viernes, 24 de junio de 2011

SUPERELLA HEROÍNA ESPIRITUAL

Después de la boda cancelada, Superella, nuestra heroína de la capa caída, se encerró en su depa a reflexionar sobre su vida… bueno, seamos honestos: se encerró a gritar, patalear maldecir al Willis por haber dicho “No” cuando el Za-Cerdote preguntó si la aceptaba como hembra. Ni qué decir del Mortadelo, ese no tenía perdón de Dios por lo que hizo…
—Superella, lo tuyo es la Fashion, ¿qué le buscas al calvo ese de Willis? — dijo una voz que se coló por la ventana rota.
—¿Quién vive? — preguntó entre mocos— ¿quién me habla?
—Soy yo: Dios
—¿Dios? No. Esto no es posible. La verdad de la milanesa es que soy una mujer que vive interrumpiéndose a sí misma —se lamentó Superella—; es hora de terminar con esto.
Y entró en un mundo infinito y profundo, divagando en eso de que una vez que reconocemos nuestras míseras interrupciones nos conocemos mejor a nosotros mismos.
—Cada distracción es un hilo suelto —aseveró—. Y tengo experiencia en mi propia carne y en mis propios vestidos mal cosidos —qué horror— del daño que los hilos sueltos nos pueden causar.
La experiencia de niña doméstica y sumisa del ayer, y de antes de ayer y de antes más que antes del ayer, la habían afectado tan profundamente que hoy, estaba todavía bajo la influencia de aquellas desgraciadas experiencias con tal realismo que, para ella, hoy todavía era ese ayer. Ahora no sabía ni quién era ni donde estaba.
—Bueno, ya que no me reconoces como tu Padre, te dejo con mi secretario, Reamik Chopra, el hermano de Deepak.
—Hola, Superella —dijo la misma voz. No era sorprendente, porque Dios puede tener la voz que se le antoje, y por ese mismo motivo no cambia de voz cuando cambia de marioneta—. Me vengo a ti para que comprendas la vileza de tu mundo frívolo y entres al mundo espiritual. Ya verás los cambios en tu vida cuando aceptes mi Verdad.
—¡La acepto! —exclamó Superella, la reina de las volubles. Estaba encantada, ilusionada, maravillada, magnetizada, encandilada, aturdida, fascinada, seducida, pasmada.
Pero en el fondo, algo hacía a Superella volver a su amado Willis y el recuerdo de Alberdi y Sarmiento la descompuso. Se decía: “¡Soy una héroa interruptus!” varias veces seguidas. Estaba tironeada salvajemente por Dios, que le estaba pareciendo como cualquiera que la quisiera levantar, y fuerzas oscuras.
Oscuras como pudieran ser las escenas cuando Dios habla. Ya saben, la zarza de Moisés, los muros de Jericó, las nubes del Sinaí… Superella estaba a oscuras, no por tanto por la presencia divina —eso ya la tenía mongólica a tope— sino porque en la última salida abrupta se llevó de corbata su última lámpara art noveu junto con la ventana. Típico; pero iluminadísimo. Tú entiendes, Reamik.
—Pero, man, ¿Dios no ha muerto? —volvió a interrumpirse en circular confusión.
—Sos lo que sos, tu creación y tu destino. Sé lo que eres. Haz lo que haces. Dí lo que dices —le susurró Reamik, mientras ensayaba remedios y medicamentos con flores de diente de león sin resultado. La herida seguía sin cicatrizar—. Pocas cosas dificultan más nuestro contacto con la realidad que las cuestiones que quedan colgando, sin pararse y sin resolverse —prosiguió Reamik—. En la vida hay que saber acabar. Mientras no acabemos plenamente un capítulo de nuestra vida, no estamos en condiciones de continuar y acabar el siguiente. —Cual si el polvo que se levanta frente a la zarza ardiente nos obnubilase, con el mundo claro u oscuro y Superella estaba a oscuras: Dios tomaba su mano y ella en la mano tenía una… ¡caramba! —Esto no lo esperaba—. El supuesto Dios la dejó tomando la mano de un maniquí muerto y ella no tenía su pulserita Cartier Rive Gauche. ¡Córcholis!
Levantose la heroína y los ademanes de karatazos al aire dejaron, por lo menos, un par de moretones al tal Reamik, dondequiera que haya escapado el ojete. Espiritual, se puede con gusto, pero dejar que le enreden de tal forma ameritaba al menos una cachetada.
—Se lucha contra el crimen por un precio justo, Reamik —farfulló hincada, close up a su rostro, luego paneó al hueco de la ventana—; pero este capítulo al menos, hay que acabarlo con una poquita de gracia, como la canción ¡Ladrón!
Del otro lado, el Reamik, pulsera en mano empezó a parlotear frutalmente: Dios ha muerto y el Diablo y algún que otro Arcángel. Superman está agonizando. Supertodos es nuestro mesías. Nació en la Baja Moscú. Tuvo cinco hijos, una esposa mística y marxista. ¡Semejante secretario se había conseguido el Dios!
Tengo que irme de acá, se dijo Superella, en este derrape narrativo no hay cuerpo que a una le aguante. Aprovechando su capacidad para teletransportarse, la cual había aprendido de Gokú, un primo japonés del chino tácito que guiaba sus pasos, se desmaterializó y volvió a materializarse en un cuarto lleno de gente.
—Otra vez me equivoqué —dijo Superella, mirando las caras de los presentes.
En vez de terminar en algún Shopping, como era su intención, su cuerpo se halló de pleno en un grupo de autoayuda a payasofílicos.
—Solo por hoy, no payasearé —decía uno de los adictos—. Solo por hoy permaneceré serio, sin caídas estrepitosas ni zancadillas a mis compañeros. Solo por hoy no me pintaré la cara ni daré sopapos a cada uno que se cruce conmigo…
—¿Me pueden explicar qué es esto? —dijo Superella resistiendo la pulsión mística que la impulsaba a desnudarse y entregar su cuerpo a los payasos.
—Lea un par de renglones más arriba y lo sabrá —dijo un payaso patético demasiado parecido a un candidato a presidente clonado de un presidente anterior como para pensar que no era el hijo de la madre que lo parió.
Tras leer, Superella decidió volver a teletransportarse. Alex Benteveo y Sigfrido von Capo se restregaron las manos entusiasmados. La treceava entrega de la historia de la heroína estaba tomando cuerpo y amenazaba con terminar entre fuegos de artificio.
—Yo...sólo quiero que me amen —gimió. De chica siempre soñaba con que mi amor cambiaría al mundo. Pero no es verdad. Mi amor no ha cambiado al mundo ni a nadie. Inspiro y expiro y no siento placer. Pero finjo. Me basta con saber que estoy viva, me digo. Y es mentira.
El gordo lo llamó el Nirvana, el barba lo llamò el Cielo y otros lo llamaron la Tierra Prometida. Lo cierto es que para nuestra heroína sigue siendo Viento. O bruma.
La teletransportación terminó en un programa berreta de televisión.
—¿Y usted le gustó o no le gustooooó? –-preguntó el conductor José María Listorta.
—La verdad que no –contestó Superella.
—Bueno, la verdad que no nos importa. Podemos terminar creyendo en cualquier cosa, podemos terminar no creyendo en nada. Podemos silbar como en una película de Monty Python.
—¿Pero?
—Pero al final, siempre vamos a tener más rating con tetas y culos.
Y cientos y cientos de mujeres semidesnudas aparecieron bailando. Por sueños, o al menos una buena foto en un book.

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