jueves, 21 de julio de 2011

QUE NO DECAIGA

—A la gente ya no le gustan mis aventuras —se quejó Superella.
Su editor, Paulo Bucay la observó. Le observó las pechugas, pero también eran parte de ella.
—Son los guonistas —dijo Superella—. Ya no me toman en cuenta y la gente se aburre.
—Es que tienen que escribir cosas serias —dijo Bucay.
—Pero yo soy seria. ¡Tengo la cara seria de botox!
—Te iba a decir esto mismo —intervino Stan Lee, que recién llegaba proveniente de una película edulcorada de Marvel—, hay que escribir en serio, como hacíamos en los años 60 con Spiderman y los 1000 Fantásticos. Propongo que Superella vuelva a sus luchas comprometidas a favor del consumismo y en contra de estos zurditos cual morlocks en celo. También sugiero meter dimensiones alternativas y una historieta onda Hora Cero (ahí me ganaron de mano los turros de DC).
—¿No es muy complicado? —dijo pensativamente la héroa a la que todo le parecía complicado.
—Citemos a reunión de guionistas y pongamos los puntos en claro —sugirió Paulo.
—Formemos una comisión investigadora —aportó Stan.
—Hagan lo que les parezca —dijo Superella, se arregló el trench de leopardo, se calzó las botas de cuero de reptil, se miró en el espejo y agregó—: Yo me voy de shopping.
Pero en el camino reflexionó. Tenía que conocer algo de armas. Aparte de sus tetas y tetos, que tantos buenos recuerdos le traían, necesitaba algo más contundente, un poco más fashion que la Kalashnikov-AK 47 que le proponía el asesor de Stan Lee que la llevaba al CC (Consumer Center). Entonces, reflexionando en otro espejito, se dejó llevar por su instinto asesino al subsótano, donde Emiriano Kusterrica vendía armas para barbies todas las edades, incluso un eyector de dardos con feromona que atraían todo tipo de alimañas.
Entró al establecimeinto de Kusterrica —aspirante a cineasta, pero maletón— polveando su nariz y recitando orgullosa:
—Espejito, espejito, ¿quién tiene el culo más redondito? —a punto estaba de responderse a sí misma cuando la mirada del armero y el pellizco del asesor la despertaron del trance, chaqueta mental, dicho más claramente.
—¡Hey, Súper! ¿Cómo te puedo ayudar? —soltó Emiriano, en tono del mejor vendedor del mundo.
—Querido, qué gusto verte —cof cof, guardó el espejito, grácil cual gacela—, quiero combatir el mal con más estilo, y si se puede, poner a raya a esta bola de guionistas que ya debrayan.
—Para eso nada mejor que esto —dijo Emir, sacando un Facebook de bolsillo de sus ropas—, los volverá locos y, poco a poco, sus neuronas se derretirán y entonces, podrás ser libre y navegar los chopings del mundo.
Superella aceptó el Face, lo tomó en sus manos con miedo, y una especie de gozo le recorrió las entrañas. Lo único malo de la situación era que el Facebook se podía volver contra ella. Pero, por suerte, recordó que El Niño Dior guardaba en la Ella-cueva un gramo de Twitter, que era como la energía negativa del universo. Bastará un simple átomo de esa cosa para hacer colapsar el Facebook llegado el caso, pensó con cierto erotismo Superella.
—¿Ya has decidido qué comprar, querida? —dijo Bucay al entrar a la tienda. Stan Lee, con él, llevaba una gorra y gafas de sol. Ya había pasado su cameo de rigor en cada historia y había que mantener el anonimato.
—Este me gusta —contestó la héroa. Echó una mirada y un gesto extrañado al reconocer a Lee, y siguió—. Me llevo el Facebook de bolsillo… y ese cuchillo tipo Rambo que está por allá.
La miraron sonreír. Eso los tranquilizó, nunca hay que estresar a una super héroa cuando tiene armamento entre manos.
—¡Le encantará! —soltó Kusterrica—. Son 3000 dólares.
—¡Chicos! —Superella agitó su blondo cabello—. Retírense, llamé a mi asesor de vestuario y maquillaje y me voy a transformar. Lo que en realidad necesito para mejorar mi lectuencia es un cambio de look.
Cuando nuestra heroína se quedó sola, rodeada de gente, en el centro comercial se dijo que en realidad el mundo cambiaba de dirección y las últimas aventuras que había protagonizado no atraían a nadie porque sus aliados en la lucha contra el mal la habían abandonado y sus archienemigos también.
En realidad Súper no tenía idea de quienes eran esos personajes que trabajaban con ella en los capítulos, ni de qué se trataba cada capítulo. Ella, simple y fresca, interpretaba su papel.
—Al cambiar se hace camino —dijo, apareciendo detrás de un gato que mueve el brazo así y así, el chino tácito—. Hay que explorar con viveza la riqueza del mundo donde vivimos. O esta otra reflexión que se me ocurre ahora: "Al entrar en una confusión vi dos caminos, tomé el más fácil y con menos obstáculos, y eso cambió mi vida.
—¿Se pone filosófica? —dijo Alex Benteveo.
—Está de D10S que este capítulo también se va al carajo —apoyó Sigfrido von Capo.
—Hace rato que acá falta ingenio. ¿Qué hacemos?
—Vayamos a lo de don Ledesma, a ver si nos regala un poco de ingenio.
—¿Ese? Es un explotador que no te va a dar ni un terrón de azúcar.
—Tampoco entiendo por qué algunos explotadores tienen buena prensa y otros no.
Alex se rascó detrás de la oreja; estaba sucia. Sigfrido lo contempló con ternura y se metió el dedo en la nariz. Al cabo de un rato sacó una masa verde y veteada que acercó al rostro de su amigo. —¿Querés? —dijo.
—Bueno.
—¿Y qué hacemos? —preguntó la héroa con su nuevo aspecto.
Los otros la miraron y se preguntaron quién era esa chiruza neotecno vestida de plush de circonio violeta flúo. Pero como tenía un buen par de tetas, sólo la miraron. Mucho.
Superella recibió la mirada libidinosa y se dijo que no todo estaba perdido. Que ella nunca había perdido nada, salvo alguna que otra baratija.
Alex y Sigfrido continuaban amasando la bola de mocos y mirando las tetotas de la estrella de Fashion City.
—Al final somos más protagonistas nosotros que Superella —dijo Alex.
Sigfrido asintió.
—Tenemos que hacer algo que devuelva a Superella a su lugar de estrellato indiscutido —propuso Alex.
—Sí, una estrella…—murmuró Sigfrido comenzando a babear copiosamente.
En ese momento, entre luces de colores, masas enardecidas, y publicidad no tradicional, se escuchó una voz que gritaba: ¡Buenas Noches, América!
Superella apareció ataviada en una nube de humo sin conexión argumental con nada de esta aventura, con apenas un hilo dental entrelazando sus poderosas nalgas, detrás un bailarín, a sus costados, momias embalsamadas con cartones con números aullando: ¡corte de tanga! ¡corte de tanga!
Y Fashion City aclamó a su diva, bailando cha cha cha, chacarera, malambo, rock trascendental, cumbia metafísica, sueños de latex y húmedos, con un aliviador encefalograma plano.
Y decayó.

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