viernes, 15 de julio de 2011

A LA CAMA CON LOS MITOS

En una habitación de motel sucio, Superella estaba abierta al amor. A su lado, Perseo, Ulises, Quirón (centauro él), Minos, Thor, Maradona y el Che esperaban su oportunidad para lo que ustedes, mentes enfermizas, están pensando: Sexo. Duro. Sin concesiones.
El primero fue Minos. Hombre sabio y perverso (gustaba del sexo animal, literalmente) se acercó despacio pero listo para sacar su sable y herir de muerte a nuestra héroa (muerte de amor, que es la más dolorosa). Momentos antes, le reclamaba atención al General que yacía hundido en un sillón de Eugenio Veinteyveinte observando cómo se iban a dar los acontecimientos.
—A mí me da la sensación de que vos pensás que yo vivo en un frasco de mayonesa. Tengo supermasticada la calle, la vida, la convivencia, la familia, las vidrieras, la política, la razón, la fe... Todas las cosas que se te ocurran. Y me da la sensación de que te ponés un poquitín paternalista, como ese cristo —así, con minúsculas— que perdonaba a quienes no sabían lo que hacían —le dijo Superella al General.
Don General, Perón, se le quedó viendo fijo. Gardel, a su derecha, sólo se llevó la mano al traje y se ajustó la solapa con una sonrisa disimulada. Saliendo del baño, Maradona —que llevaba 3 días con una botarga de conejito puesta— saludó a Superella y luego a los demás en la habitación.
—Hey, qué pasa con ese Minos, ¿nadie le dijo que se limpiara las pezuñas? —le dio una inyectada a su heroína —no la nuestra, la otra— y salió al balcón, canturreando el himno del Nápoles.
Todos se miraron y levantaron los tarros. Superella cavilaba mientras se ponía el traje de latex.
—El hombre es bueno, pero si se lo vigila es mejor —dijo el Che y siguió a D10s.
—¿Ya te vas? —preguntó tímidamente Prometeo con el hígado recién transplantado—. Ahora me siento bien, Superella. Haceme el favor.
Un golpe tremendo hizo detener las manos de Superella, el traje de látex a la altura de las rodillas dejaron ver el resto de su exuberante anatomía. El General dijo:
—Cada uno dentro del movimento tiene una misión. La mía es la más ingrata de todas: me tengo que tragar el sapo todos los días. Otros se lo tragan de cuando en cuando —y mirando a la heroína, la nuestra, agregó—: Muchacha, atendelo a Thor que me rompe todo el piso a martillazos. Yo puedo esperar, estoy planeando mi próximo gobierno.
Y entonces Thor y cada uno de los seres míticos se entregaron al amor con Superella, desnudándola y volviéndola a vestir porque todos, aparentemente, eran fetichistas.
Pero en un momento, Superella dio un grito de feminismo:
—Momento señores: ahora quien los va a ensartar soy yo…
—Les va a vender terrenos en Marte —dijo Alex Benteveo.
—Está de D10s que lo hará —apoyó Sigfrido von Capo. Estaban monitoreando la escena desde la nueva base ubicada en Probos. De hecho, todo Probos había sido convertido en una base ad hoc para este cuento.
—Y los va a ensartar como chorlitos.
—Como panceta, cerdo, morrón, cebolla, pollo y berenjena en un brochette.
—Pero ella va a Marte cuando se le antoja. ¿Por qué tiene que ensartarlos?
—Porque es vengativa y frívola. Sólo se divierte de este modo.
—Tenemos que intervenir para impedirlo.
—Antes de que vaya a Marte a demarcar los terrenos.
—No, después. Dejemos que los demarque.
—Okis —Sigfrido salió para preparar el deslizador mientras Alex preparaba unos mates.
Los terrenos eran nueve en total y se encontraban en una zona imprecisa llamada “La Heroica”, terrenos sin fondo, en movimiento, de forma sometida a la fantasía del comprador. Y ella tenía todo lo que precisa una buena rea de guantes blancos: cadencia subyugadora y estilo; y un concierto de vestuario íntimo. Pavada de persuasión.
—No pienso dejar que me metas nada en el… —comenzó a reclamar Thor, pero Superella lo interrumpió…
—¡Detente, boludo! —estaba lleno de bolas, ¿de qué otra forma llamar al musculoso?—. ¿De qué hablas? Les vengo ofreciendo propiedades que dejarán sus casas Acapulqueñas como choza de pueblito, ya verán —y sacando un mapa marciano se tendió en el suelo con todos los mitos embobados siguiendo sus indicaciones y anotando precios.
No queremos que piensen, queridos lectores, que estos cuentos son anti-feministas, jamás. Es cosa de ver a Superella haciendo negocio a costa de sus curvas: ¡Una maestra! Un poco feminazi, quizá, pero a estas alturas, la ganancia brilla sola.
—Paren, paren, paren, esto ya se desmadró —dijo el Chino Tácito—. ¿Qué es mito y qué es realidad? ¿Qué es esto de gente real metida con dioses improbables o posibles da igual? ¿Quiénes somos, adónde vamos? ¿Qué este cuento no tenga sentido es culpa de una operación de Magnetto y el grupo Clarinete? ¿Qué es el mito, acaso una mentira, o la forma poética de acercarnos a la verdad?
—¿Adónde va, Chino?
—No voy ni vengo, estoy, pero no soy. ¿Se puede ser serio en un ámbito de parodia? Sólo tengo preguntas.
—Búsqueles respuesta y no joda.
—Estamos jodidos, vivimos entre muertos y fantasmas del presente.
—Esto no tiene ni rosquete.
—Maquillaje en los cachetes, rush en el ojete. Pero no es eso de lo que vengo a hablar. Usted se burla y vende propiedades en planetas. Pero se pregunta qué sienten los personajes que utilizan. ¿No faltan Lennon o Evita?
—Evita dignifica.
—Y Cristo, así con mayúscula, da amor y remeras para mercaderes que no entienden lo que se les da. Lo que se dice tirar gladiolos a los porcinos. Todos somos víctimas de los que nos rodea y lo que hacemos, hicimos y haremos. Creemos porque saber es también sufrir.
—Usted promulga la ignorancia.
—No, promulgo que también la poesía de lo invisible es conocimiento dentro del conocimiento. Porque si tenemos razón, es mucho mejor que la certeza de un naufragio o de que no iremos más lejos que el Magic Kingdom y si no la tenemos, nos moriremos en el olvido al que siempre pertenecemos.
—Ahora no vamos a tener ninguna venta, se fueron todos y nos dejaron discutiendo en la seriedad de los que no se hayan acordes a la sátira. Mírelo correr al tío Campora, dándole sombreritos a los sobrinitos de Walt Disney, que ternura. Ya se fue él también y me quedé sin ganancias para distribuir con la patronal que finge ser proletariado.
—No estamos solos, tenemos a los mitos para darnos la calidez de la compañía. Al final de cuentas, todos tenemos culos que desatar y soledades que cubrir. Los mitos son también la compañía de los siglos que pasaron y de los humanos que soñaron. ¿Y acaso usted es más real que Perón o Perón es menos real que la China en la que nunca estuvo nadie, nunca jamás?
El silencio fue cubriendo el relato, entre la pesadez de la argumentación chinezca y la falta de un argumento vinculante.
—¿Y mis ganancias?
—Únase al proyecto nacional y popular —dijo el Chino.
—¿Cómo?
—Cómpreme unas galletitas de la fortuna.
—Chino, váyase a la mierda.
Superella se fue alejando. Algunos dicen que iba cantando: Perón Perón, qué grande sos.

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