundo estaban fallados.<br />—No sé si debo —murmuró Superella, insegura.<br />—Acá no debe nadie, no se fía. Pero usted debe deber. Su mundo es caótico y desnivelado.<br />—Lo sé.<br />—Sé que lo sabe.<br />—Lo sabía.<br />—¿Cómo no saberlo?<br />—Una hace lo que puede.<br />—Se debe hacer lo que se puede.<br />—¿No era que no se debe?<br />—No acá no se debe, no se fía. Paga hoy, mañana se lo lleva el pampero oriental.<br />—Para salir de esta necesito regresión a un momento concreto de mi vida—sentenció Superella—. Puedo claramente divisarlo sin ningún esfuerzo: Ommmm... el día de la reapertura del Ultra Shopping Galaxi, cuando todo el mundo que era parte de mi mundo, esperaba que este ejército en llamas que soy, intentara dar un golpe de vidriera. Juro por todas las medias caladas de Pain Jem que se me llena el alma recordando esto y me hace bien, muy bien...Para entonces, ya había recopilado tantas pilchas para ese posible salto de banca que tuve que explicar por qué...(caray, no recordaba esto)... no se materializó. De pronto, me tuve que parar a pensar (¡caray! maldigo esta regresión que ahora me trae a cuenta esto) y lo que es peor, poder hilar un simple y llano argumento como el que necesito ahora para darle un sentido a esta octava secuencia. Y eso, diablos... veo que me sigue costando...<br />—Si piensa tanto voy a tener que cobrar —dijo el chino armando en su rostro la habitual sonrisa de chino.<br />—¡No sea grosero! —dijo Superella—. Y vamos rápido a ver los clones que me estoy impacientando. A las ocho cierra Rosaura a las 10, la tienda superfashion que acaba de inaugurar Chiquita Susana. Tengo que ir a retirar una estola de piel de renacuajo del canal marciano.<br />—¡Cómo me gustaría ir a Marte! —suspiró el chino.<br />—¿Quiere conocer Sirte, el monte Olimpos, la estatua de Ray Bradbury?<br />—No. Me gustaría poner un lindo supermercado.<br />—¿No le alcanza con este minimercado?<br />—El hombre no conoce sus límites hasta que no los cruza.<br />—¿De dónde saca todas esas frases? ¿Vienen en galletas de la fortuna?<br />—La fortuna es esquiva, como hilo de tanga.<br />—No, en serio, ¿de dónde saca todo eso?<br />—Tengo unos monos amaestrados, mercenarios del Rey de los Monos. Dicen que no paga bien, retacea bananas. Yo les doy buena fruta y hasta algunos manices. En Marte, mis monos tendrían mucho espacio para hacer galletas de la fortuna. Aunque creo que esta situación la robé de un capítulo de los Simpson. Así que quizás tendría que pagar derechos.<br />—Los marcianos son medio xenófobos. Por eso me gustan, son de los míos. Le aviso, nada más.<br />—Los marcianos son xenófobos porque así lo quiso (quiere) el nabo que se cree Dios y que escribe, ahora, entre tazas de café, tus aventuras, y es tan nabo que ni siquiera es capaz de escribirme el acento chino ¡Soy chino, boludo!<br />Y así, sin lápices ni ventanitas de colores ni puntos mínimos que configuren la realidad, Superella se hundió en la trastienda, junto al chino, junto a mil clones de ella que no sé, no quiero saberlo tampoco, de donde salieron. Locura guionística, que le dicen.<br />—Guionistas locos... Se han arrogado la facultad de borrar y manipularnos a su antojo, autoproclamándose integrantes de la "Corte Suprema de Fashion City" ¿Vuestras Excelencias conocen derechos tales como la libertad de circulación? ¿Pueden los honorables iluminados de esos dignísimos estrados amputarnos las piernas?<br />¿Quién determina que cantidad o de qué calidad somos? ¿Y nuestra historia previa? Já. ¡Ésta la van a manipular! Yo, Chino Tácito-aunque oriundo de La Banda, Santiagueño hasta la muerte, me muevo al son de cualquier escritor, mientras los grandes inquisidores se mecen en la duermevela. Y camino, muy a pesar de todos. Toco el aire y no los toco. Me río de sus caras y en sus caras y no lo pueden impedir. Sigo navegando en otros teclados, en otras mentes insomnes, hablo en Mandarín o en jeringoso y subrepticiamente les puedo morder hasta el bozal y la ley. ¡Miren que boludo que soy! ¿Y quién es el que está realmente ahora en la trastienda? ¿Quién? ¿El loco? ¿El guionista? ¿La toga suprema? ¿Dios?<br />La verba del chino se iba extendiendo mientras Superella lo miraba. La cara del oriental iba cambiando de color mientras sus propósitos se iban perdiendo en medio de su delirio místico comercial y las imágenes de monos y personajes secundarios se diluían también entre los recovecos de la mente de un narrador, también tácito que le iba buscando el final a una historia que quizás no la tuviese, pero mírese qué tarde que es y todos los párrafos que hay, quién se va a detener a leer para concluir este entuerte. Váyase, Superella, digo yo, narrador, que soy todos y ninguno a la vez, váyase a Rosaura a comprarse esas tanguitas que ya tengo fantaseadas, yo me quedo con el chino. Sí, siga el camino que sus tacos le quién. Acá me quedo yo, poniendo este punto final.<br />—Jajaja —rió diabólicamente Sigfried von Capo—. El tipo se creé que es él el que escribe y pone el punto final.<br />—Nosotros escribimos, salame —agregó Alex Benteveo—, y somos nosotros los que ponemos el punto final. Y el punto final es ESTE.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-73557245573817409252011-06-06T09:58:00.000-03:002011-06-06T09:58:00.620-03:00DULCITO Y BACÁN EN PROBLEMAS ORGANIZATIVOS—¡Porca miseria! —entró gritando Dulcito al baño de Bacán—. Si cada vez que presentamos una línea de perfumes o de ropa interior, tenemos que invitar a Superella, ¡estamos fritos!<br />—¿Por qué? —tronó Bacán—. ¡Es una dulce! ¡Siempre nos compra algo!<br />—Es que la siguen esos facinerosos extraterrestres de porquería… Rompen las instalaciones, se nos ponen nerviosas las modelos… ¡Así el negocio no puede andar!<br />Dulcito decidió que para evitar la impertinente irrupción de Superella, había que contratar unos matones, eso sí, que no fueran muy caros… <br />—De verdad, no lo entiendo… —murmuró Bacán. <br />Dulcito hizo un desdén a Bacán, que ni la drag queen de turno habría hecho mejor ¡Hasta para quejarse tenía glamour!<br />Los matones empezaron a llegar. Kink Konk, especialista en depilado sin cera; Iveco, más grande que un camión con acoplado y Lucifer, un enano de setenta centímetros que saltaba dos metros y te rociaba con un aliento más fétido que un cementerio de elefantes recién fallecidos.<br />—¿No serán muy brutos, estos? —susurró Bacán—. Me dan un poco de… miedo.<br />—No seas marica —replicó Dulcito—. Ya aleccioné a los sujetos y les unté la voluntad con jalea de arándanos. En todo caso, si el asunto se pone denso, tienen unas remeras de diez pesos compradas en el Once para moderar la fuerza de Superella.<br />—El enano no me gusta: tiene problemas motrices. No sabe enhebrar. Y esto nos puede generar problemas con la Orden Fashion de Antidesórdenes Psicomotores —dijo el segundo ayudante de modas, Segundo Piaffa.<br />—¿Y eso que tiene que ver, Seg? —cuestionó Dulcito.<br />—Tienen que camuflarse con oficios del ramo. Si Superella se entera que la seguridad del predio esta bajo un absoluto control, no pone ni la minúscula uña de su minúsculo dedo gordo del pie en la alfombra turquesa mar caspio al atardecer. Es una mina insegura que ama la inseguridad, no lo olviden.<br />—¿No te parece que están metiendo demasiados personajes en la historia? —dijo Alex Benteveo escondido en el equipo de aire acondicionado. La comisión supervisora de la TRUCA había tomado cartas en el asunto a partir de la aparición de copias pirata del comic de Superella en Fashion City.<br />—Me parece que sí —apoyó el Sigfried von Capo—. Estos son unos mamarrachos. Démosle su merecido.<br />En la calle, una alfombra turquesa cielo de Júpiter, marcaba el camino que debían seguir los invitados. Unas vallas de metal plateado separaban al periodismo y al vulgo. Desfilaron: Paquita Mayorteli, Bruno Scapitute, Sofía Glomenca, Adalberto Rufino, Mariángeles Spacavento y muchos otros más.<br />Unas horas después el salón principal del Palacio Bersacalle, alquilado para la presentación, comenzó a llenarse.<br />Sólo faltaba ella: Superella.<br />Puertas adentro, las modelos se maquillaban y peinaban. Los ayudantes arreglaban y probaban.<br />Un grito surcó el aire y dejó petrificado el ambiente:<br />—¡Dulcito, y la puta que te parió!<br />Dulcito miró hacia Bacán. De su boca aún brotaba el pestilente insulto.<br />—¿Qué pasa? —dijo Dulcito.<br />—El enano, eso pasa. Mirá lo que hizo.<br />Bacán llevó a Dulcito hacia el sótano. Los cadáveres de Sigfried von Capo y Alex Benteveo colgaban de un gancho de carnicero. El enano Lucifer afilaba unos cuchillos.<br />—Dice que iban a interrumpir el desfile.<br />—¿Y?<br />—¡Los está feteando! ¿No ves las lonjas que está poniendo en ese pan, con el queso y la mayonesa? <br />—Opino que los encerremos a todos en el cuartito azul del fondo con la playstation 8 hasta que resolvamos esto. Y ese Alex... —masculló Dulcito—, que me perdonen los dioses pero se lo merecía, ¿desde cuándo a un agente secreto le importan tres rábanos cuántos personajes se meten en la historia? ¿O es que estaba recibiendo alguna clase de vuelto por la exclusividad de algunos? <br />—Puede ser. TRUCA le debía dos meses de sueldo por trabajo a destajo —irrumpió en escena Segundo Piaffa, totalmente negado a ser un extra en esta historia.<br />Demasiados personajes, demasiados testigos, demasiados crímenes. Cadáveres de poca monta, de los cuales el doctor Saffaroni ya se encargaría. Por lo demás, buena parte de la prueba ya estaba siendo deglutida en simples de jamón y queso. Lo único que realmente le quitaba la pesadilla a Dulcito era UNA. Esa UNA que en medio de uñas esculpidas, pelos al viento y confusas señales, apareció. ELLA, la inconfundible, la única, la unívoca, la unisciente, la omnifashion, la super, LA… Supertodos, ahora LaUna, transformada en una diva de metro ochenta. Pestañas de sauce, tobillos de columna griega, manos de escultura de Podín. Y unas tetas… unas tetas que ni el Dr. Tecambio podría imaginar. La peor archienemiga mortal de Superella. Superfashion, un pelo divino que brillaba con la brisa de la nochie. Perfume celestial que dejó a Dulcito en un trance interminable.<br />Bacán seguía organizando los últimos preparativos para el desfile. Sólo faltaba Superella.<br />—¿Qué hace Superella? —dijo Bacán deglutiendo canapés de seudocaviar a tres por minuto—. ¿Por qué se demora? ¿Acaso nos desprecia? ¿Cuándo viene?<br />La verdad de la milanesa es que Superella estaba trabajando a destajo para reconstruir a Sigfried von Capo y Alex Benteveo a partir de unas células madre que las parió conservadas en la heladera Siam de la abuela Candelaria. <br />—Un par de minutos más y los clones estarán listos —dijo la heroína frotándose las manos. Solo la carcomía una duda existencial digna de Jean Paul Sastre: ¿qué ropa les pondría cuando finalmente emergieran de los tanques de clonación? No podía ser ropa barata comprada de apuro en la calle Avellaneda. Tenían que ser pantalones de Pastoruci, botas de New Fashion, camisas de Anders Village…<br />Con los clones listos y una nube de extraterrestres apocalípticos, Superella enfundada en su mejor mono de seda de Indorusia Monamur hizo su entrada triunfal.<br />Los matones refeos: Kink Konk e Iveco se le fueron al humo y al frente de ellos estaba LaUna protegida por Lucifer.<br />Superella dudó un instante, se encomendó a San Esteban Mártir de las Pantuflas Celestiales y comenzó la gran batalla.<br />Las divas se agarraron de las pechugas. Los extraterrestres mordisquearon a Kink Konk, Iveco y Lucifer. Los matones tiraban patadas y piñas, menos Lucifer que arrojaba big bolas de fuego.<br />En su central de recontraescasainteligencia el Regente Maurice sonreía.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-59889314205093115662011-06-03T09:57:00.000-03:002011-06-03T09:57:00.718-03:00LA LEY Y DIOREl Niño Dior, el sagaz compañero de Superella, estaba en apuros. Un cruel villano, Populum, lo había secuestrado cuando estaba atragantándose con hamburguesas de plástico en una de esas cadenas de comidas rápidas que le pagaban los ropajes y la vida. Al tomar conocimiento de ello, Superella fue al juzgado, a pedir una orden de allanamiento al juez Saffaroni. No vaya a ser que me pase lo mismo que al Capitán Casino, pensó nuestra heroína, más ahora que los jueces están muy hinchapelotas.<br />—Señor Juez de la Corte de emisión de órdenes de Fashion City —comenzó su parlamento Superella—, vengo ante Usted con un trajecito de corte inglés que marca mi silueta y alarga mi talle, un pañuelo de Vergolio y unas botas re-cancheras de Soto, para solicitarle con muchísima urgencia, dado que mi compañero Niño Dior, ha sido secuestrado por un morocho y grasoso malhechor llamado Populum, y es mi deber ante toda la ciu…<br />—¡Cortala, loca! —el juez golpeó el martillo sobre el escritorio—. ¿Dónde querés allanar? Y no me rompas más las bolas.<br />—Allane en los barrios bajos y las villas —dijo Superella, medio desesperada—, allane los lugares de los grasas y los gronchos, allane las canchas y los bares donde se reúnen los malhechores. ¡Allane todo!<br />—De acuerdo —dijo el juez inesperadamente—. Te voy a dar el gusto, pipistrela. Pasá a mi despacho y andá sacándote la bombacha. —Superella no había entendido lo de pipistrela, pero lo demás sí, más o menos. Se preocupó por el asunto de la bombacha. Era un modelo exclusivo de Guernacci, no uno de esos trapos inmundos fabricados por vietnamitas asquerosas que se compraban en los tugurios de Villa Albertina.<br />¿Adónde guardarla? ¿En la cartera sin fondo, diseño exclusivo de Vuiton Barrionuevo, que le había regalado la princesa Mínima de Luxenburgo? El juez tenía fama de ser un feroz semental digno de película pornográfica italiano de alto presupuesto, pero el Niño Dior era una inocente criaturita que valía la pena el esfuerzo. Aunque no la bombacha.<br />—No, no —dijo Superella—. Voy a tirar una naranja al aire y todos los morochos de Fashion City se van a tirar a agarrarla y ahí voy a poder encontrar al Niño Dior.<br />—Pero qué barbaridad, cómo va a decir esas guarradas —dijo el ayudante del juez, el calvo Jorge Jackonson—. Los negros también son gente que mea de parado.<br />—¿El qué?<br />—Como los trabucos, travas, travesaños, travelines, travelos, traveliños, muñecos con manija, puerta con picaporte, inflable con pico…<br />—¡Pare Jackonson! —gritó el Juez.<br />—Bueno, que también son gente, quiero decir y usted, tan blanca que hace odiarla, tendría que ir en cana por discriminación. ¿No, señor juez?<br />—¿NO, SEÑOR JUEZ? —repitió alzando la voz. Saffaroni había perdido todo contacto con la realidad. Lo esperaba en su despacho un homicidio preterintencional llegado de manos del oficial Servizatti como pan caliente. Aparecía en la caratula provisoria, en enormes letras rojas, datos imprecisos de la víctima: "N.N. MASCULINO.MENOR DE EDAD".<br />¿Y si el cadáver irreconocible que yacía sobre el tapete de ese hall minimalista era la mismísima criatura Dior? <br />—Es un bofe —dijo regurgitando un palito rancio Jackonson.<br />Las fotos del que dormía el sueño eterno desangrado dejaba lugar a todas las dudas, incluso si se trataba de alguna especie de humano.<br />—¿Otra vez con esa historia de la venganza de los extraterrestres pop? ¡Fumala de nuevo, Jack! —escupió Servizatti.<br />—Quiero saber que está pasando —dijo Superella, en un ataque extraordinario de nueva y breve conciencia, remanente negativa del trabajo a medio hacer del Chino Tácito.<br />Saffaroni le mostró las fotos. Superella reprimió un sollozo. Un lagrimón. Un salivazo. Unas ganas terribles de ir al baño. Fluidos corporales inconfesables. Aquello podía ser el Niño Dior o un mono afeitado descuartizado por una manada de punks post modernos admiradores de Miranda!<br />—La muerte es solo un estado de la conciencia —expresó sabiamente el chino que había entrado al juzgado sin que nadie lo viera.<br />—Los chinos mean de pie —dijo Jackonson—. Y sacan galletas de la fortuna. Eso los hace humanos también. Como los trabucos, los…<br />—Cállese —dijo el juez—. Cállese de una puñetera vez.<br />—Quisiera borrar este momento —balbuceó Superella.<br />Su cara de muñeca desamparada pedía a grito silencioso "pronto despacho". Se sentía atravesada como por un rayo por esa nueva modalidad, entre cómica y esperpéntica, que adquieren los llamados pseudo místicos occidentales, producto tal vez de esos sermoncillos baratos de librito de autoayuda que instan al carpe diem. <br />—Acá tiene una goma, señorita —dijo el secretario del juzgado conmovido por las tetas de la heroína y ajeno al ruido de corte y corte de carne.<br />—Gracias, lindo.<br />—Dígale al comisario Porro que proceda al levantamiento de rastros, Jack —continuó Saffaroni—, y llame urgente al doctor Mejía para que determine si esa colita de cuadril en serio estado de descomposición corresponde a un ser humano. Nunca le tuve confianza al forense<br />—Es terrible —dijo Superella, abatida por los acontecimientos. Sus pañuelos extra grandes Reina Elisa, apenas contenían sus lágrimas.<br />—El alma solloza como la nieve inunda los cerezos en el invierno —dijo el chino.<br />—Bueno, el ponja me las lleno —dijo el oficial Servizatti—. Que llamen al teniente Frula, que vaya preparando una escena del crimen, porque yo a este me lo como crudo.<br />—¿Me acaba de decir japonés? —dijo el chino, abriendo los ojos más que las redondeces de Pamela Anderson—. ¿Me acaba de decir japonés?<br />En ese momento, el chino tácito sacó una espada sin declinación de sus ropas. La hoja cortó el aire como un grito de un Godzilla famélico.<br />Superella salió del palacio de justicia y sobrevoló Fashion City. Con su visión superaguda intentó localizar la guarida de Populum, con la esperanza de que la masa informe de carne, sagre y huesos no pertenecieran a su compañero Niño Dior.<br />En ese momento suena su intercomunicador superestelar con plumas de cotorra asiática y recibe un llamado de… de…<br />—¡Niño Dior! ¿Estás bien? —dijo entre lágrimas Superella —. ¿No te habían secuestrado?<br />—No, Super, estoy detenido en la prisión de máxima y mínima seguridad del regente Maurice.<br />-¡Ya mismo voy a rescatarte! –exclamó la heroína.<br />-No, no, dejá, me están aten…auch…diendo bien.<br />La comunicación se cortó. Superella permaneció en duda, especialmente por los ruidos de sopapa que se filtraban por la línea. Pero una enorme tienda de ropa llamó su atención. El Niño Dior, se las podía arreglar. Al fin de cuentas, ya estaba en edad de pelar la fruta solo.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-74601681235497889782011-05-31T09:56:00.000-03:002011-05-31T09:56:00.142-03:00SUPERELLA MUERE POR UNAS BOTAS DE PIEL DE TIGRE, PERO DESPUÉS RESUCITASuperella estaba fresca como una zanahoria cuando se le cruzó la idea de calzarse con las botas de viajar hasta Titán, hechas en animal printing con técnicas láser ilustradas, cuando se le apareció el holograma de Madame Tussó, reina madre de la cera depilatoria para regiones no ópticas del maniquí y le predijo que ciertos centauros tenían en sus flujos espirituales un veneno poderosísimo para detener la maldad insolente de ciertos negociadores de ropa de origen dudoso. Esto actuó como disparador de pacotilla. Los disparadores disparatados suelen ser los que llegan más lejos, así que nada mejor que otra vuelta de tintura para pensar mejor.<br />—Recuerden que 1100 palabras. Ni una menos, ni una más y se imprime —profetizó la ex amante del doctor Bulardón y apuntó con su 22 a los guantes de látex empapados de tintura azabache N° 22 serie Judea que asomaban por el borde de un pequeño bols, justo arriba de la botas atigradas de Superella. <br />—A mí nadie me indica los límites que debe tener este cuento y no te tengo miedo, enana de bodegón. Gatillá si te quedan ovarios no congelados —gritó.<br />—Menos mal que borraste las palabras que sobraban, corderito platinado del señor, sino el que te manchaba los decolorados sesos era el ojo del administrador. <br />—Si ese me mancha las botas se le acaba el cuento. No ves que no le conviene, gila. ¿Y? ¿Vas a disparar o no? Creo que llegué a las cincuenta, así que finishela.<br />Superella despertó del trance telepático con la Tussó y se calzó las botas de piel de tigre. Quería visitar a su amado archienemigo Mix Mux en Titán. Lo que ella no sabía era que el comisionado Palacios, obedeciendo órdenes del regente Maurice había untado el interior de las botas con talco de bolsa, el más berreta del mercado.<br />Nuestra heroína comenzó el viaje intergaláctico mientras el talco penetraba en su delicada piel y la iba desangrando por dentro.<br />Llegó a Titán. Cayó desplomada. Los pensamientos le eran breves. Telegráficos. Mi mama me mima. Evita educa, Perón dignifica. Viva la patria. Estoy delirando, pensó Superella, me muero en el fluir de conciencia; chupate esa James Joyce que Ulises bien que se tocaba aún atado al mástil cuando las sirenas le cantaban, so botón, so botón.<br />—Para sobrevivir tiene que anular la conciencia —dijo el chino que estaba en Titán sin que nadie lo supiera.<br />—¿Usted salió de la nada? —preguntó Superella, casi en agonía.<br />—Sí. Soy el chino tácito. Pero eso no importa. Tiene que concentrarse para no morir. Piense lo siguiente: si ve al Buda, mátelo.<br />—¿Lo qué?<br />—Bueno, demasiado complejo para su cerebro de taco aguja. Pruebe con: Pablito clavó un clavito.<br />Superella intentó repetir el mantra, pero allí empezaron los problemas. Por un lado, el talco le rebanó la psique, la arrastró hacia un estado totalmente inmanejable. Sus poderes se hicieron comunes, es decir, perdió sus habilidades maravillosas. Ya no podía volar. Ya no podía atravesar los objetos con sus ojos de cielo. Ya no podía alcanzar a la luz en su alocada carrera. <br />Y por otro lado, no menos grave, en Titán estaban sus amantes. Sabido es que cuando un humano común y corriente muere, su alma comienza la travesía hacia Titán. Bueno, allí reposaban varios individuos que habían amado a Superella como solo ella lo sabe.<br />Y por último: el chino, el inconmensurable chino tácito, cósmico repitiendo: Pablito clavó un clavito.<br />—¿Dónde está el Buda ese para matarlo? —gimió Superella en el límite mismo de sus fuerzas.<br />—Estamos avanzando —respondió el chino—. Por lo menos ya sabe que el Buda no es un diseñador de soleros con estampados de svásticas usando el sistema Graff Spee.<br />—¿No es? —Superella se sentía morir. Sabía que alguna de las prendas que estaba usando no era original, pero al ignorar cual de ellas no podía desprenderse de su maligna influencia—. ¡Me muero! —musitó.<br />—Recite el mantra —dijo el chino—. ¡Recítelo, anoréxica de mierda! Pablito clavó un clavito.<br />—¡Es la bombacha! —dijo la heroína. Y murió con las botas puestas.<br />—¿Murió realmente? —dijo el chino estupefacto.<br />—No —dijo Supertodos, que había abandonado el marxismo, pasándose al misticismo candelario de San Francisco Javier Leandro Esteban, el patrón de los conversos—. Ya mismo hago un milagro y la resucito. ¡Superella, levántate y anda, como la Linda Miranda! —y le robó las botas, se las calzó y huyó hacia la derecha.<br />En ese momento apareció Mix Mux, besó los labios fríos y colagenados de Superella, la heroína no pudo abrir los ojos por un exceso de botox pero pudo mover la cabeza un tanto así y hacer rodar una lágrima falsa por el rabillo del ojo.<br />—¡Mi héroe! —pudo articular esas palabras con un hilo de voz—. Me has salvado, pero ahora te convertirás en sapo. Es una maldición que me persigue desde hace como mil años. La única solución es que tu verdadero amor te bese.<br />—¡Besame, flaca! No quiero ser sapo de otro pozo.<br />Y Superella y su amado archienemigo se trenzaron en una orgía de besos, toqueteos y franelas que dejaron bizco al chino.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-33974887363931501572011-05-29T02:45:00.004-03:002011-05-29T09:22:55.750-03:00SUPERELLA Y LOS GLADIADORESPor la mañana Fashion City se vio agitada por la llegada de camiones, automóviles, bicicletas, sulkys, monopatines y demás elementos móviles. La agitación, sumada al ruido de relinchos, tornados de quejidos, mugidos de chanchos y especulaciones mediáticas, se vio finalizada cuando el circo de los hermanos Putini anunció su arribo y próxima apertura. A Superella no le gustaba el circo, la última vez que había ido, sus relucientes botas de diseño habían quedado cubiertas de mierda de elefante. Sin embargo, sospechaba que uno de sus habituales archienemigos, el sádico Peterete, podía trazar un escabroso plan para arruinar la diversión de los fashioncitenses. Así que por la noche, se calzó las galochas y se apersonó en la carpa principal.<br />—Santo y seña —dijo un portero, un mono amaestrado con un ridículo sombrerito vistoso adornando su cabeza.<br />—Martín de Porres —respondió Superella y luego procedió a hacer un fuck you ascendente con su mano derecha.<br />—Pase –dijo el mono.<br />Superella caminó lentamente por el largo y oscuro pasillo, siguiendo el invasivo olor a bosta.<br />—Por acá no se puede pasar —exclamó un enano desnudo mientras enjabonaba a otro enano, también desnudo.<br />—Estoy buscando a Putini.<br />—¿A cuál? —preguntó el enano, cualquiera de los dos, da igual.<br />—Al más viejo—. Superella estaba comenzando a fastidiarse y eso se reflejaba en el color verdoso de su supermaquillaje.<br />—Siga ese pasillo hasta la pista principal, donde están los artistas —dijo el enano. El otro.<br />Superella fatigó el pasillo hasta llegar a un enorme hall rodeado de docenas de butacas. En el medio de una pista de cemento pintada de rojo, vio a un grupo de robustos hombres practicando sugerentes y muy reconocibles acrobacias. Eran los míticos Gladiadores del Sexo Anal. Los reconoció de inmediato.<br />La primera vez que se tropezó con uno de los gladiadores del sexo anal vestía de rojo. Él, no ella. Iba con su herramienta de trabajo en la mano, seguramente venía de romperle el culo a alguien, o a punto de hacerlo. Superella decidió seguirlo hasta una vieja y enorme casa en las afueras de la ciudad. En ningún momento dejo de sostenerse la descomunal tramontina, y eso le resulto ligeramente sospechoso. ¿Es que acaso necesitaba algún tipo de preparativo previo a la follada anal?¿Qué misterio se escondía detrás de los Gladiadores del Sexo Anal? Tal vez ahora podría averiguarlo. No había señales de Putini ni de su hermano, Putini, así que se detuvo a hablar con alguien cerca de una puerta, seguramente alguna especie de guardia o proxeneta.<br />—¿Cómo los seleccionan? —dijo, señalando la pista.<br />—No es de su incumbencia.<br />—¿No sabe con quién está hablando?<br />—No.<br />—Soy Superella, la héroa máxima de esta ciudad.<br />—Aja. Yo no soy de esta ciudad.<br />Aquel tipo parecía tan cerrado como los esfínteres de los espectadores amontonados en las gradas montadas alrededor de la pista. Y fue allí, justo al mirar casi por descuido, o por la necesidad de encontrarle una forma de seguimiento a una aventura sin sentido pero con lenguaje explícito y escenas fuertes para llamar la atención de los censores y de los intelectuales venidos a menos que ven un pene en una coma, que divisó a Peterete, el cruel villano que asolaba la ciudad. Se lo veía ansioso, esperando el momento en el que los Gladiadores pidieran un voluntario. De hecho, ya tenía las dos manos levantadas. Superella no podía saber si aquello era parte de un descarado y malévolo plan que no alcanzaba a entender o si, por el contrario, se trataba de un acto de gaysmo sin precedentes. Decidida a averiguarlo se lanzó hacia allí, con la precipitación de un objeto cediendo a la ley de gravedad. No tomó en cuenta que uno de los Gladiadores estaba ensayando en ese momento el conocido acto de sostener la paloma en el mástil y fue golpeada con la fuerza de un huracán, sólido y poroso.<br />—¡Carajo! Casi me arrancó un ojo —gruñó mientras caía al piso con glamour.<br />—Es culpa suya por no fijarse por dónde vuela. Ya que está acá, ¿no le interesa participar del espectáculo?<br />—La verdad que no, estoy en una misión.<br />—Lástima —se lamentó el gladiador mientras la ayudaba a levantarse sin usar sus manos.<br />En ese momento, Superella fue agredida por un objeto contundente y de consistencia ligeramente acuosa. Del otro lado de la pista, Pene el Cruel lanzó una risotada al aire mientras escupía hacia todos lados y se dio a la fugazzeta. La presencia de semejante personaje la desconcertó por completo. Ignoraba cuál sería la relación de los hermanos con ese salvaje malhechor, pero no dejaría de averiguarlo. Si tenía que elegir entre quedarse en aquel sucio antro o perseguir a su atacante, prefería esto último. Pene el Cruel corrió por otro de los pasillos oscuros de la mastodóntica carpa y se perdió entre un grupo de conejos. Superella lo perdió de vista, pero reconoció el particular olor a bosta que había percibido al entrar. Evidentemente, la presencia de Pene el Cruel tenía bastante más relevancia en el circo que la que ella había sospechado.<br />Al doblar en un recodo, fue alcanzada por una red hecha con las más destacadas sogas de La Salada que la estampó contra el suelo como si fuese una tortilla de increíble glamour. Peterete reía desde un costado. Pene el Cruel apareció erguido en su completa inmundicia. Todo no había sido más que un miserable plan para capturarla.<br />—Todo esto no ha sido más que un miserable plan para capturarme —dijo Superella, mostrando su increíble astucia.<br />—Así es, todo esto no ha sido más que un miserable plan para capturarte —dijo Pene el Cruel, descorchando su sadismo sin límites.<br />—Será tu fin, vuitonica mujer —dijo Peterete—. Nunca tendrías que haber querido averiguar lo que se esconde bajo la carpa.<br />—Oh, no —se lamentó Superella, acentuando el dramatismo de su queja—. ¿Y ahora quién podrá defenderme?<br />—¡Nosotros! —dijo un coro de viriles gargantas erectas.<br />En ese momento, aquel túnel circense se iluminó con la presencia de docenas de chipotes chillones que fluorescentaban en medio de la oscuridad reinante.<br />—¡No, son los Gladiadores del Sexo Anal! —gritó Pene el Cruel—, debemos huir.<br />—Yo preferiría quedarme —dijo Peterete, con un inequívoco gesto lascivo que le desbordaba entre sus labios cubiertos de baba.<br />—¡Qué tu culo sea tu consuelo! —gritó Pene el Cruel, huyendo desaforadamente por los pasillos inexplicablemente construidos en la roca más dura.<br />Los Gladiadores cortaron las ataduras de Superella y se quedaron de pie, como un imbatible ejército de lubricidad desenfrenada.<br />—Gracias —dijo Superella, tratando de no tocar nada que no pudiese llevarse a casa después—. Ahora tendré que entregar a Peterete con las autoridades.<br />—No, nosotros nos encargaremos de él —dijo el Gladiador máximo, sin siquiera tener que mover sus labios.<br />Superella asintió, tratando de que su barbilla no tocara nada que no pudiese llevarse a casa después y se marchó de vuelta a casa, donde un ropero por arreglar la esperaba.<br />Se dice que esa noche, el terrible Peterete, recibió su merecido. Casi quince veces sin parar.alejandro bentivogliohttp://www.blogger.com/profile/08051565180636747414noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-69707828988530624492011-05-28T09:52:00.000-03:002011-05-28T09:52:00.248-03:00SUPERELLA, ALIADA DEL MAL—La revolución Bulivoriana bien entendida empieza por casa —dijo el comandante Chavo, ajustándose los tiradores—. Así que trabajen, manga de vagos imperialistas, que en esta vecindad las remeras no se hacen solas.<br />Los duendes navideños, con los sombreros caídos por el calor tropical encendieron sus máquinas de coser otra vez. Lejos estaban los tiempos en los que Papá Bush los divertía permitiéndoles construir bombas superexplosivas para niños superpobres.<br />—Muerto Mickey Mouse, muerta la rabia —murmuró Chavo—. Pero Superella aún maleduca nuestros niños con sus capitalistas pechugas.<br />Fontanarrosa es lindo un libro, después cansa. Hacen falta manchas de dolor para imponer una larvada mueca trágica. No todo lo que ríe es oro. El huracán capitalista clama sangre. Todo lo cosido puede descoserse. En alta costura puede trocarse hasta una pequeña y pobre calabaza. Y hay que tener olfato de perfumista para detectar lo que no es liebre.<br />En su guarida secreta, a la vista de todos, Mix Mux. Supertodos y Rialo Giorgio tejían un plan macabro que terminaría con los poderes de la heroína más fashion que el universo hubiera podido imaginar. Se contactaron con la factoría de duendes esclavos de Manchukistaria conducida por el comandante Chavo y le encargaron una imitación exacta de la remera top de la última colección de Coco Chantal.<br />—Pero exacta, exacta, comandante —aclaró Mix Mux—, ella no debe sospechar nada.<br />—Con esto la detendremos —reía frotando sus manotas Giorgio.<br />—¿Me pueden hacer una para mí en color rosa? —solicitó Supertodos, harto de su gris uniforme.<br />Mix Mux y Giorgio miraron al revolucionario con una mueca de asco. Eso les pasaba por aliarse con zurdos.<br />Sin embargo, la realidad no les dio espacio para la prolijidad. En cuanto el comandante Chavo le entregó los materiales a Simpiao Hugolinu, el feroz capataz de los duendes esclavos de Manchukistaria, un terremoto grado 10 en la escala de Richter rajó la Tierra de lado a lado, Pest y Buda se separaron y Saint Paul y Minneapolis las imitaron.<br />—¡La Tierra dividida en dos! —aullaron espantados los villanos—. ¿Y ahora quien podrá arreglar este desastre?<br />—¡Yo lo haré! —La voz de Superella retumbó en las dos mitades. La heroína tenía un pomo gigante de Poxipol en la mano derecha y en la izquierda el ejemplar del mes, recién salido del horno, de la revista Muchachas Fashion.<br />—¡Santas cachuchas! —exclamaron al unísono los malhechores—. Es la mismísima Superella. Ella podrá poner el orden natural de las cosas.<br />—De ninguna manera —dijo la heroína, retocándose el make-up—. Ahora todo se hará a mi modo, o no pego nada.<br />De esa forma Superella se alió a sus enemigos para salvar el mundo, sin sospechar que colocarse la remera de imitación que había atraído su mirada en el instante mismo de ingresar a la guarida, sería su perdición.<br />—Jajaja —dijo Giorgio frotándose las sarmentosas manos. Parecía un director del FMI una hora después de satisfacer sus bajos instintos.<br />—¡Se la puso, se la puso! —gorjeó Supertodos.<br />—¡Está perdida! —completó Mix Mux. Pero lo expresó en su idioma natal y nadie entendió lo que decía.<br />—¿Se acuerdan de aquel desgraciado que usaba los calzoncillos encima del pantalón? —dijo Giorgio.<br />—¿Vas a decir que se parece a Superella? —Supertodos recobró su mal talante y se preparó para golpear a Giorgio.<br />—No, idiota; lo que digo es que aquel otro también tenía una debilidad. Se llamaba kryptonita,<br />—¡Qué buen nombre para un bar en los anillos! —exclamó Mix Mux, que de negocios entendía lo mismo que la reina de Holanda.<br />—Superella, por favor, arreglanos el mundo —clamaron los villanos—. Y después nosotros seguimos tus consejos de acicalamiento.<br />—¿Acicalamiento? —La heroína sonrió con sus dientes blanquísimos y parejísimos—. Ustedes necesitan un fashion emergency un extreme make-over. Voy a pegar y charlamos.<br />Pero, cuando Superella intentó despegar, sus botas de Roko Sarketa no se levantaron del piso.<br />¿Otra vez la baba densa y pestilente del verde Yagá Babosetta, arruinándolo todo? Pero, al mirar por décima vez, vio que el maxipomo tenía en su extremo siniestro un buraco del tamaño de su trompa de falopio y que, por sus dimensiones antropométricas, era, sin lugar a dudas, producto de la retorcida dentadura postiza de Mix Mux.<br />—¡Dientes esmerilados y uñas biseladas! ¡Esa dentadura lleva una glándula a la altura de su tercer y cuarto molar tan venenosa como un olorífero quitaesmalte! —bramó Superella.<br />—No lo hace dolosamente, platinada histérica. Es un acto reflejo que simplemente sucede cada vez que se siente menoscabado —sentenció el acomodaticio de Giorgio.<br />Y mientras se debatían en míseras cuestiones triviales, habidas de mala muerte e inconexas, el jugo iba desparramando su mortal esencia.<br />—Che —dijo el chino que había estado ahí todo el tiempo aunque nadie no hubiese notado—-. Si no pega el mundo esto no va. O sea, que o se saca la remera y arregla las cosas o nos vamos todos al tacho.<br />Los villanos se miraron extasiados ante la sabiduría ancestral de aquel hombre de rostro arrugado.<br />—Y sí, tiene razón, que pele –dijo Mix Mux.<br />—Las botas de cuero de murciélago se manchan con el pegamento —se lamentó Superella—. Me siento mareada, estoy perdiendo fuerzas…<br />—¡Supertodos al rescate! —dijo el autoaludido y le quitó la remera falsa a ella, el adalid de la justicia bonita.<br />Supertodos se calzó la remera y al ritmo de YMCA se retiró por la puerta de la guarida.<br />Superella recuperó sus poderes al dejar de estar bajo el influjo de la imitación. Tomó su pomo de Poxipol y dio la vuelta al mundo pegando la rajadura. Sujetó diez minutos al planeta, se le rompió una uña y volvió a la peluquería para arreglarse las extensiones.<br />—Extensiones de mí —suspiró al mirarse al espejo, mientras transformaba sus cabellos de ángel Bob Nylon reciclado en tiernos y psicodélicos gusanos de Medusa. Era el momento Migré para vengarse frente a esas viejas vacas millonarias y sus patéticos bulbos, anestesiados de amoníaco y apuntalados con clips. La mala acción del día le guiñaba una idea.<br />—Esta cuenta —dijo la heroína rechazando la factura que le presentó Manuelito Marciano—, se la manda al regente Maurice. Yo no manejo metálico, precioso, lo mío es el plástico.<br />Y partió rauda y perfumada hacia la guarida de los malhechores para dejarlos bellos, ricos y famosos.<br />El comisionado Palacios mediante esuchas ilegales y microchips implantados en las siliconas tetales, advirtió a su jefecito de las intenciones de la heroína.<br />Los verdaderos malvados de la historia, ocultos bajo la fachada de personas respetables, continuaron con su plan siniestro: apoderarse de fashion city y dominar al planeta.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-81902665101203428462011-05-25T14:49:00.003-03:002011-05-25T14:58:11.689-03:00Aquí esta, ésta es...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjtNayjkJsDwQhVKz595OjXj6tOt4S8v27TE6OOvxFavbLDK4fX72gPnxKGfLsWlvw62RnB5gK7G8J3JOmuXCxELwkL5QQuLKuItZQIAPezV5BKVe7DB6PUAEy9A1Q3zGENUiID66hPg2Z9/s1600/superella1small.jpg" onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 308px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjtNayjkJsDwQhVKz595OjXj6tOt4S8v27TE6OOvxFavbLDK4fX72gPnxKGfLsWlvw62RnB5gK7G8J3JOmuXCxELwkL5QQuLKuItZQIAPezV5BKVe7DB6PUAEy9A1Q3zGENUiID66hPg2Z9/s400/superella1small.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5610712542443110754" /></a>Aquí esta.<div>Es ella. La Héroa Fáshion.</div><div>Siempre dispuesta a ayudar a las grandes marcas.</div><div>Tal como Súperman (al fin y al cabo, un héroe proletario y cabecita negra -vino de afuera ¿no?-) que usa el calzoncillo arriba del pantalón, ella usa la tanga sobre sus calzas de kevlar negras.</div><div>Villanos: tened miedo, mucho miedo. Ustedes que se regocijan comprando en La Salada y ferias americanas, sabed que ella ha llegado para enseñaros lo que es bueno ¡Y nada de ropa hecha en talleres clandestinos a las que sólo se le agrega la etiqueta! ¡Vade retro, chirusos!</div><div><br /></div><div><br /></div>Daniel Frinihttp://www.blogger.com/profile/10737069957309596734noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-82470960034423455172011-05-25T09:50:00.000-03:002011-05-25T09:50:00.975-03:00SUPERELLA, LA ESTRELLA DE LA TV FASHIONSuperella es un precioso, solitario maniquí. Pero en lo más hondo de su corazón sabe que es una aceituna hundida en una margarita si no le echa un poco de jugo rojo a las cosas del amor. Los mediáticos son para la ciudad lo que el brillo a su polvera, así que da una nota perfumada: "Le limpiaría los zapatos devotamente. Me importan sus zapatos, no la maldita capelina que se me ladea. Siento que lo amo ardientemente por estas cosas". Los paparazzi hacen. Nombres de posibles candidatos saltan como vino hervido en los reality shows. La trampa caza giles está tendida.<br />Con el Twitter en llamas, Superella deja de atender los llamados de auxilio de la luminosa ciudad de Fashion City. Los carteles de neón colapsan frente al ataque de los grasas. Los coolturales habitantes de la City protestan vía SMS al Comisionado Palacios y al Regente Maurice.<br />Y el maligno Rialo Giorgio frota sus largas manos, imagen que reproducen cientos de plasmas conectados en red.<br />—Esta chiruza platinada piensa que me voy a tragar ese sapo —brama Giorgio frente al micrófono—. Yo solo trago sapos si me pagan, no soy un nene de pecho. Ella tiene pechos siliconados marca W-Z45.<br />—¿Eso dijo? —Superella enjuga sus lágrimas en un tisú Versace, se calza las botas de cuero de jumilano de Rhea, coloca sobre sus hombros la capa del superpoder, salta por la ventana y vuela al encuentro de su malvado denostador. Las cosas del amor, reflexiona mientras corta el aire como una saeta. Ya verán todos esos quien es Superella.<br />Los lectores pensarán que Superella se dirige rectamente a la caza de sus enemigos, pero no. Su olfato superior le indica que en un local del shopping Galaxia se exhiben unos hot pants firmados por el diseñador de las estrellas: Guido Camaroni.<br />Las cosas del amor... ¡Fuck! Cuando vos vas, maldito alacrán parlante, yo completo el circuito mil veces —magulla Superella mientras se rasga los hot pants adquiridos y toma foto de su estropeado y plástico corazón. Los maltrechos Camaroni son entregados al fiscal vedette de turno como cuerpo del delito.<br />—Momento, momento —dice Teté Giordano, interrumpiendo el hilo narrativo—. Creí que teníamos exclusividad en los modelos. <br />Superella, tomada de sorpresa por la aparición casi mefistofálica del eterno sacudidor de cabezas, enmudece.<br />—Yo, con todo este mambo de la intertextualidad, neologismos, incoherencias de estilo y corruptela de tiempos verbales que tiene tu literaria vida, no tengo problema —insiste Teté—. Incluso puedo dejar pasar la aparición inexplicable de personajes que no vienen al caso, pero si vos te vas con ese soplamocos de Camaroni, acá se acaba el canje.<br />—No me interesa Camaroni. Solo como diseñador, en todo caso. Y yo tengo que velar por la justicia de Fashion City. Soy la héroa, ¿te olvidaste?<br />—Heroína, en todo caso —dice Teté.<br />—¡Silencio! Yo no consumo porquerías.<br />Teté sacude la cabeza una vez más. Una riada de piojos marcianos se desparrama por el sillón finés y empieza a preparar el siguiente paso de la invasión. Superella lo ignora, pero el peligro extraterrestre se suma al que generan los villanos habituales. Es Supertodos, tal vez, el siguiente peligro, ese zurdito que se empecina en destruir el sistema. Todo puede ser una trama pergeñada por él. Cree que su uniforme gris, a la manera de los que usan los habitantes de 1984 (universo paralelo que fue episodio de una de sus aventuras), lo autoriza a hacerse el loco, a ser invulnerable a los poderes del capitalismo.<br />Ya está empezando a actuar junto a los peores representantes de “los acólitos del frenopático” quienes, como antenas humanas que convocaron a los ganimédicos, ayudarían a que estos invadan el planeta siguiendo la mancha de campo magnético nulo que se encontraba a la sazón en la tienda de Valentine en Río de Janeiro. Es una hermosa mañana de Carnaval. Supertodos ya se prueba su cetro cular.<br />Los conocimientos de Superella en materia de política y estrategia global son limitados, muy limitados, pero eso no le impide saber quienes son los buenos y quienes los malos. Y Supertodos es uno de los malos. ¿Acaso no lo ha visto entrar a los shoppings para cortar las prendas de Guzzi y New Style? <br />—No me importa tu canje, marica del orto —exclama Superella como regresando de un viaje a Plutón. Y se acerca a la ventana para lanzarse al encuentro del mal, para extirparlo como si fuera un cáncer—. El crimen no paga y menos el crimen contra la moda.<br />—Atrás, miserable consumista platinada —vocifera Supertodos y llama por teléfono de línea a Mix Mux—. Ya vienen mis amigos a destrozarte, mujer plastificada —continúa mientras mira sus tetotas apretadas en el traje de buena confección italiana que él tanto deseaba.<br />—No, basta, más gente no, que no tengo suficiente ropa para atenderlos a todos y los zapatos no me combinan —dice Superella.<br />Pero los reporteros comienzan a amontonarse por todas partes del mundo, listos para la noticia que podría sacudir sus vidas de los periodicuchos de mala muerte en los que trabajan. <br />—Esto es un horror —exclama Superella—. Escucho el mal venir y yo sin esmalte.<br />—Te dije que no te convenía no tener manager —interviene Teté, quien había permanecido en un rincón, hojeando revistas de Proctología Hoy.<br />—Éstos se tragaron el cuento de la rubia tarada —rumea—. No me tiembla ni el pusheado del soutiens de Pour de la Merd por esos macacos que resultan más predecibles que un juego de tatetí. Es hora de tomar un Fingid Anorex y ahogar como un océano embravecido a esas malditas ladillas que juegan a triplicar sus poderes. ¡Voilá!<br />Mientras tanto, en el canal de televisión central Giorgio manipula fotos y videos a cuatro manos mostrando a Suprella antes de los retoques del Dr. Tecambio, el plástico preferido de la heroína. Inclusive contempla un video mostrando sus días oscuros, mientras ofrecía su cuerpo a los paseadores de perros por cinco morlacos el pete.<br />—Si hay algo que no soporto —dice Superella, superada por los hechos—, es el caos. <br />—Leé este libro —dice Joseph Paul Fornitureman apareciendo de la nada, como en los cuentos. Y le tiende a Superella la edición corregida y aumentada de Complejidad y caos de Carlos Reynoso.<br />Superella mira el libro con asco y luego a sus archirivales. <br />—¿Por quién me toma? —dice, airada, y se va a tomar unas birras con Mix Mux y Supertodos…Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-70473186435405703782011-05-22T09:49:00.000-03:002011-05-22T09:49:00.184-03:00MIX MUX DE TITÁN CONTRA SUPERELLASuperella voló raudamente sobre la ciudad iluminada por los fuegos. Debía decidir entre apagar el incendio en el hogar de ancianos o salvar al millonario dueño de todos los locales nocturnos de Fashion City (quien era, además, su principal benefactor). Pero una tercera catástrofe se presentó en ese instante: el centro comercial de la moda comenzaba a quemarse, poniendo en peligro miles de vestidos de las colecciones europeas, recién llegados al país. El dilema era interesante. ¿Acaso su supervelocidad podría resolverlo? Imaginaba los resultados: no solo la aprobación popular sino además conseguiría lo más importante, cientos de vestidos y zapatos para alegrar sus noches, para enamorar a su pareja, para explotar de placer en su fetichismo elemental. Por eso, le pidió a su habilidad que llegase al extremo. Entonces, su cuerpo se transformó en luz (una estela que llenó el cielo) y así llegó a su primer destino.<br />El centro comercial ardía de un modo insólito: el fuego respetaba los locales de ropa de caballeros, las librerías y tiendas de electrodomésticos y se ensañaba en aquellos en los que las prendas femeninas empezaban a convertirse en cenizas de seda y los estampados chisporroteaban como brasas. De pronto, en medio de las llamas, apareció una figura gigantesca.<br />—¿Qué te parece mi obra? —El sonido profundo de una voz maligna llenó el espacio e hizo vibrar el incendio con tonalidades cristalinas.<br />—¡El maligno Mix Mux de Titán en persona! Debí imaginar que esto era tu obra.<br />—Necesitaba un poco de calor, mi reina —dijo el malhechor.<br />La gigantesca mole se recortaba entre las llamas, como una extraña alucinación. Sus músculos eran imponentes. Su cara, pura piedra tallada con rasgos de una crueldad pornográfica. Superella no pudo evitar que su mente vacilara unos instantes ante aquella visión, especialmente ante los pantaloncillos cortos de aquel monstruoso, pero viril villano; ante esas piernas peludas, que hacían juego con la pelambre de los brazos, desnudos por la chomba a tono que llevaba puesta. Quizás sí, destemplaba un poco el sombrerito con hélice que llevaba en la cabeza, pero malvado y ridículo, Mix Mux era también un semental incomparable.<br />Superella respiró hondo y sin derrochar palabras con la bestia, consiguió con el celular en una mano descifrar el código para intensificar el caudal de lluvia de los aspersores del centro comercial. Con la otra mano, tiró uno de sus lazos-pulseras elásticas, desviando las cañerías de agua. Además de apagar el fuego, consiguió que le propinaran a Mix Mux de Titán un profundo baño. En cuanto el incendio estuvo controlado, entregó al maligno a la peluquería en la que tenía cuenta corriente. Y tomando envión hacía el millonario en problemas, le dijo:<br />—Más que calor necesitabas limpieza, Mix Mux!<br />Lo único que no consiguió fue el clamor popular: esa noche 27 ancianos murieron carbonizados en el asilo que Superella no salvó. Los medios, como siempre, desconocieron el hecho.<br />—Pero no sufrieron mucho —dijo al día siguiente, en el diván de Susana Tinellis de Legrand, frente a millones de televidentes. Además, con esta nueva ropa, puedo salvar gente que realmente lo necesita y verme hermosa a la vez, no como antes.<br />Y dando una vuelta, mostró la nueva colección de Teté Giordano, regalo del centro comercial, para regocijo de miles de sus fans, muchos de ellos aliviados ahora de la cuota mensual del geriátrico.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-468008940726474416.post-46062922780286114742011-05-19T12:01:00.004-03:002011-05-21T08:14:51.613-03:00SUPERELLA COMBATE EL MAL.<div align="justify">—Comisionado Palacios —Superella lo miró por sobre sus lentes—. Así no se puede vivir. Me tiene que aumentar los honorarios.<br />—Pichona —el comisionado se retorcía el bigotito a lo Dalí y miraba con devoción las tetas de Superella apretadas en el traje de las Oreiro—, vos cobrás un buen sueldo…<br />—¿Sueldo? ¿Cómo un operario? ¡Qué horror!<br />—Aparte, la economía anda para el ojete. Y encima la inflación y esto y lo otro. Si querés cobrar más, hacete trola, tenes un cuerpo por el cual yo pagaría unos buenos dólares.<br />—¡Usted es un sinvergüenza! Ya va a ver lo que le espera, maldito cerdo capitalista. El negocio se le va a venir a pique y no voy a hacer nada para impedirlo.<br />Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad (casi diríase en la loma del orto) el malvadísimo Juan Carlos del Corazón de Jesús Perugorría y López, alias "Chichilo", alias "Carpita"; distribuidor para los barrios bajos de una nueva droga de diseño a base de sublimación de acelga, mira la TV y se ríe:<br />—¡Mbuuuaaaaajajá! Estos estúpidos viven escudados en un sistema que los ahoga y les coharta sus libertades ¡Y no se dan cuenta! ¡Yo les haré ver las bondades de la lucha de clases! ¡Abajo el imperialismo! ¡Viva la Santa Federación! ¡Mueran los salvajes unitarios!<br />—Si, jefe —dice el Pistola Acevedo.<br />—Lo que usté diga, patrón —dice el Banana Sampietro<br />—¿Alguien sabe a qué hora juega Atlanta? —dice el Zombi Aguirre.<br />—Ya está lista la leche con vainillas —dice la madre del Chichilo.<br />Ninguno de ellos sabía que en esos momentos Superella se levantaba con violencia de su silla, provocando un notorio reacomodamiento corporal que no pasaba extranjero a los ojos del comisionado.<br />—¿Te vas tan pronto? —le preguntaba Palacios.<br />Superella ni le contestaba, se daba la vuelta y salía de la oficina de Palacios a puro taconeo, dejando una larga estela de curvas que el comisionado grababa en su mente, por si lo necesitaba recordar más adelante, pensando que ya iba a volver con el matungo desfalleciente.<br />No lo sabían y con la inminencia de las vainillas con leche, a ninguno le importaba lo suficiente. Tuvo que pasar un largo rato hasta que Chichilo se secó los restos de leche y vainilla dura de los mostachos para que volviera su mente a carburar sus constantes planes de destrucción del sistema.<br />—¿Ya rellenaron los chorizos? —preguntó.<br />—La radio no sintoniza. ¿Ya empezó Atlanta? —dijo el Zombi Aguirre.<br />—¡Basta de Atlanta! ¿Tienen los chorizos rellenos o no?<br />—Sí, querido, Mamá ya te llenó los chorizos con esa porquería química que inventó el doctor Frankenchuten —intervino la madre—. Y te los puse en los pancitos.<br />—Perfecto —dijo Chichilo—. Entonces apúrensen manga de secuaces de película clase B. Hay que llevarlos antes de que se enfríen a la manifestación más próxima.<br />—No entiendo, jefe —dijo el Zombi.<br />—Es simple, le llevaremos chori y vino tinto bien caliente a la gente. Todos van a pensar que somos algún grupo clientelista, lo que se dice punteros. Pero no, los choris tienen una poderosa sustancia que los hará despertar del sueño imperialista en el que se encuentran sometidos.<br />Pero el fuerte olor que despedían esos jugosos chorizos, impregnados en la droga maléfica y el no menos temible colesterol fue percibido, a kilómetros de distancia por la delicada pero aguda nariz de Superella, quien no pudo evitar una arcada al olfatearlos cual un mastín de presa. Superella se acomodó las tetas y tras apoderarse de una de las bicicletas que esperaban pacientemente, junto a las bicisendas que pueblan Fashion City, partió rauda.<br />Su tempestuosa pedaleada se detuvo frente a la casa de chapa que ocupaban Chichilo y sus secuaces, quienes ya estaban con la mercadería en la mano, listos para ponerlos en el auto destartalado que los llevaría a la manifestación.<br />—¡Es Superella! —exclamó Chichilo—. ¡Muchachos, denle duro y desparejo!<br />Los lúmpenes se arrojaron sobre la heroína, trazando arcos de puñetazos y fintas de patadas, que fueron oportunamente detenidos por los ágiles brazos, las interminables piernas y, llegado el caso, las inconmensurables pechugas de la joven defensora de Fashion City. La batahola alcanzó su punto más álgido ante la inminencia del seis luces esgrimido por Chichilo y el trabuco naranjero empinado por su madre que había salido en ese momento para colgar los calzoncillos de su vástago en la soga del patio.<br />Pero todo se congeló, todo pasó a un segundo plano, ante el grito eufórico, desgarrador, tan emotivo que hizo que centenares de kilómetros a la redonda, las manifestaciones se detuvieran, que los imperios tambalearan, que las colonias se liberaran en sangrientas revoluciones, que los chorizos se secaran en sus panes, que el comisario Palacios dejara caer las revistas homoeróticas que leía en su oficina, que cualquier evento posterior dejara de tener importancia y que incluso las aventuras de la propia Superella no fuera más que una anécdota sin importancia que merecían terminar.<br />—¡Atlanta salió campeóoooooooooooooooooooon! —aulló el Zombi Aguirre, aferrando la radio a transistores que finalmente había logrado sintonizar.<br />Y el mundo, desgarrado en un grito, dejó de existir tal como lo conocemos.</div>Unknownnoreply@blogger.com0