martes, 31 de mayo de 2011

SUPERELLA MUERE POR UNAS BOTAS DE PIEL DE TIGRE, PERO DESPUÉS RESUCITA

Superella estaba fresca como una zanahoria cuando se le cruzó la idea de calzarse con las botas de viajar hasta Titán, hechas en animal printing con técnicas láser ilustradas, cuando se le apareció el holograma de Madame Tussó, reina madre de la cera depilatoria para regiones no ópticas del maniquí y le predijo que ciertos centauros tenían en sus flujos espirituales un veneno poderosísimo para detener la maldad insolente de ciertos negociadores de ropa de origen dudoso. Esto actuó como disparador de pacotilla. Los disparadores disparatados suelen ser los que llegan más lejos, así que nada mejor que otra vuelta de tintura para pensar mejor.
—Recuerden que 1100 palabras. Ni una menos, ni una más y se imprime —profetizó la ex amante del doctor Bulardón y apuntó con su 22 a los guantes de látex empapados de tintura azabache N° 22 serie Judea que asomaban por el borde de un pequeño bols, justo arriba de la botas atigradas de Superella.
—A mí nadie me indica los límites que debe tener este cuento y no te tengo miedo, enana de bodegón. Gatillá si te quedan ovarios no congelados —gritó.
—Menos mal que borraste las palabras que sobraban, corderito platinado del señor, sino el que te manchaba los decolorados sesos era el ojo del administrador.
—Si ese me mancha las botas se le acaba el cuento. No ves que no le conviene, gila. ¿Y? ¿Vas a disparar o no? Creo que llegué a las cincuenta, así que finishela.
Superella despertó del trance telepático con la Tussó y se calzó las botas de piel de tigre. Quería visitar a su amado archienemigo Mix Mux en Titán. Lo que ella no sabía era que el comisionado Palacios, obedeciendo órdenes del regente Maurice había untado el interior de las botas con talco de bolsa, el más berreta del mercado.
Nuestra heroína comenzó el viaje intergaláctico mientras el talco penetraba en su delicada piel y la iba desangrando por dentro.
Llegó a Titán. Cayó desplomada. Los pensamientos le eran breves. Telegráficos. Mi mama me mima. Evita educa, Perón dignifica. Viva la patria. Estoy delirando, pensó Superella, me muero en el fluir de conciencia; chupate esa James Joyce que Ulises bien que se tocaba aún atado al mástil cuando las sirenas le cantaban, so botón, so botón.
—Para sobrevivir tiene que anular la conciencia —dijo el chino que estaba en Titán sin que nadie lo supiera.
—¿Usted salió de la nada? —preguntó Superella, casi en agonía.
—Sí. Soy el chino tácito. Pero eso no importa. Tiene que concentrarse para no morir. Piense lo siguiente: si ve al Buda, mátelo.
—¿Lo qué?
—Bueno, demasiado complejo para su cerebro de taco aguja. Pruebe con: Pablito clavó un clavito.
Superella intentó repetir el mantra, pero allí empezaron los problemas. Por un lado, el talco le rebanó la psique, la arrastró hacia un estado totalmente inmanejable. Sus poderes se hicieron comunes, es decir, perdió sus habilidades maravillosas. Ya no podía volar. Ya no podía atravesar los objetos con sus ojos de cielo. Ya no podía alcanzar a la luz en su alocada carrera.
Y por otro lado, no menos grave, en Titán estaban sus amantes. Sabido es que cuando un humano común y corriente muere, su alma comienza la travesía hacia Titán. Bueno, allí reposaban varios individuos que habían amado a Superella como solo ella lo sabe.
Y por último: el chino, el inconmensurable chino tácito, cósmico repitiendo: Pablito clavó un clavito.
—¿Dónde está el Buda ese para matarlo? —gimió Superella en el límite mismo de sus fuerzas.
—Estamos avanzando —respondió el chino—. Por lo menos ya sabe que el Buda no es un diseñador de soleros con estampados de svásticas usando el sistema Graff Spee.
—¿No es? —Superella se sentía morir. Sabía que alguna de las prendas que estaba usando no era original, pero al ignorar cual de ellas no podía desprenderse de su maligna influencia—. ¡Me muero! —musitó.
—Recite el mantra —dijo el chino—. ¡Recítelo, anoréxica de mierda! Pablito clavó un clavito.
—¡Es la bombacha! —dijo la heroína. Y murió con las botas puestas.
—¿Murió realmente? —dijo el chino estupefacto.
—No —dijo Supertodos, que había abandonado el marxismo, pasándose al misticismo candelario de San Francisco Javier Leandro Esteban, el patrón de los conversos—. Ya mismo hago un milagro y la resucito. ¡Superella, levántate y anda, como la Linda Miranda! —y le robó las botas, se las calzó y huyó hacia la derecha.
En ese momento apareció Mix Mux, besó los labios fríos y colagenados de Superella, la heroína no pudo abrir los ojos por un exceso de botox pero pudo mover la cabeza un tanto así y hacer rodar una lágrima falsa por el rabillo del ojo.
—¡Mi héroe! —pudo articular esas palabras con un hilo de voz—. Me has salvado, pero ahora te convertirás en sapo. Es una maldición que me persigue desde hace como mil años. La única solución es que tu verdadero amor te bese.
—¡Besame, flaca! No quiero ser sapo de otro pozo.
Y Superella y su amado archienemigo se trenzaron en una orgía de besos, toqueteos y franelas que dejaron bizco al chino.

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