lunes, 6 de junio de 2011

DULCITO Y BACÁN EN PROBLEMAS ORGANIZATIVOS

—¡Porca miseria! —entró gritando Dulcito al baño de Bacán—. Si cada vez que presentamos una línea de perfumes o de ropa interior, tenemos que invitar a Superella, ¡estamos fritos!
—¿Por qué? —tronó Bacán—. ¡Es una dulce! ¡Siempre nos compra algo!
—Es que la siguen esos facinerosos extraterrestres de porquería… Rompen las instalaciones, se nos ponen nerviosas las modelos… ¡Así el negocio no puede andar!
Dulcito decidió que para evitar la impertinente irrupción de Superella, había que contratar unos matones, eso sí, que no fueran muy caros…
—De verdad, no lo entiendo… —murmuró Bacán.
Dulcito hizo un desdén a Bacán, que ni la drag queen de turno habría hecho mejor ¡Hasta para quejarse tenía glamour!
Los matones empezaron a llegar. Kink Konk, especialista en depilado sin cera; Iveco, más grande que un camión con acoplado y Lucifer, un enano de setenta centímetros que saltaba dos metros y te rociaba con un aliento más fétido que un cementerio de elefantes recién fallecidos.
—¿No serán muy brutos, estos? —susurró Bacán—. Me dan un poco de… miedo.
—No seas marica —replicó Dulcito—. Ya aleccioné a los sujetos y les unté la voluntad con jalea de arándanos. En todo caso, si el asunto se pone denso, tienen unas remeras de diez pesos compradas en el Once para moderar la fuerza de Superella.
—El enano no me gusta: tiene problemas motrices. No sabe enhebrar. Y esto nos puede generar problemas con la Orden Fashion de Antidesórdenes Psicomotores —dijo el segundo ayudante de modas, Segundo Piaffa.
—¿Y eso que tiene que ver, Seg? —cuestionó Dulcito.
—Tienen que camuflarse con oficios del ramo. Si Superella se entera que la seguridad del predio esta bajo un absoluto control, no pone ni la minúscula uña de su minúsculo dedo gordo del pie en la alfombra turquesa mar caspio al atardecer. Es una mina insegura que ama la inseguridad, no lo olviden.
—¿No te parece que están metiendo demasiados personajes en la historia? —dijo Alex Benteveo escondido en el equipo de aire acondicionado. La comisión supervisora de la TRUCA había tomado cartas en el asunto a partir de la aparición de copias pirata del comic de Superella en Fashion City.
—Me parece que sí —apoyó el Sigfried von Capo—. Estos son unos mamarrachos. Démosle su merecido.
En la calle, una alfombra turquesa cielo de Júpiter, marcaba el camino que debían seguir los invitados. Unas vallas de metal plateado separaban al periodismo y al vulgo. Desfilaron: Paquita Mayorteli, Bruno Scapitute, Sofía Glomenca, Adalberto Rufino, Mariángeles Spacavento y muchos otros más.
Unas horas después el salón principal del Palacio Bersacalle, alquilado para la presentación, comenzó a llenarse.
Sólo faltaba ella: Superella.
Puertas adentro, las modelos se maquillaban y peinaban. Los ayudantes arreglaban y probaban.
Un grito surcó el aire y dejó petrificado el ambiente:
—¡Dulcito, y la puta que te parió!
Dulcito miró hacia Bacán. De su boca aún brotaba el pestilente insulto.
—¿Qué pasa? —dijo Dulcito.
—El enano, eso pasa. Mirá lo que hizo.
Bacán llevó a Dulcito hacia el sótano. Los cadáveres de Sigfried von Capo y Alex Benteveo colgaban de un gancho de carnicero. El enano Lucifer afilaba unos cuchillos.
—Dice que iban a interrumpir el desfile.
—¿Y?
—¡Los está feteando! ¿No ves las lonjas que está poniendo en ese pan, con el queso y la mayonesa?
—Opino que los encerremos a todos en el cuartito azul del fondo con la playstation 8 hasta que resolvamos esto. Y ese Alex... —masculló Dulcito—, que me perdonen los dioses pero se lo merecía, ¿desde cuándo a un agente secreto le importan tres rábanos cuántos personajes se meten en la historia? ¿O es que estaba recibiendo alguna clase de vuelto por la exclusividad de algunos?
—Puede ser. TRUCA le debía dos meses de sueldo por trabajo a destajo —irrumpió en escena Segundo Piaffa, totalmente negado a ser un extra en esta historia.
Demasiados personajes, demasiados testigos, demasiados crímenes. Cadáveres de poca monta, de los cuales el doctor Saffaroni ya se encargaría. Por lo demás, buena parte de la prueba ya estaba siendo deglutida en simples de jamón y queso. Lo único que realmente le quitaba la pesadilla a Dulcito era UNA. Esa UNA que en medio de uñas esculpidas, pelos al viento y confusas señales, apareció. ELLA, la inconfundible, la única, la unívoca, la unisciente, la omnifashion, la super, LA… Supertodos, ahora LaUna, transformada en una diva de metro ochenta. Pestañas de sauce, tobillos de columna griega, manos de escultura de Podín. Y unas tetas… unas tetas que ni el Dr. Tecambio podría imaginar. La peor archienemiga mortal de Superella. Superfashion, un pelo divino que brillaba con la brisa de la nochie. Perfume celestial que dejó a Dulcito en un trance interminable.
Bacán seguía organizando los últimos preparativos para el desfile. Sólo faltaba Superella.
—¿Qué hace Superella? —dijo Bacán deglutiendo canapés de seudocaviar a tres por minuto—. ¿Por qué se demora? ¿Acaso nos desprecia? ¿Cuándo viene?
La verdad de la milanesa es que Superella estaba trabajando a destajo para reconstruir a Sigfried von Capo y Alex Benteveo a partir de unas células madre que las parió conservadas en la heladera Siam de la abuela Candelaria.
—Un par de minutos más y los clones estarán listos —dijo la heroína frotándose las manos. Solo la carcomía una duda existencial digna de Jean Paul Sastre: ¿qué ropa les pondría cuando finalmente emergieran de los tanques de clonación? No podía ser ropa barata comprada de apuro en la calle Avellaneda. Tenían que ser pantalones de Pastoruci, botas de New Fashion, camisas de Anders Village…
Con los clones listos y una nube de extraterrestres apocalípticos, Superella enfundada en su mejor mono de seda de Indorusia Monamur hizo su entrada triunfal.
Los matones refeos: Kink Konk e Iveco se le fueron al humo y al frente de ellos estaba LaUna protegida por Lucifer.
Superella dudó un instante, se encomendó a San Esteban Mártir de las Pantuflas Celestiales y comenzó la gran batalla.
Las divas se agarraron de las pechugas. Los extraterrestres mordisquearon a Kink Konk, Iveco y Lucifer. Los matones tiraban patadas y piñas, menos Lucifer que arrojaba big bolas de fuego.
En su central de recontraescasainteligencia el Regente Maurice sonreía.

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