martes, 12 de julio de 2011

SUPERELLA CONOCE A LADY BABÁ

Las estrellas brillaban en el megaestadio de Fashion City, Lady Babá, la gurú de la musica pop electrónica bizarro folclórica lisérgica tocaba su chacarera Truco Face. La gente cantaba los estribillos con la misma pasión enfermiza con la que arrojaban choripanes al escenario, a modo de homaneje a la diva que con su voz acallaba tormentas y te dejaba el pelo frizzado.
Superella no tenía ticket de entrada y sobrevolaba el megaestadio. Sus vuelos distraían a la cantante que trataba de controlar su mal humor.
La multitud no registraba a la héroa volante. Pero…
—¡Yo así no sigo cantando! —exclamó Lady Babá y tomó otro trago de rhum de la cantimplora que colgaba del cinturón. Y señalando al cielo agregó—: ¡Ella o yo! —y arrojó al piso el micrófono que sostenía con la otra mano.
La banda suspendió la música y millones de ojos y antenas se dirigieron al lugar que señalaba la artista.
—Tienen el mismo traje —dijo Guilfredo Versonce—, y no lo diseñé yo.
Los miles de fans pusieron cara de sorpresa, cual si una coreografía mágica hubiera sido ensayada días antes y todo saliera a la medida. Superella se dio cuenta y sonrío con disimulo, será una superhéroa pero es sensible a lo bien coreografiado.

Aterrizó junto a la cantante, una de cada lado del escenario. De fondo se dejó escuchar una tonada tipo Ennio Morricone como si esta historia estuviera planeada, pero luego voltearon y vieron al pianista de la banda haciéndose el gracioso. Este bajó la mirada. Ellas asumieron la pose.

—¿A vos qué te pasa, chitrula? —dijo Lady Babá, una retro de aquellas.
—Que quise comprar una jeta como la tuya y no había Cristo que se atreviera a bajarla de la estantería.
—¿Sos pícara? ¿En qué bargueño apoliyado encontraste esos chistes?
—No son chistes, adefesio lisérgico —Superella adelantó el puño y lo dejó a siete micrones de la nariz de la diva.
—¿Querés escalar? No trajiste cuerdas, enana de circo.
—¿Seguís insultando? ¿Sabés que si me hago cargo de vos lo único que vas a poder elegir es grado de picadillo en que vas a quedar convertida?
Los de la banda arrancaron con los primeros acordes del hit del momento: “Tengo leche en el orto” y lograron que la atención del público se desviara.
—¿Resultó? —dijo Lady Babá. Superella le leyó los labios.
—¡Inmejorable! —respondió. La gente deliró.

Lady Babá, feliz. Otro buen logro de sobresalir en un mercado hiperpoblado: el de la música pop vacía de sentido ¿Acaso no es a lo que aspira? Imponer por lo puesto, no por lo propuesto. Todo el sentido volcado en el bendito packaging, minga en el contenido. Sin embargo, su exhibicionismo es vacuo pero no atroz y Superella lo conoce como a la palma de su mano, como aquella novela de Ballard que nunca leyó: la exhibición de atrocidades. Tingelli y Anagrela son eso: góndolas de atrocidades. Muestrarios de botoxeados, borrachos, mujeres golpeadas, golpeadores de mujeres, delatores, genuflexos, obsecuentes, vendidos, comprables, cirujanos plásticos, abogados, locos furiosos, trepadores. Espejos de saldos del laberinto de los espejos de Interama.
—Vacua pero no atroz —reflexionó Superella. Pero prefirió no repetirlo en voz alta.
Simultáneamente, una inmensa superficie de sonido sacudía al unísono un "GOOD FOR HER!"
—¿No le parece que esto pierde encanto? —preguntó Sigfrido von Capo dejando a un lado el lápiz Faber con el que había estado escribiendo.
—Se pincha como un neumático en la cama del fakir —repuso Alex Benteveo—. Hagamos algo.
—Pongamos a un fakir, eso.
—Mejor a un gurú de la India, un santón de esos que se entierra vivo y sale al mes, más fresco que una lechuga.
—Dele.
El fakir, como saliendo de la nada, se materializó en el escenario. Chandra Vistajanand Dragaputri levantó los brazos y la multitud quedó galvanizada.
Mientras miraba desinteresada al boludazo del fakir tragándose cuanta porquería anduviera tirada por ahí, Superella pensó que estaba perdiendo el tiempo. Nada de lo que hizo en los últimos días le resultó ni interesante, ni valioso, ni siquiera emocionante. No sólo se estaba volviendo una vacía irrecuperable, sino que además sus actitudes porno la estaban tornando previsible y berreta. Cualquiera que la conociese, al minuto se daba cuenta que ella era de las que terminaba en una cama tirándole la goma a cualquier salame.
—La pornovida te hace piola un rato; más, sos la putita de Fashion City.
Esto lo dijo en voz alta. Una mina que estaba al lado la miró de arriba a abajo.
—¿Así que vos sos Superella? No eras para tanto, al final.
—La ciudad me hizo así. Yo no tengo la culpa.
—Si que tenés la culpa. Sos puta y te gusta serlo. Podrías haber alegado que los dioses creadores te hicieron entregaconcha gratis, pero existe el libre albedrío. Y cualquier otario sabe que los dioses —nuestros dioses creadores— son puro cuento. Así que dejá de llorar. Me voy porque esto es una garcha. Suerte.
Superella se quedó más sola que la una. Si hubiera tenido una bombacha de La Saladita se la ponía en ese mismo instante, para que se le secara la cachucha y luego desaparecer.
—Esto pinta para final indigno —dijo Alex.
—Más triste que un tango de Discepolín —completó Sigfrido.
—Lo del fakir no anduvo.
—Tenemos que probar con algo bien fuerte.
—Fuerte como una botella de aguardiente al cien por ciento.
—¿Estás pensando en algo fuerte?
Alex asintió y sonrió. No por nada eran socios, esos dos.
—Algo que rompa todo y los deje culo para arriba.
—¡Sí! ¡Un trío!
—Pero no cualquier trío.
—No el Trío Los Panchos, por ejemplo.
—Ni ahí. ¿Qué te parece un trío de Superella con Gardel y Perón?
—¿Y si agregamos también a Maradona?
—¡Genial! Dale, ponete a escribir.
Acto seguido, Gardel, Perón y Maradona llegaron en paracaídas entre fanfarrias y bailes pitorrudos. Entre los 3 cargaron a la Lady Babá y la arrojaron al Vesubio con gesto imperial. Superella se limpió las lágrimas con su pañuelo de seda y dejó ver una sonrisita.
En las gradas, Alex y Sigfrido aplaudían como desquiciados. De ahí salían corriendo al cine, estaban invitados al estreno de la nueva del Bruce Willis.

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