domingo, 24 de julio de 2011

SIN JUAN

Juan García, como su nombre lo indica, es fakir. Fakir occidentalizado, claro. Así, usa zapatos con clavos internos, ropa de clavos, corbata de clavos, calzoncillos con clavos y anda tan seguro de sí por la vida. La vida de fakir, entonces, lo ha condicionado a realizar su propia indumentaria, desde la deportiva hasta la de gala cuando va al teatro a escuchar sus conciertos preferidos de elefante y trompeta de cobras. Eso sí, ninguna mujer quiere tener relaciones con él, sus profilácticos son arduos. Ninguna mujer, excepto, tal vez, Superella.
—No creas que he olvidado el desaire, Willis querido. Un día sabrás lo que se siente —decía al teléfono nuestra héroa en conversación con mister Bruce, cuyo teléfono había conseguido con un hacker de Fashion City.
—Pero Ella, no fue mi culpa, ¡fue Mortadelo!
—¡No me interesa —soltó ella—. En ese altar no había por qué aparecer un helicóptero y sacarte volando… —sollozaba y revisaba su maquillaje.
En un rincón, a Juan García —pariente lejano de Jerry— que escuchaba y observaba a la héroa, se le dibujó una sonrisa.
—Un clavo saca a otro clavo— dijo en voz alta al aproximársele.
—Ay, querido; tenía que terminar con ese viejo asunto antes de entregarme a ti. —Superella tendió los brazos y rodeó el cuello de Juan. Acercó su cuerpito fashion al del fakir y sintió de inmediato la respuesta física, puntiaguda y apremiante, porque Juan jamás salía al ruedo sin protección.
—A mi manera —dijo el fakir—, yo también soy un héroe.
—¿En serio? —Superella se apartó unos centímetros para mirar el rostro de Juan. Y lo hizo aunque para ello tuviera que pagar el precio de suspender la punzante delicia.
—No tengo sentido del humor. Siempre hablo en serio. He salvado al mundo en tres oportunidades, cada una de ella al producirse una invasión de los malvados agarrofiks de Fiks.
—Perdón pero ustedes no tienen perdón de Dios —dijo una voz de la nada, del aire, del mundo de más allá de las viñetas—, primero terminen una de las vidas de Superella, uno de los episodios, y después empiecen otro, sino los hilos que mantienen la cohesión interna del cuerpo de Superella se van a ir al carajo, es decir, van a subir la madera pirata y se van a quedar en el carajo de un corsario viendo el horizonte de las ideas…
—¡Es que es el maldito chip del carpe diem! —vociferó Superella—. Cuando yo tenía doce años, oí un sermón en el country del joven amante de mi tía. Alpalo, el predicador, sin soltar su instrumento de golf, describió la carga imposible que todos arrastramos a lo largo de nuestras vidas con la nostalgia y el remordimiento de los hilos truncos que pasaron y los miedos y ansiedades de los que vendrán, y luego nos exhortó a que descubriéramos "el sacramento del hilo presente", a que confiáramos aquellos hilos a la misericordia de los Dioses y nuestro futuro a su providencia, y viviéramos plenamente este presente sin preocupación de ninguna clase.
—Muchos sermones oí yo en mi juventud —interrumpió embelesado el fakir—, y todos ellos han quedado completamente olvidados. Sólo este logra tocar una fibra sensible de mi ser, porque siento que nunca olvidaré su lección práctica que promete paz a mi alma y relax a mis tensos clavos. Y prosiguió.
—Hazme tuyo, nena.
—Esperen, esperen —dijo la voz que salía de la nada—. Esto va de un lado para el otro y se hace intimidad donde no va. O sea, ¿quién va a entender todo este asunto si mezclan cosas personales con narración? Ustedes se comportan como si estuviesen solos, actuando para ustedes mismos, así nunca van a llegar al mainstream.
—Es cierto —dijo Superella—. Me estoy haciendo críptica.
—¿El qué?
—Es una palabra que venía en el papel higiénico. Tengo un papel con palabras para usar en cualquier situación.
Pero stop. En medio de la floración de palabras incontinentes e higiénicas su cerebro vuelve a recular y piensa. ¿Qué entidad puede tener una voz que sale de la nada? ¿Qué gravedad puede tener esa mismísima nada? ¿Quién carajo puede afirmar que lo que dice es cierto?
Algo dentro de ella ha dado la voz de alarma, y su cuerpo magnífico y entero ha respondido con alerta súbita. Con una mirada de perra a los cuatros costados, se hace cargo de su mundo, alarga todo su cuerpo como si fuera de goma y se levanta infinita más allá de todo argumento.
Entonces llega uno de los momentos más raros en la vida de un personaje: el cuerpo que se clava por sí solo y nos mira, que nos explora en demostración descarada a través de esa única sensación de displacer que le causamos los que ahora estamos frente a la pantalla. Sabe que puede hacerlo. Y lo hace. Superella nos bosteza. Nos bosteza con toda su alma. Y tal vez en este mismo instante se pregunte quiénes carajo somos para determinar que deba ser ella la artífice, el monito circense, la genialidad manifiesta, la impecable boluda de turno para escapar de nuestra propia insatisfacción y aburrimiento. Si es ella la culpable o lo somos nosotros, por elección y naturaleza, críticos eternos, aburridos eternos, aburridos e insatisfechos desde mucho antes de que cualquier personaje existiera.

Y tras el bostezo del ánima y el sexo pinchudo Superella quedó laxa, inmóvil, sólo un leve movimiento en sus pechugas permitía advertir que seguía viva.

—¿Cómo te llamabas? —suspiró finalmente, y se limpió con alcohol y gasa esterilizada cada perforación habida en su cuerpo perfecto.

—Juan García, madame —el fakir esbozaba una sonrisa que alarmaba. Tantos años sin encuentro sexuales habían moldeado su alma, en realidad se había convertido al fakirismo para que sus amigos no le siguieran preguntando: ¿Y, Juan, la pusiste?

Ahora, su camuflaje le estorbaba, y también pensaba que Superella toda pinchoteada se había transformado en un esperpento perforado. Los dos recuperaron por unos momentos la figura humana detrás de sus personajes sin-sexo-en-mucho-tiempo. Dos personas normales, más normales que Clark Kent pero no tan ñoños.
—Quién lo dijera —soltó Sigfrido—. Este par de la manita como telenovela de las 5 de la tarde.
—Ni que lo digas —dijo Alex echándose palomitas de maíz a la boca—. ¿Estaremos evolucionando a guionistas de televisión? ¿Nos invitarán a orgi-fiestas con productores y edecanes? —Otro bocado de palomitas.
—No lo sé, ojalá. Hace falta —reflexionó Sigfrido, sin mirar.
Súper y Juan se miraron a los ojos. —Bueno —Juan le miró las tetas un segundo—, después de todo, ¿qué sería de Fashion City sin Superella, sin sexo… sin Juan?

jueves, 21 de julio de 2011

QUE NO DECAIGA

—A la gente ya no le gustan mis aventuras —se quejó Superella.
Su editor, Paulo Bucay la observó. Le observó las pechugas, pero también eran parte de ella.
—Son los guonistas —dijo Superella—. Ya no me toman en cuenta y la gente se aburre.
—Es que tienen que escribir cosas serias —dijo Bucay.
—Pero yo soy seria. ¡Tengo la cara seria de botox!
—Te iba a decir esto mismo —intervino Stan Lee, que recién llegaba proveniente de una película edulcorada de Marvel—, hay que escribir en serio, como hacíamos en los años 60 con Spiderman y los 1000 Fantásticos. Propongo que Superella vuelva a sus luchas comprometidas a favor del consumismo y en contra de estos zurditos cual morlocks en celo. También sugiero meter dimensiones alternativas y una historieta onda Hora Cero (ahí me ganaron de mano los turros de DC).
—¿No es muy complicado? —dijo pensativamente la héroa a la que todo le parecía complicado.
—Citemos a reunión de guionistas y pongamos los puntos en claro —sugirió Paulo.
—Formemos una comisión investigadora —aportó Stan.
—Hagan lo que les parezca —dijo Superella, se arregló el trench de leopardo, se calzó las botas de cuero de reptil, se miró en el espejo y agregó—: Yo me voy de shopping.
Pero en el camino reflexionó. Tenía que conocer algo de armas. Aparte de sus tetas y tetos, que tantos buenos recuerdos le traían, necesitaba algo más contundente, un poco más fashion que la Kalashnikov-AK 47 que le proponía el asesor de Stan Lee que la llevaba al CC (Consumer Center). Entonces, reflexionando en otro espejito, se dejó llevar por su instinto asesino al subsótano, donde Emiriano Kusterrica vendía armas para barbies todas las edades, incluso un eyector de dardos con feromona que atraían todo tipo de alimañas.
Entró al establecimeinto de Kusterrica —aspirante a cineasta, pero maletón— polveando su nariz y recitando orgullosa:
—Espejito, espejito, ¿quién tiene el culo más redondito? —a punto estaba de responderse a sí misma cuando la mirada del armero y el pellizco del asesor la despertaron del trance, chaqueta mental, dicho más claramente.
—¡Hey, Súper! ¿Cómo te puedo ayudar? —soltó Emiriano, en tono del mejor vendedor del mundo.
—Querido, qué gusto verte —cof cof, guardó el espejito, grácil cual gacela—, quiero combatir el mal con más estilo, y si se puede, poner a raya a esta bola de guionistas que ya debrayan.
—Para eso nada mejor que esto —dijo Emir, sacando un Facebook de bolsillo de sus ropas—, los volverá locos y, poco a poco, sus neuronas se derretirán y entonces, podrás ser libre y navegar los chopings del mundo.
Superella aceptó el Face, lo tomó en sus manos con miedo, y una especie de gozo le recorrió las entrañas. Lo único malo de la situación era que el Facebook se podía volver contra ella. Pero, por suerte, recordó que El Niño Dior guardaba en la Ella-cueva un gramo de Twitter, que era como la energía negativa del universo. Bastará un simple átomo de esa cosa para hacer colapsar el Facebook llegado el caso, pensó con cierto erotismo Superella.
—¿Ya has decidido qué comprar, querida? —dijo Bucay al entrar a la tienda. Stan Lee, con él, llevaba una gorra y gafas de sol. Ya había pasado su cameo de rigor en cada historia y había que mantener el anonimato.
—Este me gusta —contestó la héroa. Echó una mirada y un gesto extrañado al reconocer a Lee, y siguió—. Me llevo el Facebook de bolsillo… y ese cuchillo tipo Rambo que está por allá.
La miraron sonreír. Eso los tranquilizó, nunca hay que estresar a una super héroa cuando tiene armamento entre manos.
—¡Le encantará! —soltó Kusterrica—. Son 3000 dólares.
—¡Chicos! —Superella agitó su blondo cabello—. Retírense, llamé a mi asesor de vestuario y maquillaje y me voy a transformar. Lo que en realidad necesito para mejorar mi lectuencia es un cambio de look.
Cuando nuestra heroína se quedó sola, rodeada de gente, en el centro comercial se dijo que en realidad el mundo cambiaba de dirección y las últimas aventuras que había protagonizado no atraían a nadie porque sus aliados en la lucha contra el mal la habían abandonado y sus archienemigos también.
En realidad Súper no tenía idea de quienes eran esos personajes que trabajaban con ella en los capítulos, ni de qué se trataba cada capítulo. Ella, simple y fresca, interpretaba su papel.
—Al cambiar se hace camino —dijo, apareciendo detrás de un gato que mueve el brazo así y así, el chino tácito—. Hay que explorar con viveza la riqueza del mundo donde vivimos. O esta otra reflexión que se me ocurre ahora: "Al entrar en una confusión vi dos caminos, tomé el más fácil y con menos obstáculos, y eso cambió mi vida.
—¿Se pone filosófica? —dijo Alex Benteveo.
—Está de D10S que este capítulo también se va al carajo —apoyó Sigfrido von Capo.
—Hace rato que acá falta ingenio. ¿Qué hacemos?
—Vayamos a lo de don Ledesma, a ver si nos regala un poco de ingenio.
—¿Ese? Es un explotador que no te va a dar ni un terrón de azúcar.
—Tampoco entiendo por qué algunos explotadores tienen buena prensa y otros no.
Alex se rascó detrás de la oreja; estaba sucia. Sigfrido lo contempló con ternura y se metió el dedo en la nariz. Al cabo de un rato sacó una masa verde y veteada que acercó al rostro de su amigo. —¿Querés? —dijo.
—Bueno.
—¿Y qué hacemos? —preguntó la héroa con su nuevo aspecto.
Los otros la miraron y se preguntaron quién era esa chiruza neotecno vestida de plush de circonio violeta flúo. Pero como tenía un buen par de tetas, sólo la miraron. Mucho.
Superella recibió la mirada libidinosa y se dijo que no todo estaba perdido. Que ella nunca había perdido nada, salvo alguna que otra baratija.
Alex y Sigfrido continuaban amasando la bola de mocos y mirando las tetotas de la estrella de Fashion City.
—Al final somos más protagonistas nosotros que Superella —dijo Alex.
Sigfrido asintió.
—Tenemos que hacer algo que devuelva a Superella a su lugar de estrellato indiscutido —propuso Alex.
—Sí, una estrella…—murmuró Sigfrido comenzando a babear copiosamente.
En ese momento, entre luces de colores, masas enardecidas, y publicidad no tradicional, se escuchó una voz que gritaba: ¡Buenas Noches, América!
Superella apareció ataviada en una nube de humo sin conexión argumental con nada de esta aventura, con apenas un hilo dental entrelazando sus poderosas nalgas, detrás un bailarín, a sus costados, momias embalsamadas con cartones con números aullando: ¡corte de tanga! ¡corte de tanga!
Y Fashion City aclamó a su diva, bailando cha cha cha, chacarera, malambo, rock trascendental, cumbia metafísica, sueños de latex y húmedos, con un aliviador encefalograma plano.
Y decayó.

lunes, 18 de julio de 2011

LUCHE Y VUELVE

Pene el Cruel, miraba atentamente el televisor. Las noticias hablaban de la captura del sádico Peterete, el villano más cruel que hubiese conocido el universo todo.
Mientras, en su Cuartel General, los Gladiadores del Sexo Anal se entrenaban con fuerza y lubricantes. Superella los observaba lujuriosamente, pensando que aunque Pene el Cruel estuviese libre, si ella y los gladiadores unían glúteos, nada podría detenerlos.
Superella, al observarlos, se tocaba. La energía generada por el roce erótico amenazaba con transformarse en el poder, la habilidad, más terrible de nuestra héroa. Con ella, podría conquistar los mall de Miammi, las Tiendas de Parías, los verdugos de azul de Praja. Pero antes debía pensar en el bien, en la comunidad, en los negri. Y entonces, previo a partir al encuentro de Pene el Cruel, decidió hacer obras de caridad, mínimos actos de cielo.
Rescató a un gato de un árbol (obligado acto de superhéroe). Atrapó a un par de criminales de poca monta que se dedicaban al robo a bancos de esperma. Y, por último, se enfrentó con El Cabezón, un dealer de los suburbios de Fashion City que, casualmente, era candidato a gobernador.
El regente Maurice, bajaba en las encuestas encargadas para el mes de las primarias. Contrató a un experto en propaganda y embobamiento del votante que le sugirió inventar acciones de gobierno, llenar la ciudad de carteles amarillos con fotos de personas, que Maurice ni registraba, con la leyenda “Vos sos bienvenido”.
—¿Y este a quién vendría a representar? —preguntaba el regente ante cada foto.
El encargado de propaganda le explicaba:
—Esto es un estudiante de escuela pública, esto es un anciano sin recursos, esto es un pobre, esto es un discapacitado, esto es una embarazada madre de quince hijos…
Mientras tanto, en el otro extremo de la ciudad, Superella estaba atravesando una profunda crisis: después de todo, estar todo el tiempo vestida con ropa chic e impecablemente peinada por su exclusivo estilista Johnny el Bello, para que la reconocieran como la heroína que era, le resultaba muy agotador. En esos momentos oscuros, elegía cubrirse de un manto de invisibilidad para eludir los pedidos de auxilio: jeans sin marca, gastados, zapatillas berretas, el pelo totalmente desgreñado, y, horror de horrores, nada de maquillaje. Así vestida, se sentía un ser insignificante, una más de los miles que pueblan Ciudad Fashion y podía escurrirse, sin ser notada, por los lugares más insólitos. Pero, antes de salir a la calle, no podía evitar mirarse al espejo, preguntándose quién era ella realmente.
—¿Dónde vomito? Demasiado asco es todo esto —dijo Superella en voz alta.
Pensó que cada mañana, una se levanta con la esperanza de que la estupidez humana haya cedido un poco. Hacia la noche, la esperanza se ha hecho trizas de nuevo y una se va a dormir con la sensación de que la estupidez se ha apoderado de otro milímetro de una. Y que una nada puede hacer contra eso.
—Sí, se puede —dijo una voz grave, profunda, que hizo temblar las paredes.
—General —dijo Superella, mirando el rostro adusto de Perón—. Tíñase de rubio, héroa compañera y vuelva con nosotros, los Gladiadores.
—Usted… usted es el líder de los Gladiadores del Sexo Anal?
—Y quién otro? Ahora, tíñase de rubio bien fuerte y vamos.
—Sí, mi General.
—Apúrese, que en cualquier momento llega el cargamento de alpargatas que le pedí a Jauretche. El imberbe de Pene el Cruel está levantando el parquet de los departamentos de los fashioncitenses y la humareda del gran asado oligarca sube clamando justicia hasta los cielos.
El brillo volvió a los ojos de la héroa nueva rubia. Se dirigió a su vestidor y cerró el biombo para arrancarse los harapos clasemedieros de encima y forrarse de heróica moda de una vez por todas. Ella y el General salieron al EllaMovil, sus lentes oscuros brillaban en la escena y un peatón casi cae en una coladera por la distracción.
—Acelere, Superella —apuró Perón, colocándose su casco—. ¡A hacer Justicia!
Rechinaron las llantas y el EllaMovil salió disparado.
—Que se cuide Pene el Cruel —dijo ella—, su vasectomía va en camino…
La Penecueva era un lugar inexpugnable. Superella y el general observaron la fastuosa construcción. Los Gladiadores del Sexo Anal ya habían tomado posiciones, una más erguida que la otra. En una motoneta, Jauretche traía su cargamento de alpargatas para la lucha inevitable.
—¿En serio? —preguntó Superella—. ¿Penecueva? ¿No se presta al chiste fácil?
—Supongo que sí, pero es lo que hay. No podemos esperar que aparezca un Joyce para mejorar los nombres.
—Acá estoy —dijo James Joyce, que venía atado a un mástil.
—¿Para qué es el mástil?
—Es por la lubricidad tentadora de los Gladiadores. No quiero ser presa de sus dotes.
—Dame, Señor, coraje y alegría para escalar la cumbre de este día —imploró en cita Superella, clavando fijamente su mirada en las colosales figuras erguidas.
—Todo destino es largo —disparó Jauretche, también contemplando de soslayo a los gladiadores y comparándolos métricamente con el pobre mástil de Joyce.
Y blandiendo una alpargata en el aire, se dirigió a Superella y prosiguió.
—El arte de estos tipos es desmoralizarnos y los deprimidos jamás vencen. Por eso ¡combata usted alegremente, m'hija! Que nada grande se puede hacer con la tristeza ¡arremeta nomás y no se me reprima!
—Es verdad. Déjese de zonceras, che, hágalo por la causa —sentenció el General.
Y dicho esto, ambos recularon como veinte pasos atrás, dejando a Superella como única y digna carne de cañón.
—¡Alto! —exclamó asqueado Moscán Estebiarda—. Esto me huele a gorilas en la niebla, pero sin niebla.
—Así se habla, cumpa —la mismísima Eva aplaudía la intervención—. Esto nada tiene que ver con la lucha contra el régimen y los descamisados. Don Arturo, vuelva en sí. Compañero General, con estas cosas le hace el juego al enemigo. ¿Quién es esta rubia tilinga? —agregó Evita mirando a la héroa.
—Yo soy Superella, y no puedo luchar contra el régimen, tengo tendencia a engordar.
Mientras tanto lo gladiadores seguían erectos, aunque intimidados por la presencia de la abanderada.
—Bueno, manga de imberbes, no puede ser que acá nadie termine haciendo nada —intervino el General, adelantándose los veinte pasos que había retrocedido—. Tío Campora, humille.
En ese momento, como un bólido flamígero, el Tío Campora, guiado por la grave voz de Perón y armado con dos alpargatas, se arrojó hacia las fauces mismas de la Penecueva. Una explosión nacional y popular se elevó como un hongo justicialista que clamó a los cielos ante el impacto contra el mal. El silencio cubrió el campo de batalla y solo los Gladiadores se mantuvieron erguidos sin parpadear.
—Se fue —dijo el Tío Campora, emergiendo de una pila de escombros.
Y confirmando sus palabras, se vio en el horizonte, al Penecóptero, alejándose de las ruinas. Desde allí, Pene el Cruel hizo gestos obscenos y vociferó chistes de mal gusto. No, esta vez no lo atraparían.
—Maneje, Chupete, maneje.
Chupete Rúa, el piloto de Pene el Cruel, tomó lentíiiiiisimamente los controles del aparato y enfiló hacia lo desconocido, dejando a nuestros héroes en erecta espera.

viernes, 15 de julio de 2011

A LA CAMA CON LOS MITOS

En una habitación de motel sucio, Superella estaba abierta al amor. A su lado, Perseo, Ulises, Quirón (centauro él), Minos, Thor, Maradona y el Che esperaban su oportunidad para lo que ustedes, mentes enfermizas, están pensando: Sexo. Duro. Sin concesiones.
El primero fue Minos. Hombre sabio y perverso (gustaba del sexo animal, literalmente) se acercó despacio pero listo para sacar su sable y herir de muerte a nuestra héroa (muerte de amor, que es la más dolorosa). Momentos antes, le reclamaba atención al General que yacía hundido en un sillón de Eugenio Veinteyveinte observando cómo se iban a dar los acontecimientos.
—A mí me da la sensación de que vos pensás que yo vivo en un frasco de mayonesa. Tengo supermasticada la calle, la vida, la convivencia, la familia, las vidrieras, la política, la razón, la fe... Todas las cosas que se te ocurran. Y me da la sensación de que te ponés un poquitín paternalista, como ese cristo —así, con minúsculas— que perdonaba a quienes no sabían lo que hacían —le dijo Superella al General.
Don General, Perón, se le quedó viendo fijo. Gardel, a su derecha, sólo se llevó la mano al traje y se ajustó la solapa con una sonrisa disimulada. Saliendo del baño, Maradona —que llevaba 3 días con una botarga de conejito puesta— saludó a Superella y luego a los demás en la habitación.
—Hey, qué pasa con ese Minos, ¿nadie le dijo que se limpiara las pezuñas? —le dio una inyectada a su heroína —no la nuestra, la otra— y salió al balcón, canturreando el himno del Nápoles.
Todos se miraron y levantaron los tarros. Superella cavilaba mientras se ponía el traje de latex.
—El hombre es bueno, pero si se lo vigila es mejor —dijo el Che y siguió a D10s.
—¿Ya te vas? —preguntó tímidamente Prometeo con el hígado recién transplantado—. Ahora me siento bien, Superella. Haceme el favor.
Un golpe tremendo hizo detener las manos de Superella, el traje de látex a la altura de las rodillas dejaron ver el resto de su exuberante anatomía. El General dijo:
—Cada uno dentro del movimento tiene una misión. La mía es la más ingrata de todas: me tengo que tragar el sapo todos los días. Otros se lo tragan de cuando en cuando —y mirando a la heroína, la nuestra, agregó—: Muchacha, atendelo a Thor que me rompe todo el piso a martillazos. Yo puedo esperar, estoy planeando mi próximo gobierno.
Y entonces Thor y cada uno de los seres míticos se entregaron al amor con Superella, desnudándola y volviéndola a vestir porque todos, aparentemente, eran fetichistas.
Pero en un momento, Superella dio un grito de feminismo:
—Momento señores: ahora quien los va a ensartar soy yo…
—Les va a vender terrenos en Marte —dijo Alex Benteveo.
—Está de D10s que lo hará —apoyó Sigfrido von Capo. Estaban monitoreando la escena desde la nueva base ubicada en Probos. De hecho, todo Probos había sido convertido en una base ad hoc para este cuento.
—Y los va a ensartar como chorlitos.
—Como panceta, cerdo, morrón, cebolla, pollo y berenjena en un brochette.
—Pero ella va a Marte cuando se le antoja. ¿Por qué tiene que ensartarlos?
—Porque es vengativa y frívola. Sólo se divierte de este modo.
—Tenemos que intervenir para impedirlo.
—Antes de que vaya a Marte a demarcar los terrenos.
—No, después. Dejemos que los demarque.
—Okis —Sigfrido salió para preparar el deslizador mientras Alex preparaba unos mates.
Los terrenos eran nueve en total y se encontraban en una zona imprecisa llamada “La Heroica”, terrenos sin fondo, en movimiento, de forma sometida a la fantasía del comprador. Y ella tenía todo lo que precisa una buena rea de guantes blancos: cadencia subyugadora y estilo; y un concierto de vestuario íntimo. Pavada de persuasión.
—No pienso dejar que me metas nada en el… —comenzó a reclamar Thor, pero Superella lo interrumpió…
—¡Detente, boludo! —estaba lleno de bolas, ¿de qué otra forma llamar al musculoso?—. ¿De qué hablas? Les vengo ofreciendo propiedades que dejarán sus casas Acapulqueñas como choza de pueblito, ya verán —y sacando un mapa marciano se tendió en el suelo con todos los mitos embobados siguiendo sus indicaciones y anotando precios.
No queremos que piensen, queridos lectores, que estos cuentos son anti-feministas, jamás. Es cosa de ver a Superella haciendo negocio a costa de sus curvas: ¡Una maestra! Un poco feminazi, quizá, pero a estas alturas, la ganancia brilla sola.
—Paren, paren, paren, esto ya se desmadró —dijo el Chino Tácito—. ¿Qué es mito y qué es realidad? ¿Qué es esto de gente real metida con dioses improbables o posibles da igual? ¿Quiénes somos, adónde vamos? ¿Qué este cuento no tenga sentido es culpa de una operación de Magnetto y el grupo Clarinete? ¿Qué es el mito, acaso una mentira, o la forma poética de acercarnos a la verdad?
—¿Adónde va, Chino?
—No voy ni vengo, estoy, pero no soy. ¿Se puede ser serio en un ámbito de parodia? Sólo tengo preguntas.
—Búsqueles respuesta y no joda.
—Estamos jodidos, vivimos entre muertos y fantasmas del presente.
—Esto no tiene ni rosquete.
—Maquillaje en los cachetes, rush en el ojete. Pero no es eso de lo que vengo a hablar. Usted se burla y vende propiedades en planetas. Pero se pregunta qué sienten los personajes que utilizan. ¿No faltan Lennon o Evita?
—Evita dignifica.
—Y Cristo, así con mayúscula, da amor y remeras para mercaderes que no entienden lo que se les da. Lo que se dice tirar gladiolos a los porcinos. Todos somos víctimas de los que nos rodea y lo que hacemos, hicimos y haremos. Creemos porque saber es también sufrir.
—Usted promulga la ignorancia.
—No, promulgo que también la poesía de lo invisible es conocimiento dentro del conocimiento. Porque si tenemos razón, es mucho mejor que la certeza de un naufragio o de que no iremos más lejos que el Magic Kingdom y si no la tenemos, nos moriremos en el olvido al que siempre pertenecemos.
—Ahora no vamos a tener ninguna venta, se fueron todos y nos dejaron discutiendo en la seriedad de los que no se hayan acordes a la sátira. Mírelo correr al tío Campora, dándole sombreritos a los sobrinitos de Walt Disney, que ternura. Ya se fue él también y me quedé sin ganancias para distribuir con la patronal que finge ser proletariado.
—No estamos solos, tenemos a los mitos para darnos la calidez de la compañía. Al final de cuentas, todos tenemos culos que desatar y soledades que cubrir. Los mitos son también la compañía de los siglos que pasaron y de los humanos que soñaron. ¿Y acaso usted es más real que Perón o Perón es menos real que la China en la que nunca estuvo nadie, nunca jamás?
El silencio fue cubriendo el relato, entre la pesadez de la argumentación chinezca y la falta de un argumento vinculante.
—¿Y mis ganancias?
—Únase al proyecto nacional y popular —dijo el Chino.
—¿Cómo?
—Cómpreme unas galletitas de la fortuna.
—Chino, váyase a la mierda.
Superella se fue alejando. Algunos dicen que iba cantando: Perón Perón, qué grande sos.

martes, 12 de julio de 2011

SUPERELLA CONOCE A LADY BABÁ

Las estrellas brillaban en el megaestadio de Fashion City, Lady Babá, la gurú de la musica pop electrónica bizarro folclórica lisérgica tocaba su chacarera Truco Face. La gente cantaba los estribillos con la misma pasión enfermiza con la que arrojaban choripanes al escenario, a modo de homaneje a la diva que con su voz acallaba tormentas y te dejaba el pelo frizzado.
Superella no tenía ticket de entrada y sobrevolaba el megaestadio. Sus vuelos distraían a la cantante que trataba de controlar su mal humor.
La multitud no registraba a la héroa volante. Pero…
—¡Yo así no sigo cantando! —exclamó Lady Babá y tomó otro trago de rhum de la cantimplora que colgaba del cinturón. Y señalando al cielo agregó—: ¡Ella o yo! —y arrojó al piso el micrófono que sostenía con la otra mano.
La banda suspendió la música y millones de ojos y antenas se dirigieron al lugar que señalaba la artista.
—Tienen el mismo traje —dijo Guilfredo Versonce—, y no lo diseñé yo.
Los miles de fans pusieron cara de sorpresa, cual si una coreografía mágica hubiera sido ensayada días antes y todo saliera a la medida. Superella se dio cuenta y sonrío con disimulo, será una superhéroa pero es sensible a lo bien coreografiado.

Aterrizó junto a la cantante, una de cada lado del escenario. De fondo se dejó escuchar una tonada tipo Ennio Morricone como si esta historia estuviera planeada, pero luego voltearon y vieron al pianista de la banda haciéndose el gracioso. Este bajó la mirada. Ellas asumieron la pose.

—¿A vos qué te pasa, chitrula? —dijo Lady Babá, una retro de aquellas.
—Que quise comprar una jeta como la tuya y no había Cristo que se atreviera a bajarla de la estantería.
—¿Sos pícara? ¿En qué bargueño apoliyado encontraste esos chistes?
—No son chistes, adefesio lisérgico —Superella adelantó el puño y lo dejó a siete micrones de la nariz de la diva.
—¿Querés escalar? No trajiste cuerdas, enana de circo.
—¿Seguís insultando? ¿Sabés que si me hago cargo de vos lo único que vas a poder elegir es grado de picadillo en que vas a quedar convertida?
Los de la banda arrancaron con los primeros acordes del hit del momento: “Tengo leche en el orto” y lograron que la atención del público se desviara.
—¿Resultó? —dijo Lady Babá. Superella le leyó los labios.
—¡Inmejorable! —respondió. La gente deliró.

Lady Babá, feliz. Otro buen logro de sobresalir en un mercado hiperpoblado: el de la música pop vacía de sentido ¿Acaso no es a lo que aspira? Imponer por lo puesto, no por lo propuesto. Todo el sentido volcado en el bendito packaging, minga en el contenido. Sin embargo, su exhibicionismo es vacuo pero no atroz y Superella lo conoce como a la palma de su mano, como aquella novela de Ballard que nunca leyó: la exhibición de atrocidades. Tingelli y Anagrela son eso: góndolas de atrocidades. Muestrarios de botoxeados, borrachos, mujeres golpeadas, golpeadores de mujeres, delatores, genuflexos, obsecuentes, vendidos, comprables, cirujanos plásticos, abogados, locos furiosos, trepadores. Espejos de saldos del laberinto de los espejos de Interama.
—Vacua pero no atroz —reflexionó Superella. Pero prefirió no repetirlo en voz alta.
Simultáneamente, una inmensa superficie de sonido sacudía al unísono un "GOOD FOR HER!"
—¿No le parece que esto pierde encanto? —preguntó Sigfrido von Capo dejando a un lado el lápiz Faber con el que había estado escribiendo.
—Se pincha como un neumático en la cama del fakir —repuso Alex Benteveo—. Hagamos algo.
—Pongamos a un fakir, eso.
—Mejor a un gurú de la India, un santón de esos que se entierra vivo y sale al mes, más fresco que una lechuga.
—Dele.
El fakir, como saliendo de la nada, se materializó en el escenario. Chandra Vistajanand Dragaputri levantó los brazos y la multitud quedó galvanizada.
Mientras miraba desinteresada al boludazo del fakir tragándose cuanta porquería anduviera tirada por ahí, Superella pensó que estaba perdiendo el tiempo. Nada de lo que hizo en los últimos días le resultó ni interesante, ni valioso, ni siquiera emocionante. No sólo se estaba volviendo una vacía irrecuperable, sino que además sus actitudes porno la estaban tornando previsible y berreta. Cualquiera que la conociese, al minuto se daba cuenta que ella era de las que terminaba en una cama tirándole la goma a cualquier salame.
—La pornovida te hace piola un rato; más, sos la putita de Fashion City.
Esto lo dijo en voz alta. Una mina que estaba al lado la miró de arriba a abajo.
—¿Así que vos sos Superella? No eras para tanto, al final.
—La ciudad me hizo así. Yo no tengo la culpa.
—Si que tenés la culpa. Sos puta y te gusta serlo. Podrías haber alegado que los dioses creadores te hicieron entregaconcha gratis, pero existe el libre albedrío. Y cualquier otario sabe que los dioses —nuestros dioses creadores— son puro cuento. Así que dejá de llorar. Me voy porque esto es una garcha. Suerte.
Superella se quedó más sola que la una. Si hubiera tenido una bombacha de La Saladita se la ponía en ese mismo instante, para que se le secara la cachucha y luego desaparecer.
—Esto pinta para final indigno —dijo Alex.
—Más triste que un tango de Discepolín —completó Sigfrido.
—Lo del fakir no anduvo.
—Tenemos que probar con algo bien fuerte.
—Fuerte como una botella de aguardiente al cien por ciento.
—¿Estás pensando en algo fuerte?
Alex asintió y sonrió. No por nada eran socios, esos dos.
—Algo que rompa todo y los deje culo para arriba.
—¡Sí! ¡Un trío!
—Pero no cualquier trío.
—No el Trío Los Panchos, por ejemplo.
—Ni ahí. ¿Qué te parece un trío de Superella con Gardel y Perón?
—¿Y si agregamos también a Maradona?
—¡Genial! Dale, ponete a escribir.
Acto seguido, Gardel, Perón y Maradona llegaron en paracaídas entre fanfarrias y bailes pitorrudos. Entre los 3 cargaron a la Lady Babá y la arrojaron al Vesubio con gesto imperial. Superella se limpió las lágrimas con su pañuelo de seda y dejó ver una sonrisita.
En las gradas, Alex y Sigfrido aplaudían como desquiciados. De ahí salían corriendo al cine, estaban invitados al estreno de la nueva del Bruce Willis.

sábado, 9 de julio de 2011

EL CHUPADOR DE NAVONA RESUCITA A LA HEROÍNA

En el espacio exterior a éste, la nave que llevaba de vuelta a Fashion City el cadáver de Superella dio una vuelta en U. De inmediato sonó el silbato de un policía de la Metro. La nave detuvo su marcha pero, sin la fuerza de los motores, giró en caída libre atraída por la fuerza gravitacional del planeta Navona.
El estrellamiento fue terrible. Miles de habitantes murieron en una sucesión de terremotos, derrumbes y desnudos que hizo que los noticieros aumentaran su raiting a niveles inconcebibles entre los sobrevivientes y Ernestino Magneto, líder de la única cadena planetaria se permitiese salir corriendo en calzoncillos al grito de: ¡No se va a acabar, no se va a acabar, el negocio universal!
A pesar del desastre ocasionado, la nave caída del cielo no se había destruido. Un ser, vestido de verde aterciopelado, tan suave por fuera que parecía de chiffón, se acercó a la compuerta y emitió un sonido extraño, una especie de slurp, la compuerta se abrió. Ingresó a la nave, recorrió sus pasillos en busca de la heroína que lo había cautivado. Debía resucitarla.
Encontró a Superella muerta pero intacta, toda su belleza tetona permanecía sin marcas visibles. Por dentro, Superella era un licuado de frutilla y mango.
—Permiso, Superella —dijo el chupador de Navona y le tomó las piernas, las separó. Un apéndice brotó de su boca, casi una manguera verde, y lo aplicó en modalidad intrapiernosa con un sonido agudo pero sabrosón.
La súper piel se fue tiñendo de un rosado envidiable en su tono de bronceado peninsular. Ni la Pamela de Guardiana de la Bahía le llegaba a los tacones; la vida le fue inundando como tsunami y la ricura fluyó por sus venas de a poquito.
El maestro Ogui observaba desde la mesa 4, tomando un licuado de gargantúa e hizo un gesto a Spock, de esos con las manos que son tan famosos hoy día.
Poco a poco, Superella, fue recobrando el conocimiento y descubrió al chupador de Navona con su lengua, en cierto modo bífida, en su entrepierna. El enfado de Superella fue tal, que en un movimiento veloz de pernil de cuatro jotas, le propinó un patadón en la zona cojonil del señor chupador… y no, no se enfadó por tener la lengua de éste en partes no concernientes al tema, era una simple cuestión de higiene, no se había lavado los dientes.
—Asqueroso sobador –dijo Superella-. ¿No te podrías dar una enjuagada de vez en cuando?
La superhéroa se puso de pie y observó la mugrosidad de su anteriormente glorioso traje. Esto es espantoso, se dijo, hasta se me ve la tanga. Por un segundo pensó que podría hacer una canción con esa frase, quizás una cumbia para Time Warner Sony Columbia Emi Cachafaz Capitán del Espacio Company, pero luego desechó la idea. A su tanga le faltaba armonía con toda la suciedad espacial acumulada.
—¿Y ahora que hago? — dijo—. ¿Habrá Gucci en esta pocilga de planeta?

—Yo no me preocuparía tanto por eso —sentenció Ogui, limpiándose los restos de gargantúa que había derramado sobre su próstata en plena euforia voyeurista—. El efecto de la saliva milagrosa del santo chupador sólo tiene efecto hasta próxima luna nueva.
—¡¡Carajo!!
—Pero podemos hacer un hisopado de esos fluìdos portadores de vida y criogenizarlos para poder ser utilizados a la primera de cambio. Eso sí: el hisopado es un procedimiento algo doloroso y no se puede hacer bajo anestesia porque se corre el riesgo de alterar su acidez y lograr el efecto mórbido contrario.
—¿Entonces?
—O se hace reconstrucción del hecho cada luna nueva o...hisopado.

—A mí —dijo Superella cubriéndose sus partes pudendas con la cartera Chantel—. A mí nadie me hisopa nada.
En ese momento se abre la compuerta y entra un hombre alto, rubio, de ojos celestes, una pera una tanto grande y un hoyuelo en el mentón y dice:
—Soy el Dr. Kilder y puedo solucionar este merengue. En mis estudios de guiones alterados salvé miles de vidas, y unca nadie me preguntó cómo lo hacía.
—¡Un momento! —el Dr. Mac Coy se abalanzó sobre la heroína para protegerla—. Este tipo es un falso médico, yo soy del siglo XXIII y tengo la posta.
—¿Falso médico? Puedo traer al doctor Gregory House para que testifique en mi favor.

—¿Ese! —exclamó Mac Coy conteniendo una carcajada vomitiva—. Ese no testifica a favor de nadie, ni siquiera de sí mismo. —Ogui pidió otro gargantúa y Alex Benteveo y Sigfrido von Capo entraron a la carrera.
—¡Otra vez se está yendo la trama al carajo! —aullaron al unísono, blandiendo los pendraivs que contenían los capítulos precedentes de esta saga.
—Nada de eso —rebatió Mac Coy—. Esta trama está perfectamente anudada. Lo digo con conocimiento de causa. Cuando yo era judío mi yiddishe mame me enseñó a tejer. Miren.
Todos se inclinaron para ver. Era cierto. La trama era perfecta. La trama apareció ante sus ojos, desnuda, brillante, como un juego de telas o de fuegos. Y todos vieron todo. El universo, la Metro (comandada por el perverso Ministro Oídos), las calles de Fashion City, Miky, los villanos, la orgía que conmovió los ojos de los jueces de la suprema Corte (confrontar: Ogui vs. Luisiana State Prison Break Under Hell), las naves, los olimpos, la vida, el verso.
—Realmente ustedes están locos —exclamó el lector desde la realidad.

—Tiene razón el lector —dijo Superella y se pasó el rizador por el flequillo—. Están locos, son unos desquiciados, y encima nadie me soluciona el problema de mi resurrección cíclica. El Chupador de Navona me sometió a sus instintos, me avivó un poquito. Pero ya me siento desfallecer, mi vida se escurre como la arena entre los dedos…
—¡Cagamos! —dijo el Regente Maurice —el chip de la rubia tetona está fallando, conectó con el canal de metáforas simples. Cambie el rumbo Comisionado Palacios, de inmediato, o esto se hunde.
—¡Esta historia está fallando, Capitán! —gritó Scotty, mientras devoraba un pedazo de torta—. Los lectores no van a resistir, tenemos que teletransportarnos a Fashion City y empezar de nuevo.

—Paren, esto se arregla fácilmente con mis bolas —dijo un rubio robusto al que todos se quedaron mirando—. Las bolas del Dragón, manga de homosexuales.
Un ahhh de decepción cundió entre varios de los presentes.
—Bueno, yo pido un deseo y ya está –dijo el rubio Gokú—. Miren, quiero volver a Fashion City.
Inmediatamente todo volvió a la normalidad. Aunque algunas quejas se dejaron a escuchar.
—Ah, cierto, me olvidé de avisarles que los deseos vienen con la maldición de una diarrea explosiva —dijo Gokú.
En el espacio nadie escucha tus gritos, pero en aquella nave, los gritos por un baño sacudieron toda la atmósfera de Fashion City. Como cualquier otro día en cualquier otro comic.

miércoles, 6 de julio de 2011

OBJECCIONES ESPACIALES DE UN PEPINO CÓSMICO

Por fin, la nave despegó. Superella en la silla del Capitán Kirk, y el Capitán Kirk en la cocina con Sulu, preparando la cena. El teniente Ru Paul y Spock en los controles, Sigfrido y Alex en sus puestos de navegantes.
Comala había quedado lejos, Fashion City ni se diga: lejísimos. La velocidad fue aumentada y a nuestra héroa se le regó el café descafeinado en el asiento.
Luego de sus innumerables aventuras, Superella llegó al espacio. Guiada por el maestro Ogui, siguiendo la trayectoria de un pepino interestelar que se remontó a la estratósfera, siguió por la atmósfera, agarró el ramal Tigre de la línea 60 y sintió como su traje de héroa se iba llenando de polvo de estrellas. Mugre, chatarra, cachos de matambre que orbitaban en el sistema solar, en la Vía Lechosa de Milkybar.
El problema consistía en que dicho sector de la galaxia era gobernado por un tal Miky, apolítico de raza, y entonces todo era un desastre: no había un agujero de gusano digno que te llevase a tu casa o trabajo en tiempo normal. Pero Superella era ingenua, hueca, naif. Y solo le importaba lo bizarros dibujos que llenaban las pantallas de la Enterprise. Aunque, en última instancia, sintiera ese calorcito tan especial por Zulu.
Oye Zulu, ¿qué cosa es eso que llevas puesto preguntó Superella, coqueteando.
Se llama Tutú respondió el chino planetario, es para bailar ballete, ¿verdad, Ru Paul?
Aquella morena quedose callada, nomás viendo cómo Zulu le guiñaba el ojo. Superella ni por enterada de esa jotería, pero se sentía soñada. Mientras la nave Interplatanaria se internaba en el sector de Milky, el amor se sentía en el aire, con el aroma a milanesa desde la cocina.
¿Y la paella? dijo Tutú.

—Fascinante —dijo el Sr. Spock enarcando la ceja izquierda—, en este viaje interestelártico hemos cambiado el nombre del contramaestre Sulu varias veces. Ahora lo voy a llamar Putu.
—¡Más putu será tu abuela, Spock! —dijo Sulu correteando por la nave para evitar que Superella le quitara el Tutú.
Un estruendo hizo temblar el plató de la nave y el Almirante Nelson dijo:
—¡Kowalsky, levante el periscopio que se acerca un ojebto extraño!
—El sonar está activado, sargento Sanders. Tiene forma ovalada, es verde y tiene una especie de granitos.
—¡El pepino! —anunció Hoss
Cartwright.
—¿El tutú habla? –preguntó Superella, al ver, o mejor dicho, escuchar la prenda parlante.
—A mi todo me habla —respondió Sulu, haciendo un gesto inabarcablemente obsceno-. Pero la cuestión es si ya terminó de hacerse la paella.
Superella iba a decir algo, pero en eso entró Scotty, el ingeniero de la nave, comiendo ingentes pedazos de torta y escupiendo mientras daba gritos y hacía esta oración innecesariamente larga.
—¡Los motores no resistirán! —bramó.
—¡Yo no soy gorda, tengo huesos fuertes! —gritó Superella, adelantándose a las miradas que ya algo iban a decirle.
—¿Por algo te llaman Súper, Ella? —el siempre enigmático RuPaul, se acomodó el intercomunicador inalámbrico en la oreja y prosiguió—: Capitán Kirk, Estoy recibiendo una comunicación del pepino cósmico.
—Conecte la pantalla, Ru —dijo Kirk después de limpiarse la pera de tinta de calamar asesino de Kroken, un planeta pequeño de los confines de la vía Milkybar.
Se corrió el telón y dejó ver en todo su esplendor al tripulante del Pepino Cósmico, que comenzó su parlamento:

—Soy el último representante de una especie casi tan antigua como el universo, actualmente en extinción…
—Se incendió y le dieron con el tubo rojo —se burló Tsulu, por lo bajo. Había vuelto a cambiar de nombre y de personalidad.
—¡Silencio! —bramó silenciosamente Spock—. Déjelo seguir.
—Mi misión es recolectar material genético para rediseñar nuestra especie y he descubierto que su nave transporta tejido orgánico de primera, ideal para cruzar con el mío.
—¿Quién? —dijeron a coro todos los tripulantes de la nave.
—No sé el nombre, ni me importa. Es joven, forma parte de la división que ustedes denominan “sexo femenino” y tiene una inteligencia superlativa.
—Superella no es —dijo Alex Benteveo un segundo antes de quebrarse.
El Pepino Cósmico se acercó a la pantalla para ver quién dijo eso, la luz le dio en la calva y se escuchó una expresión que hizo temblar la nave:
─ ¡¡¿Willis?!!

—El mismo que viste y calza, baila y sonríe con labios de piedra pómez.
Willis, después de haber cruzado varias veces una Avenida bastante perdida, llena de poligrillos, mancusadores y escruchantes, venía a hacerse cargo de lo que fuera, de la sonrisa leve de Spock, del tutú parlante de Zulu, de la barriga de Superella (aunque era otra, su clon eficiente) y de todo otro pecado que hubiera sido cometido en la nave. Pobre Willis, estaba frito como un pollo mojado.

—Vengo en busca de Betty, Peggy, Julie o Mary. Me dijo un morocho dientudo peinado a la gomina que andaban por acá.
¿No era que no sabía el nombre? —Sulu lo codeó a RuPaul y se rieron, ambos, por lo bajo.
—¡Basta! —el grito hizo vibrar la pantalla de plasmatrón—. Manga de pelafustanes de cuarta. Vengo en son de paz. He tripulado este pepino cósmico por siglos. He recolectado objectos por toda la Vía Lactosa de Milkybar y me he arriesgado a entrar en el Cinturón de Oreo.
—Entonces —dijo RuPaul tocando el hombro de Sulu —viene a buscar a la gorda. ¡Superella, el Pepino te requiere!

—No puede ser. Yo soy fashion y los sentimientos de este no me importan un pepino. Seguro que la busca a ella, a la no súper —concluyó señalando a Tzulu.
—¿Yo señor? —dijo el mentado haciendo mohínes—. No señor.
—¿Pues entonces quién la tiene? —dijo Kirk.
—Peor —refutó Spock—. ¿Ahora quien podrá ayudarnos?
—¡Yo, por supuesto! —exclamó un mamarracho ridículo vestido de verde apareciendo del espacio exterior—. ¡El Chupador de Navona!
El coro de la tragedia griega, La Doce, hizo su entrada:

Y chupe, chupe, chupe
No deje de chupar
Que chupe lo que chupe
Lo vamos a putear.

—Esto no me puede estar sucediendo —dijo, pensativa, Superella—. Bruce Willis en plasmatrón HD —mordisqueó una pastilla de cloplarzolam mojada en leche de camella—. Estos tarados de la Enterprise, fuera de época —engulló diez empanadas de pollo—. Los groseros de La Doce, me voy. Me muero.
Y exhaló su último suspiro tras un eructo que tronó en todo el universo.