domingo, 3 de julio de 2011

A SUPERELLA MUERTA, SUPERELLA PUESTA

En un relámpago rojo de crema antiage y un tornado de espuma antifreeze, Superella trataba de quitarse los últimos restos de la piñata cuando en el coqueto baño diseñado por Lomosonov, el arquitecto de las starlets, se materializó el rudo Cavallini, asesino serial de espumosas vírgenes y le desactivó el chip de conciencia externa, matándola. Pero en cierto laboratorio, un clon activose de Superella...
¿Por qué la desactivaron? Las causas permanecen desconocidas. Lo cierto es que días antes del tremebundo suceso, colgaban pasacalles y pintadas tales como: "El novio de Superella es Yanky", "Viva el Hámster", "Volveré y seré matones", "Superella se exporta, el hambre queda”.
—¿Esta va de clones? —dijo Sigfrido—. ¿Por qué no avisa? Tengo que informarme, entrar a la Wikipedia, hablar con mi mentor.
—¿Usted tiene mentor? —dijo Alex, extrañado—. ¿En qué lo menta o es mentol o…?
—Es mi mentor mental —replicó Sigfrido, airado o aireado, porque la ventana estaba abierta.
—¿Y qué sabe ese de clones?
—¿Qué si sabe? Venga que le muestro. —Y siguiendo al dicho con un hecho, arrastró a Alex hasta el laboratorio supersecreto que hay en el sótano de la casa en la que acaecen estas aventuras y nunca describimos por falta de tiempo.
Sonaba de fondo una cortinilla de Batman y antes de que acabara este par ya estaba en el laboratorio ultra secreto, que de noche, para pagar la luz y el agua, lo ponían de Panadería Desvelada. Techo muy alto, decoración masculina. Muchos posters de modelos de Playboy en pelotas y de autos deportivos. Al fondo, en la silla mullida, el Mentor Mental fumaba puro y bebía leche de burra. Dijo:
—Yo vine a Fashion City porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal… —Se interrumpió al verlos llegar, los miró, tragó saliva y saludó sabiamente.
—¿Un tal? —Sigfrido también tragó saliva. La incomodidad del momento formó una nube amarilla, sulfúrica.
—El nombre de mi padre no viene al caso —dijo el Mentor Mental—. Vayamos al grano.
—Sí, vayamos —consintió Alex. Sacó una imponente pinza de desgranar, un bisturí láser y se acercó al Mentor Mental con aires de House.
—¡No! —exclamó Eme Eme—. Deje mi grano en paz. Aquí habita la sabiduría que supe conseguir.
—¿Le costó cara?
—La compré en Miami. Me dieron dos al precio de una en la buena vieja época que ya no volverá. —El Mentor Mental suspiró hondo y enjugó un lagrimón espeso.
Alex miró al mentor, el mentor miró al mentado, Sigfrido estupefacto dejó de pasar el plumero por el laboratorio y exclamó:
—¡Ahora lo reconozco! Maese Ogui San Canabi, ¿qué lo trae por aquí?
—El teletransportador interestelar del Enterprise, nabo. Este puto de Sulu siempre metiendo mal las coordenadas.
—Ya que está acá Don Ogui, ¿nos ayuda con el clon de Superella? No quiere salir del baño.
Es que el baño era tierra desconocida para el clon. Un clon salido de la Oculta, a medio andar. Es más: había participado de los sucesos del club Albariño, usurpando una parcela de cinco por cinco para poder poner su puestito de santería, pantalla de un oficio un poco menos antiguo que el otro: levantadora de quiniela clandestina.
Negociazo. Pero ya se le había pasado la mano. La clon debía entrar en acción antes de que empezaran los rumores como con McCartney en el Abbey Road. Había que sacarla de ahí y ponerle zapatos de inmediato. Ogui San Canabi tocó la puerta sin recibir respuesta, su magia Jedi no funcionaba, el Sulu de seguro la jodió en la transportada…
—Anda, niña. Sal un rato. Tenemos pieles. De Bisón y Ornitorrinco— susurró amable el sabihondo.
—Bueno, si quiere estar en el baño, que se quede ahí —dijo Ogui, al ver que pasaban cuatro horas y media—. Además yo espero visita.
En ese momento se escuchó un timbrazo con la marcha de River, en B menor, y la puerta se abrió solo para ahorrar movimientos de los personajes. Arturo Jauretche venía seguido de Scalabrini Ortíz, viejos amigos de Ogui.
—Jauretche, Canning –dijo Ogui.
—¡Soy Scalabrini Ortíz!
—Bueno, bueno, igual es doble mano. Sé más flexible, hombre.
En otra parte de la ciudad, en un sótano que olía a yerbas ilícitas, los Mariguaneros planeaban secuestrar a Dior, en un acto aparentemente anarquista pero que en realidad escondía intenciones sexuales deshonestas. Oh pobre Dior, virgen él, de alma, de cuerpo y de drogas también, caminaba por Mataderas, barrio lumpen de Fashion City, tomando una Tab y recordando escenas de una pelicula ochentosa.
—Estamos entrando en la era de acuario —transmitían unos parlantes—. El fin del mundo se aproxima. El planeta se despega. El poxipol es una cagada.
Superella clonada recordó en una fracción de microsegundo su deber para con Fashion City, salió del hidromasaje termal, se secó con una toallita violeta, se puso crema antiarrugas, se maquilló con productos El orate de París, se pasó las planchitas, controló las costuras, se calzó los zapatos, se pintó las uñas, controló los mensajes de texto, actualizó el twitter y…
…en ese momento el planeta explotó como un pochoclo.
Superella abrió los ojos. Estaba sola. Con un pepino en su mano derecha y un hámster en la derecha. Aunque algo incoherente, se sentía tranquila. ¿Había soñado o sólo era un recurso idiota para no explicar la explosión del mundo? ¿Era ella o su clon? ¿La A.F.A arregla los partidos o el fútbol es el opio del pueblo que se estupidiza por los reality shows en el desierto conducidos por Baudrillard? ¿Porqué Ogui flotaba sobre la cama como un maestro yoga, con el sable láser empalmado?
Y en órbita, Sulu se comía otro pepino, en una mesita con Ru Paul. Riendo las dos como locas.
Superella tenía por delante el espacio: la última frontera. Su nueva misión: explorar de mundos desconocidos, descubrir de nuevas vidas y nuevas civilizaciones, alcanzar lugares donde nadie ha podido llegar
. Y fashionarlos.
Esta vez le había pegado fuerte. Nunca más le iba a poner azúcar al café, y en adelante lo consumiría descafeinado. Su cuerpo sólo admitía químicos de pureza extrema.
Niño Dior, dónde quiera que estés, te encontraré.

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