miércoles, 15 de junio de 2011

SARMIENTO Y ALBERDI, DOS CONTRA EL CRIMEN

Todo estaba bien en Fashion City. Las luces de neón hacían el amor con las vidrieras, la inflación permitía orgías de precios, la demanda estaba pipi cucú. Pero hete aquí que dos villanos del demonio, Bergman y Borggirl, quisieron desestabilizar las cosas. En primer lugar, robaron las reservas del Banco Federal de Ciudad Agnóstica (gran urbe que está a 200 km. de Fashion City, algún cartógrafo que me ayude). Luego, pasados de escabio, se fumaron toda la guita y, gritando a los cuatro vientos, recorrieron la ciudad proclamando que el fin se acercaba, que el sistema chocaría contra sí mismo, que lo único que podían hacer era votarlos a ellos en las próximas elecciones para alcalde, que se encargarían de todo y de todos.
El primero que los enfrentó fue el Capitán Casino.
—Esto no va a ninguna parte —protestó Sigfrido von Capo señalando con el dedo lo que había escrito Alex Benteveo.
—¿A ver esto? —Alex recitó—: Arrancó la flor del broche con gravedad, olió su casi no olor y la puso en el bolsillo superior. Lengua de flores. A ellas les gusta porque nadie puede oír. O una fragancia envenenada para matarlo.
—¡Animal! —exclamó Sigfrido—. Eso se parece demasiado al Ulyses de Joyce.
—No se parece, lo copié —retrucó Alex—. Es plagio. Pero no te preocupes. Por un lado levantamos el nivel de la serie, y por otro nadie se va a dar cuenta. ¿Te creés que alguien más aparte de la tía de Joyce leyó el Ulyses?
—Hay un tipo.
—Quién.
—No sé, pero vivía en un lugar de la Mancha del cual no quiero ni acordarme.
—¿Por qué?
—Ahí vivía mi hermano. Y no éramos para nada unidos. Todo el día nos pegábamos con fierros.
—Eso es feo. Che, mirá ahí. ¿No son Sarmiento y Alberdi?
—¿Esos que se manosean?
—No, los de allá.
—¿Tendrán algo que ver con el Capitán Casino o será otro hecho sin sentido en esta aventura donde todavía nadie sabe qué pinta Superella?
—Qué se yo. Sigámoslos. Capaz que no nos defraudan.
Alex y Sigfrido se aproximaron a los sujetos mencionados.
—¿Ustedes son Sarmiento y Alberdi? —preguntó Alex.
—No, somos Alberdi y Sarmiento —respondió Alberdi, o Sarmiento.
—Es indistinto —dijo Sigfrido—. ¿Luchan contra el crimen? ¿Están dispuestos a salvar a Superella de las garras de la sinarquía, es decir, de la arquía china?
—Somos los grandes héroes de la nación —dijo Sarmiento, o Alberdi—, y lo único que nos importa es encontrar una heroína.
—No sé si le puedo conseguir heroína —dijo Sigfrido— pero capaz que lo conecto con un muchacho que vende otras marcas de merca. ¿Ribotril le sirve?
—¡Silencio! Ahi viene el Capitán Casino, por el espacio. Su nave de naipes hecha en Chacarita...
—¿Te volviste loco?
—Si no decís esas palabras, el Capitán Casino te envuelve en naipes y dados. De hecho, esas son sus armas. Y es que creció en un casino de Gamecity y sólo sabe tirar esas cosas.
—Che, boló, no veo por dónde seguir el hilo, pero confieso que me pudre que nos hayan metido de nuevo en esta burda historia —dijo, Alberdi, calzándose los esquíes alpinos—. Y ojo con ese falso anacronismo y esta firme aseveración: desde que el virreinato es Plata los políticos se deslizan como piñas en el hielo y creen que los Andes es un error de Dios.
—Los políticos —refutó Sarmiento—, estamos para eso: para hablar y dilatar los argumentos y así justificar los hilos, viejo. Y toda nuestra historia es burda, John Batist.
—Ok. Tócala de nuevo, Sarm.
Y en el piano sonó eso de que fue la pluma su vida y su elemento y lalala, acompañado por una corneta blanquiceleste mundialista que le daba un lindo touch de jazz villero.
—¡Amo la bubuzzella! —exclamó Nelson Mandela bailando en una pata porque la otra se la había comido un cocodrilo del Nilo.
—¿Y este? —dijo Sarmiento—. Había que abrir la inmigración para los europeos…
—Chito —dijo Alberdi—, que el INADI tiene orejas largas. Y, además, leé el título de este cuento: tenemos que luchar contra el mal.
—Ajá. No me digas que este negro es del bando de los buenos.
—Alex —susurró Sigfrido—: hay que volver a introducir a los villanos del principio. Si no esto se cae a pedazos.
El Capitán Casino y el chino se cagaban a carcajadas de lo que veían y escuchaban; después de todo, siendo ellos los villanos ─uno villano, otro chino de ojitos de regalo─ no habían tenido chance de disparar la máquina de resoplidos para destruir el mundo y darle a los Dos contra el Crimen algo por qué luchar…
—Prepará la máquina, chino —dijo el Capitán Casino—. A esos dos les vamos a dar como para que tengan.
—¿Qué hace la máquina? —dijo el chino, ladino y astuto. No se quería arriesgar a los presuntos efectos colaterales de la mecánica cuántica que gobernaba el artefacto.
—Funde el bronce, chinito. No les va a quedar ni un pelo de héroe, a esos.
—¿Qué estáis tramando? —dijo Superella entrando por la ventana. Habla así porque nos acaban de avisar que la serie está por ser comprada por un canal de Valencia.
—¿Nosotros? ¡Nada! —dijo el Capitán Casino escondiendo el artilugio en su gran bolso de bolitas cachuzas.
—Ya os daré nada, tíos. ¿Vais de coña? A follar a otro tablao —agregó propinándoles a los villanos una serie de golpes de karate dignos de una de ninjas.
—Momento, momento, momento –dijo Alberdi atravesando la pared—. Bergman y Borggirl son los villanos en esta historia. ¿Nadie leyó el principio?
—La gente se entretiene con baratijas, no lee —dijo Sarmiento cayendo del techo—. Uy, mirá, pero si es Joaquín V. González que trae la dentadura de Belgrano.
—¿Quién ve González?
—Joaquín.
—Joquín Cortez que no quita lo valiente, qué bailarín.
—Caries no tiene —dijo González, analizando la dentadura del prócer—. Pero le pinté los dientes de celeste y blanco. Eso seguro que intimida a los malos. De última usamos la bomba atómica de Perón.
—¿Y si llamamos a Superella? –dijo Sarmiento-. Al menos para justificar su existencia de heroína.
—¡Epa, acá estoy? ¿No me ven?
—¿No le daba a la merca? –intervino Alberdi.
—Iuju, soy yo, Superella.
—Oia —dijo Sarmiento—. Creímos que eras Lola Flores.
—Noooo, tontos, soy Superella, pero hablo en galaico porque nos acaban de avisar que la serie está por ser comprada por un canal de Valencia.
—¿Entonces, ahora qué hacemos?
—¡A darse de ostias que esto se va de madre, joder! —fulminó Superella
Mientras tanto, Bergman y Borggirl, en sus oficinas, firmaban la venta de la serie al canal de valencia. ¡Qué villanazos!

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