lunes, 27 de junio de 2011

EL ATAQUE DE LOS PAYASOS TRISTES

Aunque la aparición de Superella en una reunión de payasofílicos anónimos apenas duró unos instantes, fue suficiente para que aquel grupo de enfermos maquillados sufrieran una horrible transformación. De simplemente pretender acostarse con payasos, decidieron transformarse en verdaderos payasos, pero el problema fue evidente. Ninguno de ellos tenía gracia. Ni la más mínima.
Por eso habían contratado a Mix Mux, sin conocer su pasado. El personaje, disfrazado de una taza llena de capuchinos helados, pretendió ser invisible ante los ojos de la diva, mientras tiraba capuchinos para hacerse más liviano y salir volando de allí, antes de que esos enfermos se dieran cuenta de que era un payaso.
—Necesitamos organizarnos —dijo Gualberto Kankan, director del fundillo de monedas mundiales—. Tengo un grave problema, si no me lo solucionan detendré la producción de monedas y se acaba el mundo fashion.
—Tranquilo, Kanki —dijo Eduardito Balde candidato eterno a presidente de Fashion City—, en cinco te lleno los shoppings de casimonedas, o lanzo una ley para que todos compren en plástico.
Superella, que seguía conectada a la reunión por fallas en el sistema de teletrasportación, escuchó tres palabras que la transtornaron: monedas, shopping y plástico. De inmediato se comunicó con el Niño Dior y debatieron el plan para contrarrestar el plan de los payasos tristes. Ella quería comprar y seguir comprando pero sólo lo haría si el dinero no devenía en ficción especulativa.
—Señores —dijo Superella—, no quiero un mundo de vacío existencial. Hace poco leí la obra de Juan Pablo Sastre y sobre todo me detuve en analizar su novela El vómito. Allí aprendí que las telas que me cubren son mantras del Único y que sólo es posible acceder a ellas a través de realidad. Por lo tanto, arreglá vos tus bolonquis sexuales que yo me encargo de sostener el problema. Y ustedes, payasos, retrocedan o los transformaré en abogados.
Los payasos, lejos de retroceder, tomaron un cacho de energía oscura, la metieron en un agujero negro. Llamaron a Supertodos: Mesías de Nihil, quién después de dejar a su esposa Matrioshka, sus ocho hijos encapsulados uno dentro del otro y las estepas siberianas de Husky; y atravesar una crisis de negación identificatoria positiva y haberse transformado en LaUna: travesti interuniversal, retornó a su imagen habitual encontrada en la novela La tía de Mínimo Porky.
Los payasos sabían que sólo Él podría combatir a Superella y su plastificación indeleble.
Superella tomó pose de batalla como todo super héroe y fijó la vista en LaUna. Mirada fría como pavo de navidad en el refri, manos listas, boca seca, la toma se vuelve sepia, el celuloide se quema por la fuerza de la mirada.

—Te haré añicos como Gokú hizo con Freezer, LaUna. Te advierto —lanzó con voz poderosa con un fleco a media cara. Muy sexy, hasta eso.
La tierra tembló y los payasos, tristes como los tres tigres en el trigal, sollozaron a ritmo para ver la lucha que se venía.
—Congelen y mírense bien a los ojos. No hablen. Intenten conectarse porque no lo están haciendo. Superella: LaUna no es LaUna sino Supertodos a secas, que te parió. Y vos Supertodos: no morcillees porque te bajo de la obra. Respetá lo que dice el guión y sobretodo los pies, ok? No quiero más desconcentración, carajo. Y ustedes tres hagan de coro griego-concluyó el director de teatro Moscardi, dirigiéndose a los payasos
Todo iba a continuar en el hilo narrativo normal, con perdón de la neurosis de Freud, pero tuvo que interrumpir un deux ex machina que venía a medio funcionar porque los cables estaban medio pelados.
Todos debieron inclinarse, los payasos temblaron. En la absolutez de la Tierra. Frente a ellos, estaba Ronald McDonald. Comiéndose una hamburguesa de Pumper Nic.
—¿Qué hay de nuevo, viejo? —dijo, en medio mordisqueo.
—¡Socorro! —exclamaron todos al unísono—. ¡Estamos perdidos! ¡Es Bugs Bunny disfrazado! El Caos nos toma por asalto…
—¿Los asusté? —Ronald McDonald se sacó el disfraz y quedó desnudamente Bugs—. No se vayan, paisanos. Esperen que ya viene Lucas.
—¿También Lucas? —El espanto colectivo cargó energía y puso en peligro el remiendo de la Tierra hecho por Superella en una aventura previa.
—¿No se nos está yendo la mano? —dijo Alex Benteveo.
—No —respondió Sigfrido von Capo—. Démosle otro poco de gas.
—¿Invasores extraterrestres?
—No, mejor intraterrestres, disgustados porque el pegamento les afecta la orgasmicidad.
—¡Dale!
—Aunque, pará un momento.
—¿Qué?
—¿El pato Lucas o George Lucas?
—¿Cuál es la diferencia?
—Que siempre quise usar un sable laser. Y hacer zum, zum, zum.
—No hace zum, zum, zum. Hace krsss krsss krss.
—No, no. Bueno, no importa, tenemos que salir de este bache. Porque si metemos dibujos animados nos va a tapar el chiste fácil.
—¿Cuál?
—Creo que he visto un lindo gatito.
—Y, no estaría mal. Acá hay mucho tipo suelto en trajes de latex y eso. Yo no quiero decir nada, pero me parece que se está poniendo medio maraca todo esta superheroicidad.
—No entiendo─dijo Superella, trayendo como a modo de reflexión ese famoso pensamiento hecho palabra de la librepensadora contemporánea Karina Olga Chelinek.
Y prosiguió.
—¿Y por qué meten en esta historia a los animalitos? ¿Por qué esa maldad?
Y ahí, definitivamente, se descuajeringó todo.
Alguna vez, en el tiempo de la Fashion Vintage, se advirtió que la superheroicidad causaba efectos secundarios: alergia al latex, alucinaciones locochonas, dibujos animados involuntarios… y abogados. Cosa que, off course, nuestros amables personajes se pasaron por el arco del triunfo. Por fortuna aún no llegaban a la etapa de abogados.
─¡Me pelan el sable laser! ─gritó Supertodos, aprovechando la confusión y la zanahoria para saltar sobre nuestra héroa para de inmediato consolar a los payasos tristes cantando coplas de conejitos.
—Esto se desmadra –dijo Alex Benteveo.
—¿Ningún animalito está siendo lastimado en la realización de esta historia? Espero, sniff.
—¿Espero que qué?
— Espero que no.
— Ah! menos mal! Si no, nos encarcelan con ergástolo
— Ni lo mande Dior.
— Uy, se me escapó el esgastolo con tilde.
— Encendé un fósforo.
— No, mirá si se prende fuego. Pobre tilde, ¿cómo le vamos a hacer eso? El tilde es un animalito pequeño, fino y oblicuo que medra en las marismas vocales de Palabrá, cerca de la estepa de Expresión Sustantiva. No hay peligro de que sufra porque no tiene sistema nervioso ni ninguna otra clase de sistema, voto a Paul Watzlewick y la Escuela de Palo Alto en pleno. Pero es cosa mía, viste.
— Si hasta el tilde puede pasear con el odradek y los centauros con las apostillas se refocilan en dunas bajas de marismas yertas, todo es un continuo de fluencias que Superella ya no puede llevar porque el prét-á-porter le queda de maravillas sólo para las peleas durante la hora del almuerzo, igual esto va a no tener remate.
— ¿Te parece que lo necesita?
— No, mejor nos hacemos los intelectuales y lo dejamos con final abierto. Así queda la multiplicidad de voces y…
— Pará que se me escapa el tilde. ¡Tilde! ¡Tilde!
—Pero qué tipo pelotudo. Lo único que falta acá es zoofilia. Y todos vamos en cana. Mejor váyase lector, desaloje, desaloje que esto no da para más. ¡Váyase, carajo!

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