sábado, 28 de mayo de 2011

SUPERELLA, ALIADA DEL MAL

—La revolución Bulivoriana bien entendida empieza por casa —dijo el comandante Chavo, ajustándose los tiradores—. Así que trabajen, manga de vagos imperialistas, que en esta vecindad las remeras no se hacen solas.
Los duendes navideños, con los sombreros caídos por el calor tropical encendieron sus máquinas de coser otra vez. Lejos estaban los tiempos en los que Papá Bush los divertía permitiéndoles construir bombas superexplosivas para niños superpobres.
—Muerto Mickey Mouse, muerta la rabia —murmuró Chavo—. Pero Superella aún maleduca nuestros niños con sus capitalistas pechugas.
Fontanarrosa es lindo un libro, después cansa. Hacen falta manchas de dolor para imponer una larvada mueca trágica. No todo lo que ríe es oro. El huracán capitalista clama sangre. Todo lo cosido puede descoserse. En alta costura puede trocarse hasta una pequeña y pobre calabaza. Y hay que tener olfato de perfumista para detectar lo que no es liebre.
En su guarida secreta, a la vista de todos, Mix Mux. Supertodos y Rialo Giorgio tejían un plan macabro que terminaría con los poderes de la heroína más fashion que el universo hubiera podido imaginar. Se contactaron con la factoría de duendes esclavos de Manchukistaria conducida por el comandante Chavo y le encargaron una imitación exacta de la remera top de la última colección de Coco Chantal.
—Pero exacta, exacta, comandante —aclaró Mix Mux—, ella no debe sospechar nada.
—Con esto la detendremos —reía frotando sus manotas Giorgio.
—¿Me pueden hacer una para mí en color rosa? —solicitó Supertodos, harto de su gris uniforme.
Mix Mux y Giorgio miraron al revolucionario con una mueca de asco. Eso les pasaba por aliarse con zurdos.
Sin embargo, la realidad no les dio espacio para la prolijidad. En cuanto el comandante Chavo le entregó los materiales a Simpiao Hugolinu, el feroz capataz de los duendes esclavos de Manchukistaria, un terremoto grado 10 en la escala de Richter rajó la Tierra de lado a lado, Pest y Buda se separaron y Saint Paul y Minneapolis las imitaron.
—¡La Tierra dividida en dos! —aullaron espantados los villanos—. ¿Y ahora quien podrá arreglar este desastre?
—¡Yo lo haré! —La voz de Superella retumbó en las dos mitades. La heroína tenía un pomo gigante de Poxipol en la mano derecha y en la izquierda el ejemplar del mes, recién salido del horno, de la revista Muchachas Fashion.
—¡Santas cachuchas! —exclamaron al unísono los malhechores—. Es la mismísima Superella. Ella podrá poner el orden natural de las cosas.
—De ninguna manera —dijo la heroína, retocándose el make-up—. Ahora todo se hará a mi modo, o no pego nada.
De esa forma Superella se alió a sus enemigos para salvar el mundo, sin sospechar que colocarse la remera de imitación que había atraído su mirada en el instante mismo de ingresar a la guarida, sería su perdición.
—Jajaja —dijo Giorgio frotándose las sarmentosas manos. Parecía un director del FMI una hora después de satisfacer sus bajos instintos.
—¡Se la puso, se la puso! —gorjeó Supertodos.
—¡Está perdida! —completó Mix Mux. Pero lo expresó en su idioma natal y nadie entendió lo que decía.
—¿Se acuerdan de aquel desgraciado que usaba los calzoncillos encima del pantalón? —dijo Giorgio.
—¿Vas a decir que se parece a Superella? —Supertodos recobró su mal talante y se preparó para golpear a Giorgio.
—No, idiota; lo que digo es que aquel otro también tenía una debilidad. Se llamaba kryptonita,
—¡Qué buen nombre para un bar en los anillos! —exclamó Mix Mux, que de negocios entendía lo mismo que la reina de Holanda.
—Superella, por favor, arreglanos el mundo —clamaron los villanos—. Y después nosotros seguimos tus consejos de acicalamiento.
—¿Acicalamiento? —La heroína sonrió con sus dientes blanquísimos y parejísimos—. Ustedes necesitan un fashion emergency un extreme make-over. Voy a pegar y charlamos.
Pero, cuando Superella intentó despegar, sus botas de Roko Sarketa no se levantaron del piso.
¿Otra vez la baba densa y pestilente del verde Yagá Babosetta, arruinándolo todo? Pero, al mirar por décima vez, vio que el maxipomo tenía en su extremo siniestro un buraco del tamaño de su trompa de falopio y que, por sus dimensiones antropométricas, era, sin lugar a dudas, producto de la retorcida dentadura postiza de Mix Mux.
—¡Dientes esmerilados y uñas biseladas! ¡Esa dentadura lleva una glándula a la altura de su tercer y cuarto molar tan venenosa como un olorífero quitaesmalte! —bramó Superella.
—No lo hace dolosamente, platinada histérica. Es un acto reflejo que simplemente sucede cada vez que se siente menoscabado —sentenció el acomodaticio de Giorgio.
Y mientras se debatían en míseras cuestiones triviales, habidas de mala muerte e inconexas, el jugo iba desparramando su mortal esencia.
—Che —dijo el chino que había estado ahí todo el tiempo aunque nadie no hubiese notado—-. Si no pega el mundo esto no va. O sea, que o se saca la remera y arregla las cosas o nos vamos todos al tacho.
Los villanos se miraron extasiados ante la sabiduría ancestral de aquel hombre de rostro arrugado.
—Y sí, tiene razón, que pele –dijo Mix Mux.
—Las botas de cuero de murciélago se manchan con el pegamento —se lamentó Superella—. Me siento mareada, estoy perdiendo fuerzas…
—¡Supertodos al rescate! —dijo el autoaludido y le quitó la remera falsa a ella, el adalid de la justicia bonita.
Supertodos se calzó la remera y al ritmo de YMCA se retiró por la puerta de la guarida.
Superella recuperó sus poderes al dejar de estar bajo el influjo de la imitación. Tomó su pomo de Poxipol y dio la vuelta al mundo pegando la rajadura. Sujetó diez minutos al planeta, se le rompió una uña y volvió a la peluquería para arreglarse las extensiones.
—Extensiones de mí —suspiró al mirarse al espejo, mientras transformaba sus cabellos de ángel Bob Nylon reciclado en tiernos y psicodélicos gusanos de Medusa. Era el momento Migré para vengarse frente a esas viejas vacas millonarias y sus patéticos bulbos, anestesiados de amoníaco y apuntalados con clips. La mala acción del día le guiñaba una idea.
—Esta cuenta —dijo la heroína rechazando la factura que le presentó Manuelito Marciano—, se la manda al regente Maurice. Yo no manejo metálico, precioso, lo mío es el plástico.
Y partió rauda y perfumada hacia la guarida de los malhechores para dejarlos bellos, ricos y famosos.
El comisionado Palacios mediante esuchas ilegales y microchips implantados en las siliconas tetales, advirtió a su jefecito de las intenciones de la heroína.
Los verdaderos malvados de la historia, ocultos bajo la fachada de personas respetables, continuaron con su plan siniestro: apoderarse de fashion city y dominar al planeta.

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